viernes, 17 de julio de 2015

"LA BATALLA DE VALLE" Capítulo final: Batalla final. Oscuridad y Luz



(1)

Transcurrieron tres días en los que, recluidos en la montaña resistieron el ataque de las tropas orcas. Éstas, pese a todos los intentos no lograron tomar Erebor.
Thorin III y Bardo II estaban conscientes de que no podían permanecer confinados por más tiempo, debían volver a la lucha. Durante esos tres días, al lado de Elaran y Luzzen, fraguaron un nuevo plan de batalla. Kiora y Gléowyn atendían a los heridos. Algunos de ellos no consiguieron sobrevivir de modo que los cuerpos eran llevados a una sala común y cubiertos hasta poder darles una sepultura digna. Durante la noche, Elaran observaba desde lo alto las antorchas esparcidas en el campo de batalla, preguntándose cómo acabaría todo.
La última noche, como si se tratara de un presagio, los cuatro amigos se sentaron alrededor de una pequeña hoguera en silencio. Miraron fijamente el fuego y compartieron una botella de vino que por un momento les hizo rememorar cada paso que habían dado desde el momento en que se conocieron.
Gléowyn y Elaran recordaron el día en que se encontraron en aquel bosque cerca de un río.
Recordaron cuando conocieron a Luzzen y éste los apuntó con su arco. Rieron, con la ligereza de quien ha aceptado que puede perder la vida en cualquier instante. En algún momento, los tres se habían creído enemigos, sin embargo el destino los había llevado por tantas aventuras que se habían vuelto un verdadero equipo.



(2)

Un cuervo herido llevó a Erebor una noticia a la mañana siguiente: Sauron, el señor Oscuro, siervo de Morgoth había sido derrotado.
Thorin III y Bardo II reunieron a sus tropas y se prepararon para atacar; era el momento perfecto, el ánimo del enemigo se había quebrantado.
Prepararon nuevamente las catapultas, ballestas, repartieron nuevo armamento y partieron en filas hacia las grandes puertas. Ésta vez, la victoria debía ser suya. Ésta vez no iban a retroceder. El final, sea cual fuese, estaba por saberse.
Luzzen y Kiora permanecieron tomados de la mano con fuerza, y con la mirada hacia el frente. Elaran y Gléowyn intercambiaron una mirada y en ella, dijeron todo lo que debían decir.
Las puertas se abrieron y con toda la fuerza con que fueron capaces, arremetieron contra las hordas de orcos, y Uruks. Encontraron al enemigo mucho más débil y el temor en sus ojos era visible.  Ya no tenían a un tirano a quien obedecer.


En amplias lineas de combate, los defensores de Erebor avanzaban por el campo de batalla en un ataque suicida, haciendo volar brazos y piernas de los Orcos mientras los arqueros y Enanos más fuerte se encargaban de los trolls, haciendo el avance lento pero firme.
Fue entonces cuando el sonido de cuernos conocidos les alegró los oídos. Al volver la mirada encontraron una armada conformada por elfos de Rivendel y el Bosque Negro, comenzando un ataque por la retaguardia del ejército de Mordor.
— ¡Maestro Elrond! – gritó Kiora sintiendo un aliento de vida volver a ella.
Delante de los soldados, Lord Elrond sobre un caballo blanco y Thranduil en un majestuoso alce daban la señal para atacar. De inmediato el cielo se inundó de flechas que volaron hasta las filas de orientales.
— Pero… ¿Qué hace Thranduil aquí? – agregó con extrañeza. Era bien sabido que el rey elfo no participaba en una guerra que no fuera suya.
— Lord Elrond liberó su bosque de aquellas inmundas criaturas. Debía devolver el favor –respondió Luzzen con frialdad, aunque en el fondo sentía cierto alivio con la aparición de ambos líderes y sus tropas.
Con alegría descubrieron que los orcos comenzaban a retroceder, sin embargo una nueva horda de Uruk Hai comenzaba a acercarse desde el este.
— No podremos contra tantos –dijo Kiora —, necesitamos ayuda del reino del bosque.
— Yo iré – dijo Gléowyn —. Debemos informarles la situación… Vigilen a ese montaraz mientras no puedo hacerlo yo –dijo mientras se alejaba a toda velocidad.
La mujer corrió pero, en la prisa una flecha le alcanzó el hombro.
Sorprendida por el súbito dolor, cayó de rodillas al suelo. Arrancó la flecha de un tirón pero al intentar ponerse nuevamente de pie, recibió una patada en el centro de la espalda que la hizo volar varios metros, perdiendo su báculo. Aturdida, volteó hacia donde el ataque había venido y pudo ver a un enorme Uruk aproximarse.
— Carne de mujer – exclamó mientras se acercaba —. ¿Dónde está tu montaraz? No te puede proteger ahora.
— Sucio monstruo… Tú eres quien necesita protección…
— Tienes una boca muy grande, veremos qué tanto más se puede abrir… —dijo.
El Uruk se había abalanzado sobre ella pero algo chocó contra él haciéndolo caer. La mujer pudo observar una figura luchar contra aquel monstruo en el suelo. De inmediato se levantó y corrió en busca de su báculo. Al tenerlo  a la vista, estiró la mano instintivamente y el bastón mágico voló hacia ella, agarrándolo en el aire. Regresó al campo de batalla.
Apuntó hacia donde la pelea tenía lugar y el Uruk salió despedido, para ser ensartado en las picas que cubrían la pared de piedra, resultante de los ataques con catapultas.
Gléowyn corrió hacia aquel que la había salvado y descubrió un rostro conocido.
— ¡Hithral! –dijo a la vez que ayudaba al elfo a ponerse de pie—. ¡Que gusto es ver un rostro amigo!
— Mi deuda ha sido saldada, hechicera –respondió éste.
— ¡Bah! Tenía todo controlado –respondió ella sonriendo. Hithral devolvió la sonrisa.
— Orgullosa, tal y como te conocí. Sin embargo veo ahora una luz diferente en tu mirada. Una luz que antes no existía en tí — Los ojos del elfo se dirigieron al hombro ensangrentado de Gléowyn— Estás herida…
— Estoy bien. Ahora debo llegar hasta Thranduil, tengo un mensaje para él.
— Entiendo, sígueme.



Después de que Gléowyn improvisara rápidamente un vendaje para su hombro, ambos corrieron en medio del campo, abriéndose paso entre la masacre hasta que al fin lograron llegar hasta las pocas filas de elfos silvanos que permanecían junto al rey.
— ¡Mi señor Thranduil!
El rey elfo volvió la mirada hasta ella.
— Pero si es la hechicera.
— Señor, Dain Pie de Hierro y el rey Brand han muerto. Sus sucesores han tomado su lugar y ahora dirigen la batalla.
— Lamento tales noticias –dijo, aunque era difícil leer en su rostro si en verdad lamentaba el hecho.
— El enemigo se ha debilitado con la caída de Sauron, pero aún se mantiene, viene una horda de Uruk – hai desde el este. Son demasiados para nosotros…
— Nos dirigiremos en esa dirección –respondió el rey Elfo— . Elrond cubrirá la salida de Valle para expulsarlos. Regresen a la batalla.
Inmediatamente, Gleowyn regresó hacia donde había partido.
Debía proteger a ese terco montaraz.


(3)

La espada de Elaran fue golpeada por la de un Uruk de piel ceniza y ojos negros como el vacío. Eran varios lo que se enfrentaban ahora a él, pocos que a pesar de las noticias de la caída de Sauron sentían una terrible sed de venganza, y arremetían contra el montaraz, que había logrado llegar hasta los líderes del ejército enemigo. En ellos, vio el espejismo de los seres que habían asesinado a sus padres, a Dain, y que habían pretendido arrebatarle su hogar. Los seres que pretendían robar todo lo que había amado. Con furia ciega y sintiendo en sus venas pulsar una energía desconocida, continuó atacando. Esquivó el corte que la espada del Uruk le lanzó, sin embargo un golpe seco con un garrote le dio de lleno en el costado, con tal fuerza que adivinó que aquello le había roto las costillas, sin embargo se mantuvo de pie.
— No me harás caer…—dijo—. ¡INMUNDA CRIATURA, TÚ NO ME HARÁS CAER!
Se enredó en batalla personal hasta que, a lo lejos pudo observar al fin a los sirvientes del señor oscuro retroceder y comenzar a huir.
La batalla había sido demasiado difícil, y eran demasiados los que aún se arrojaban sobre él en medio de gritos de ira y odio.
De una estocada certera separó la cabeza del cuerpo de aquel general. Aunque su nueva fuerza le había permitido terminar con muchos de ellos, eran más los que se acercaban levantando sus espadas, negras y oxidadas. Pero Elaran continuó luchando de forma inhumana, hasta asegurarse de que ninguno de ellos quedara con vida.
Sin embargo tal emoción, mas la fuerza del poder de las piedras que aún latía en su interior, le habían nublado la vista. Cansado y malherido miró alrededor con dificultad, cuando de pronto un súbito silencio se hizo dentro de su cabeza. Todo pasó demasiado rápido, pero dentro de su mente ocurrió con una lentitud abrumadora. Sintió un escalofrío helado recorrer su cuerpo acompañado por un dolor punzante y agudo que aún no se descaraba como tal. Volvió la cabeza hacia abajo para mirar la punta de la espada que le atravesaba el torso. Apretó los puños mientras el Uruk que lo había atacado arrancaba la espada del cuerpo del montaraz y volvía a caer al suelo.  
— Es deshonroso atacar por la espalda –dijo Elaran con calma.
Recogió la espada de aquella criatura que reía agonizante en el suelo y, con ella le separó la cabeza del cuerpo.
Pudo darse cuenta de que el ejército de Sauron se retiraba.
Comenzaba a perder el equilibrio mientras el dolor le invadía los sentidos, pero se mantuvo de pie. Aquellas criaturas no lo harían caer. Había luchado, derramado lágrimas y su propia sangre en aquel campo de batalla, y al fin habían conseguido ganar. No caería. Caminó con dificultad en contra del ejército que se retiraba, mirando hacia la montaña solitaria. Ahí estarían Luzzen y Kiora esperándolo, ahí estaría Gléowyn, y por fin podría descansar. Caminó cubriéndose la herida con la mano, sintiendo el polvo que levantaban los pies de aquellos que huían, sintiendo el viento en la cara, un aire limpio de victoria. Una victoria que olía a muerte.




Las tropas de Thranduil y Elrond, así como los hombres de Valle y los enanos, se habían arremolinado debajo de la montaña para observar la retirada del enemigo. Muy pocos permanecían en combate. En medio del caos, Gléowyn sólo pensaba en encontrar a Elaran. Lo había perdido de vista hacía bastante y temía lo peor. La mujer lo llamaba en medio del campo de batalla pero su voz se confundía con los gritos alrededor. Finalmente, una vez que aquella área se hubo despejado, Gléowyn divisó a lo lejos a Elaran acercarse.
—¡Por la luz celestial! – gritó —¡Elaran!
Corrió hacia él y lo abrazó, pero su sonrisa desapareció cuando al tocarlo sintió algo húmedo y cálido. Miró sus manos y comprobó que era sangre.
— Elaran…
— Ellos no lograron verme caer. No lo hicieron…— y agitado, cayó.
Gléowyn lo atrapó en sus brazos. Desesperada, intentó detener la sangre que le abandonaba el cuerpo.
— Gléowyn, ¿Recuerdas lo que me dijiste aquella noche, cuando nos conocimos?
— No digas nada, no hables. Guarda tu fuerza, debemos llegar a la montaña…
— Dijiste que me ayudarías y asistirías, así como yo haría lo mismo por ti. Yo te dije que, hasta ese momento lucharíamos lado a lado. Ese día ha llegado, bella hechicera. Hemos ganado la batalla de Valle… Gracias por haber permanecido a mi lado en tiempos de oscuridad.
— Calla, montaraz insensato, ¡No te despidas! No voy a permitir que mueras aquí. Hemos llegado demasiado lejos… — dijo mirando alrededor deseando encontrar algo que no fuera caos, buscando un camino para conducirlo a Erebor.
Alrededor se extendía una inmensa desolación de cuerpos ensangrentados. Sintió la mano de Elaran en su rostro, y volvió su mirada hacia él sin poder contener las lágrimas que resbalaban pesadas por sus mejillas. La herida era demasiado profunda, ni siquiera su magia era capaz de curarla.
— Elaran…— dijo, en un susurro de impotencia y dolor, mirando sus ojos serenos.
Sin decir nada más, y con la fuerza que le quedaba, tomó el rostro de ella y lo atrajo hacia sí, presionando un beso en sus labios.
Mientras tanto Kiora y Luzzen corrían hasta ellos. Pero cuando llegaron era demasiado tarde. Kiora se arrodillo junto al cuerpo de Elaran, aún en los brazos de la hechicera. Tocó su frente comprobando que había muerto. Luzzen se arrodilló junto a ellos, y frías lágrimas corrieron por sus mejillas.
No podía creerlo, ni quería aceptarlo.
— Ha vuelto al reino de sus ancestros, Gléowyn…— dijo Kiora, observando a la hechicera que permanecía con la mirada baja y una expresión seria – Gléowyn…
Los elfos, enanos y hombres se acercaban a paso triste al comprobar quien era el muerto. Los nuevos líderes comenzaron una plegaria por el caído.
Luzzen y Kiora intenban hacerle reaccionar. Pero Gleowyn no respondía. Luzzen quiso tocar su hombro pero al contacto una descarga, como un relámpago le golpeó la mano haciéndolo retroceder.
— Gléowyn. ¿Qué haces?
La hechicera levantó la mirada, y los elfos contuvieron la respiración al ver sus ojos completamente blancos y luminosos. Despacio apoyó las manos contra el pecho del montaraz.
Un espectro de luz rodeó a Gleowyn, como una luz acuosa de color blanco con tonalidades celeste. Una luz cegadora llenó el espacio. Kiora y Luzzen retrocedieron ante la fuerza de ese impacto que pareció envolverlos incluso a ellos. Sintieron finas hileras de electricidad recorrerles el cuerpo y cuando al fin se disipó el resplandor. Y para sorpresa de los oídos de lord Elrond, la hechicera pronunció palabras en un idioma olvidado por los años, que el reconoció como la lengua de sus ancestros Eldar.
Por fin, después de años de lucha y dolor, en los que su corazón había estado cautivo tras una cortina de frialdad polar, Gléowyn ya no tenía más miedo de sus emociones y había encontrado el camino hacia su interior, conectando generaciones de poder y lucha dentro de sí.
Por fin había recuperado su poder perdido.
Elaran inhaló una bocanada de aire de golpe, volviendo a la vida.




(4)
Los funerales de Dain y Brand se realizaron en las respectivas ciudades de ambos reyes, pero ambos se rindieron tributo mutuamente. El cuerno de Erebor sonó anunciando el último viaje del Rey Dain. Y Valle respondió, despidiendo al valeroso Rey, quien luchara haciendo honor a su linaje.
Elaran junto con Gleowyn asistieron al funeral de Dain. Ella quedó sorprendida ante la majestuosa ceremonia y su compañero trataba de explicarle alguna de las costumbres en voz baja, cada vez que podía.
Luzzen y Kiora, junto con Elrond y Thranduil se quedaron en Valle. Presentaron sus respetos y condolencia a todo valle y Luzzen lanzó una flecha hacia el cielo en honor al linaje del Rey de Valle.
Pasarían un tiempo reponiéndose de sus heridas, ayudando a las tareas de reconstrucción. Mucho tiempo tardarían ambos pueblos en reponerse. Pero con el corazón feliz de triunfar en la batalla final contra el mal, poco les molestaba el tiempo que tuvieran que pasar. Eran en verdad pueblos libres.
Thorin III se acercó a Elaran de pie junto a Gleowyn.
— Mi padre Dain quería darte esto antes de su muerte — dijo Thorin III, arrodillánodse y extendiéndole el Martillo de combate que Dain utilizara en la batalla de los cinco ejércitos — aunque la guerra ha terminado, y has prestado un gran servicio, esto te pertenece.
En un principio Elaran no estaba seguro de merecer semejante regalo. Pero ante la insistencia de Thorin, y la repetición de sus hazañas, aceptó, levantando en el aire y arrancando un grito de victoria de los Enanos presentes.




(5)
La mañana fría se levantaba junto con una fina niebla. Por fin el olor de la primavera inundaba el espacio. Sobre la colina. Luzzen, Kiora, Elaran y Gléowyn observaban el sol levantarse.
— Ha sido un largo camino, amigos míos –dijo Luzzen—. Me siento honrado de haber compartido con ustedes ésta gran aventura.
— Yo igual – respondió Elaran —, son los guerreros más valientes y nobles que he conocido en toda mi vida. Es un privilegio llamarlos amigos.
Gléowyn permanecía viendo hacia el horizonte, sujetando su báculo con una mano y con la otra, las riendas de un caballo negro.
Elaran se acercó a ella tomando su mano.
— No tienes que irte.
— Tengo que partir, Elaran. Mi camino aún continúa, mi búsqueda apenas empieza. Pero ahora tengo fe… No seré una viajera errante como antaño.
Kiora avanzó y abrazó a la hechicera.
— Que Eru guarde tus pasos, mellon nin… Sé que aquí no termina nuestra historia.
— Yo también lo sé –respondió la hechicera.
Luzzen la abrazó también.
— Cuídate, orejas picudas –dijo Gléowyn—. Voy a extrañarte.
El último abrazo, fue para el montaraz.
— Gracias, Elaran… Por devolverme la fe. Ésta no es la última vez que nos veremos.
— Lo sé –respondió el montaraz, dándole el último beso en mucho tiempo.

La hechicera subió al caballo, con el mapa que Elrond le había dado tiempo atrás y, después de dirigir una última mirada a sus amigos, con los ojos húmedos y una sonrisa en el rostro, partió a todo galope hasta perderse en los primeros rayos de abril. 




                          FIN