(1)
Transcurrieron
tres días en los que, recluidos en la montaña resistieron el ataque de las
tropas orcas. Éstas, pese a todos los intentos no lograron tomar Erebor.
Thorin
III y Bardo II estaban conscientes de que no podían permanecer confinados por
más tiempo, debían volver a la lucha. Durante esos tres días, al lado de Elaran
y Luzzen, fraguaron un nuevo plan de batalla. Kiora y Gléowyn atendían a los
heridos. Algunos de ellos no consiguieron sobrevivir de modo que los cuerpos
eran llevados a una sala común y cubiertos hasta poder darles una sepultura
digna. Durante la noche, Elaran observaba desde lo alto las antorchas
esparcidas en el campo de batalla, preguntándose cómo acabaría todo.
La
última noche, como si se tratara de un presagio, los cuatro amigos se sentaron
alrededor de una pequeña hoguera en silencio. Miraron fijamente el fuego y
compartieron una botella de vino que por un momento les hizo rememorar cada
paso que habían dado desde el momento en que se conocieron.
Gléowyn
y Elaran recordaron el día en que se encontraron en aquel bosque cerca de un
río.
Recordaron
cuando conocieron a Luzzen y éste los apuntó con su arco. Rieron, con la
ligereza de quien ha aceptado que puede perder la vida en cualquier instante.
En algún momento, los tres se habían creído enemigos, sin embargo el destino
los había llevado por tantas aventuras que se habían vuelto un verdadero
equipo.
(2)
Un
cuervo herido llevó a Erebor una noticia a la mañana siguiente: Sauron, el
señor Oscuro, siervo de Morgoth había sido derrotado.
Thorin
III y Bardo II reunieron a sus tropas y se prepararon para atacar; era el
momento perfecto, el ánimo del enemigo se había quebrantado.
Prepararon
nuevamente las catapultas, ballestas, repartieron nuevo armamento y partieron
en filas hacia las grandes puertas. Ésta vez, la victoria debía ser suya. Ésta
vez no iban a retroceder. El final, sea cual fuese, estaba por saberse.
Luzzen
y Kiora permanecieron tomados de la mano con fuerza, y con la mirada hacia el
frente. Elaran y Gléowyn intercambiaron una mirada y en ella, dijeron todo lo
que debían decir.
Las
puertas se abrieron y con toda la fuerza con que fueron capaces, arremetieron
contra las hordas de orcos, y Uruks. Encontraron al enemigo mucho más débil y
el temor en sus ojos era visible. Ya no
tenían a un tirano a quien obedecer.
En
amplias lineas de combate, los defensores de Erebor avanzaban
por el campo de batalla en un ataque suicida, haciendo volar brazos y piernas
de los Orcos mientras los arqueros y Enanos más fuerte se encargaban de los
trolls, haciendo el avance lento pero firme.
Fue
entonces cuando el sonido de cuernos conocidos les alegró los oídos. Al volver
la mirada encontraron una armada conformada por elfos de Rivendel y el Bosque
Negro, comenzando un ataque por la retaguardia del ejército de Mordor.
—
¡Maestro Elrond! – gritó Kiora sintiendo un aliento de vida volver a ella.
Delante
de los soldados, Lord Elrond sobre un caballo blanco y Thranduil en un majestuoso
alce daban la señal para atacar. De inmediato el cielo se inundó de flechas que
volaron hasta las filas de orientales.
—
Pero… ¿Qué hace Thranduil aquí? – agregó con extrañeza. Era bien sabido que el
rey elfo no participaba en una guerra que no fuera suya.
—
Lord Elrond liberó su bosque de aquellas inmundas criaturas. Debía devolver el
favor –respondió Luzzen con frialdad, aunque en el fondo sentía cierto alivio
con la aparición de ambos líderes y sus tropas.
Con
alegría descubrieron que los orcos comenzaban a retroceder, sin embargo una
nueva horda de Uruk Hai comenzaba a acercarse desde el este.
—
No podremos contra tantos –dijo Kiora —, necesitamos ayuda del reino del
bosque.
—
Yo iré – dijo Gléowyn —. Debemos informarles la situación… Vigilen a ese
montaraz mientras no puedo hacerlo yo –dijo mientras se alejaba a toda
velocidad.
La
mujer corrió pero, en la prisa una flecha le alcanzó el hombro.
Sorprendida
por el súbito dolor, cayó de rodillas al suelo. Arrancó la flecha de un tirón
pero al intentar ponerse nuevamente de pie, recibió una patada en el centro de
la espalda que la hizo volar varios metros, perdiendo su báculo. Aturdida,
volteó hacia donde el ataque había venido y pudo ver a un enorme Uruk
aproximarse.
—
Carne de mujer – exclamó mientras se acercaba —. ¿Dónde está tu montaraz? No te
puede proteger ahora.
—
Sucio monstruo… Tú eres quien necesita protección…
—
Tienes una boca muy grande, veremos qué tanto más se puede abrir… —dijo.
El
Uruk se había abalanzado sobre ella pero algo chocó contra él haciéndolo caer. La
mujer pudo observar una figura luchar contra aquel monstruo en el suelo. De
inmediato se levantó y corrió en busca de su báculo. Al tenerlo a la vista, estiró la mano instintivamente y
el bastón mágico voló hacia ella, agarrándolo en el aire. Regresó al campo de
batalla.
Apuntó
hacia donde la pelea tenía lugar y el Uruk salió despedido, para ser ensartado
en las picas que cubrían la pared de piedra, resultante de los ataques con
catapultas.
Gléowyn
corrió hacia aquel que la había salvado y descubrió un rostro conocido.
—
¡Hithral! –dijo a la vez que ayudaba al elfo a ponerse de pie—. ¡Que gusto es
ver un rostro amigo!
—
Mi deuda ha sido saldada, hechicera –respondió éste.
—
¡Bah! Tenía todo controlado –respondió ella sonriendo. Hithral devolvió la
sonrisa.
—
Orgullosa, tal y como te conocí. Sin embargo veo ahora una luz diferente en tu
mirada. Una luz que antes no existía en tí — Los ojos del elfo se dirigieron al
hombro ensangrentado de Gléowyn— Estás herida…
—
Estoy bien. Ahora debo llegar hasta Thranduil, tengo un mensaje para él.
—
Entiendo, sígueme.
Después
de que Gléowyn improvisara rápidamente un vendaje para su hombro, ambos
corrieron en medio del campo, abriéndose paso entre la masacre hasta que al fin
lograron llegar hasta las pocas filas de elfos silvanos que permanecían junto
al rey.
—
¡Mi señor Thranduil!
El
rey elfo volvió la mirada hasta ella.
—
Pero si es la hechicera.
—
Señor, Dain Pie de Hierro y el rey Brand han muerto. Sus sucesores han tomado
su lugar y ahora dirigen la batalla.
—
Lamento tales noticias –dijo, aunque era difícil leer en su rostro si en verdad
lamentaba el hecho.
—
El enemigo se ha debilitado con la caída de Sauron, pero aún se mantiene, viene
una horda de Uruk – hai desde el este. Son demasiados para nosotros…
—
Nos dirigiremos en esa dirección –respondió el rey Elfo— . Elrond cubrirá la
salida de Valle para expulsarlos. Regresen a la batalla.
Inmediatamente,
Gleowyn regresó hacia donde había partido.
Debía
proteger a ese terco montaraz.
(3)
La
espada de Elaran fue golpeada por la de un Uruk de piel ceniza y ojos negros
como el vacío. Eran varios lo que se enfrentaban ahora a él, pocos que a pesar
de las noticias de la caída de Sauron sentían una terrible sed de venganza, y
arremetían contra el montaraz, que había logrado llegar hasta los líderes del
ejército enemigo. En ellos, vio el espejismo de los seres que habían asesinado
a sus padres, a Dain, y que habían pretendido arrebatarle su hogar. Los seres
que pretendían robar todo lo que había amado. Con furia ciega y sintiendo en
sus venas pulsar una energía desconocida, continuó atacando. Esquivó el corte
que la espada del Uruk le lanzó, sin embargo un golpe seco con un garrote le
dio de lleno en el costado, con tal fuerza que adivinó que aquello le había
roto las costillas, sin embargo se mantuvo de pie.
—
No me harás caer…—dijo—. ¡INMUNDA CRIATURA, TÚ NO ME HARÁS CAER!
Se
enredó en batalla personal hasta que, a lo lejos pudo observar al fin a los
sirvientes del señor oscuro retroceder y comenzar a huir.
La
batalla había sido demasiado difícil, y eran demasiados los que aún se
arrojaban sobre él en medio de gritos de ira y odio.
De
una estocada certera separó la cabeza del cuerpo de aquel general. Aunque su
nueva fuerza le había permitido terminar con muchos de ellos, eran más los que
se acercaban levantando sus espadas, negras y oxidadas. Pero Elaran continuó
luchando de forma inhumana, hasta asegurarse de que ninguno de ellos quedara
con vida.
Sin embargo tal emoción, mas la
fuerza del poder de las piedras que aún latía en su interior, le habían nublado
la vista. Cansado y malherido miró alrededor con dificultad, cuando de pronto
un súbito silencio se hizo dentro de su cabeza. Todo pasó demasiado rápido,
pero dentro de su mente ocurrió con una lentitud abrumadora. Sintió un
escalofrío helado recorrer su cuerpo acompañado por un dolor punzante y agudo
que aún no se descaraba como tal. Volvió la cabeza hacia abajo para mirar la
punta de la espada que le atravesaba el torso. Apretó los puños mientras el
Uruk que lo había atacado arrancaba la espada del cuerpo del montaraz y volvía
a caer al suelo.
—
Es deshonroso atacar por la espalda –dijo Elaran con calma.
Recogió
la espada de aquella criatura que reía agonizante en el suelo y, con ella le
separó la cabeza del cuerpo.
Pudo
darse cuenta de que el ejército de Sauron se retiraba.
Comenzaba
a perder el equilibrio mientras el dolor le invadía los sentidos, pero se
mantuvo de pie. Aquellas criaturas no lo harían caer. Había luchado, derramado
lágrimas y su propia sangre en aquel campo de batalla, y al fin habían
conseguido ganar. No caería. Caminó con dificultad en contra del ejército que
se retiraba, mirando hacia la montaña solitaria. Ahí estarían Luzzen y Kiora
esperándolo, ahí estaría Gléowyn, y por fin podría descansar. Caminó cubriéndose
la herida con la mano, sintiendo el polvo que levantaban los pies de aquellos
que huían, sintiendo el viento en la cara, un aire limpio de victoria. Una
victoria que olía a muerte.
Las
tropas de Thranduil y Elrond, así como los hombres de Valle y los enanos, se
habían arremolinado debajo de la montaña para observar la retirada del enemigo.
Muy pocos permanecían en combate. En medio del caos, Gléowyn sólo pensaba en
encontrar a Elaran. Lo había perdido de vista hacía bastante y temía lo peor.
La mujer lo llamaba en medio del campo de batalla pero su voz se confundía con
los gritos alrededor. Finalmente, una vez que aquella área se hubo despejado, Gléowyn
divisó a lo lejos a Elaran acercarse.
—¡Por
la luz celestial! – gritó —¡Elaran!
Corrió
hacia él y lo abrazó, pero su sonrisa desapareció cuando al tocarlo sintió algo
húmedo y cálido. Miró sus manos y comprobó que era sangre.
—
Elaran…
—
Ellos no lograron verme caer. No lo hicieron…— y agitado, cayó.
Gléowyn
lo atrapó en sus brazos. Desesperada, intentó detener la sangre que le
abandonaba el cuerpo.
—
Gléowyn, ¿Recuerdas lo que me dijiste aquella noche, cuando nos conocimos?
—
No digas nada, no hables. Guarda tu fuerza, debemos llegar a la montaña…
—
Dijiste que me ayudarías y asistirías, así como yo haría lo mismo por ti. Yo te
dije que, hasta ese momento lucharíamos lado a lado. Ese día ha llegado, bella
hechicera. Hemos ganado la batalla de Valle… Gracias por haber permanecido a mi
lado en tiempos de oscuridad.
—
Calla, montaraz insensato, ¡No te despidas! No voy a permitir que mueras aquí.
Hemos llegado demasiado lejos… — dijo mirando alrededor deseando encontrar algo
que no fuera caos, buscando un camino para conducirlo a Erebor.
Alrededor
se extendía una inmensa desolación de cuerpos ensangrentados. Sintió la mano de
Elaran en su rostro, y volvió su mirada hacia él sin poder contener las
lágrimas que resbalaban pesadas por sus mejillas. La herida era demasiado
profunda, ni siquiera su magia era capaz de curarla.
—
Elaran…— dijo, en un susurro de impotencia y dolor, mirando sus ojos serenos.
Sin
decir nada más, y con la fuerza que le quedaba, tomó el rostro de ella y lo
atrajo hacia sí, presionando un beso en sus labios.
Mientras
tanto Kiora y Luzzen corrían hasta ellos. Pero cuando llegaron era demasiado
tarde. Kiora se arrodillo junto al cuerpo de Elaran, aún en los brazos de la
hechicera. Tocó su frente comprobando que había muerto. Luzzen se arrodilló
junto a ellos, y frías lágrimas corrieron por sus mejillas.
No
podía creerlo, ni quería aceptarlo.
—
Ha vuelto al reino de sus ancestros, Gléowyn…— dijo Kiora, observando a la
hechicera que permanecía con la mirada baja y una expresión seria – Gléowyn…
Los
elfos, enanos y hombres se acercaban a paso triste al comprobar quien era el
muerto. Los nuevos líderes comenzaron una plegaria por el caído.
Luzzen
y Kiora intenban hacerle reaccionar. Pero Gleowyn no respondía. Luzzen quiso
tocar su hombro pero al contacto una descarga, como un relámpago le golpeó la
mano haciéndolo retroceder.
—
Gléowyn. ¿Qué haces?
La
hechicera levantó la mirada, y los elfos contuvieron la respiración al ver sus
ojos completamente blancos y luminosos. Despacio apoyó las manos contra el pecho
del montaraz.
Un
espectro de luz rodeó a Gleowyn, como una luz acuosa de color blanco con
tonalidades celeste. Una luz cegadora llenó el espacio. Kiora y Luzzen
retrocedieron ante la fuerza de ese impacto que pareció envolverlos incluso a
ellos. Sintieron finas hileras de electricidad recorrerles el cuerpo y cuando al
fin se disipó el resplandor. Y para sorpresa de los oídos de lord Elrond, la
hechicera pronunció palabras en un idioma olvidado por los años, que el
reconoció como la lengua de sus ancestros Eldar.
Por
fin, después de años de lucha y dolor, en los que su corazón había estado
cautivo tras una cortina de frialdad polar, Gléowyn ya no tenía más miedo de
sus emociones y había encontrado el camino hacia su interior, conectando
generaciones de poder y lucha dentro de sí.
Por
fin había recuperado su poder perdido.
Elaran
inhaló una bocanada de aire de golpe, volviendo a la vida.
(4)
Los
funerales de Dain y Brand se realizaron en las respectivas ciudades de ambos
reyes, pero ambos se rindieron tributo mutuamente. El cuerno de Erebor sonó
anunciando el último viaje del Rey Dain. Y Valle respondió, despidiendo al
valeroso Rey, quien luchara haciendo honor a su linaje.
Elaran
junto con Gleowyn asistieron al funeral de Dain. Ella quedó sorprendida ante la
majestuosa ceremonia y su compañero trataba de explicarle alguna de las
costumbres en voz baja, cada vez que podía.
Luzzen
y Kiora, junto con Elrond y T hranduil se
quedaron en Valle. Presentaron sus respetos y condolencia a todo valle y Luzzen
lanzó una flecha hacia el cielo en honor al linaje del Rey de Valle.
Pasarían
un tiempo reponiéndose de sus heridas, ayudando a las tareas de reconstrucción.
Mucho tiempo tardarían ambos pueblos en reponerse. Pero con el corazón feliz de
triunfar en la batalla final contra el mal, poco les molestaba el tiempo que
tuvieran que pasar. Eran en verdad pueblos libres.
Thorin
III se acercó a Elaran de pie junto a Gleowyn.
—
Mi padre Dain quería darte esto antes de su muerte — dijo Thorin III,
arrodillánodse y extendiéndole el Martillo de combate que Dain utilizara en la
batalla de los cinco ejércitos — aunque la guerra ha terminado, y has prestado
un gran servicio, esto te pertenece.
En
un principio Elaran no estaba seguro de merecer semejante regalo. Pero ante la
insistencia de Thorin, y la repetición de sus hazañas, aceptó, levantando en el
aire y arrancando un grito de victoria de los Enanos presentes.
(5)
La
mañana fría se levantaba junto con una fina niebla. Por fin el olor de la
primavera inundaba el espacio. Sobre la colina. Luzzen, Kiora, Elaran y Gléowyn
observaban el sol levantarse.
—
Ha sido un largo camino, amigos míos –dijo Luzzen—. Me siento honrado de haber
compartido con ustedes ésta gran aventura.
—
Yo igual – respondió Elaran —, son los guerreros más valientes y nobles que he
conocido en toda mi vida. Es un privilegio llamarlos amigos.
Gléowyn
permanecía viendo hacia el horizonte, sujetando su báculo con una mano y con la
otra, las riendas de un caballo negro.
Elaran
se acercó a ella tomando su mano.
—
No tienes que irte.
—
Tengo que partir, Elaran. Mi camino aún continúa, mi búsqueda apenas empieza.
Pero ahora tengo fe… No seré una viajera errante como antaño.
Kiora
avanzó y abrazó a la hechicera.
—
Que Eru guarde tus pasos, mellon nin… Sé que aquí no termina nuestra historia.
—
Yo también lo sé –respondió la hechicera.
Luzzen
la abrazó también.
—
Cuídate, orejas picudas –dijo Gléowyn—. Voy a extrañarte.
El
último abrazo, fue para el montaraz.
—
Gracias, Elaran… Por devolverme la fe. Ésta no es la última vez que nos veremos.
—
Lo sé –respondió el montaraz, dándole el último beso en mucho tiempo.
La
hechicera subió al caballo, con el mapa que Elrond le había dado tiempo atrás
y, después de dirigir una última mirada a sus amigos, con los ojos húmedos y
una sonrisa en el rostro, partió a todo galope hasta perderse en los primeros
rayos de abril.
FIN