Batalla
en la ciudad del Lago
(1)
La embestida del ejército de
mordor fue arrolladora. Elaran y Luzzen intentaron contener el avance del
enemigo junto con los pocos que les acompañaban, pero poco a poco la
superioridad numérica de los orcos provocó que retrocedieran. Los enanos y los
hombres, luchaban aguerridamente por su tierra, haciendo volar cabezas de orcos
en todas direcciones. Pero no las suficientes. Y su cansancio empezaba a
notarse.
— No resistiremos mucho más —
dijo Luzzen — Debemos retroceder o moriremos todos
Muy a su pesar, Elaran reconoció
que el Elfo tenía razón. Poco podrían hacer si se mantenían allí.
— ¡Retirada! — anunció
a todo pulmón — ¡Retirada!
Los hombres intentaron seguirlos
pero los enanos se negaban a abandonar la lucha callejera. Su hermoso Erebor no
caería en manos impuras mientras un enano siguiera en pie.
Aunque siguió ordenando la
retirada, ni siquiera Elaran se alejó y los hombres comprendieron que debían
imitar el valor de los enanos con quienes compartían el campo de batalla.
Las calles de madera, terminaron
atestadas de cadáveres de todo tipo: Orcos, Enanos, Hombres. El aire estaba colmado
de gritos y órdenes. Élaran contribuyó dando el grito de batalla de los enanos
una y otra vez, incentivando a todas las tropas que tenía alrededor, formando
una masa compacta. Luzzen había desaparecido de su vista por un instante pero
después se encontró con que el Elfo había saltado a una mejor posición, bañando
de flechas a sus enemigos.
Pese al esfuerzo, los soldados
caían a montones, desesperanzando de a poco a los que vieran la escena. Pronto,
otro grupo de orcos comenzaron a alcanzar la posición de Elaran y aunque el
lucho con la fuerza de sus ancestros, fue derribado de un golpe en la cara que
lo derribó en el suelo.
El Orco al verlo en el piso
levantó la mugrosa espada curva, apuntando directo al corazón del Montaraz.
(2)
Kiora dirigía el caballo a galope
firme y con la mirada alerta alrededor.
— El viento se agita —dijo. Gléowyn había estado
sumida en su propio pensamiento y la voz de la elfa la sobresaltó —. Las nubes
se oscurecen y avanzan deprisa. Es un presagio de desgracia.
— Mucho tiempo hacía de que nuestra tierra no se
manchaba de sangre — respondió el enano Tergancon voz áspera. Ahora, Kiora y
Gléowyn montaban el mismo caballo y avanzaban. La mirada dura del enano
permaneció al frente alerta al camino —. Muchas vidas preciadas se perderán una
vez más. Claro que viene una desgracia, elfa.
Pero Kiora hablaba de una
desgracia mayor a la evidente. Una desgracia que le oscurecía el corazón, a la
que sus presentimientos no podían escapar. Lo sentía dentro de sí con esa
terrible certeza de algo invisible pero inevitable.
Gléowyn volvió el rostro hacia el
cielo y comprobó que las nubes comenzaban a anunciar lo inminente. Una espesa
gota de lluvia cayó al centro de su frente y resbaló por su cara como una
lágrima.
— Estaremos bien, Kiora —dijo—.
Deseamos ganar. Hemos llegado hasta aquí, pero al final no importa si ganamos o
perdemos, si morimos incluso. Es el coraje que arde en nosotros lo que quedará
cuando todo termine, lo que será de nuestro espíritu cuando trascienda. Sea
hoy, sea mañana, si abandonamos éste mundo en la batalla será luchando por lo
que es justo, por lo tanto… Estaremos bien.
— Pocos mortales son los que no
temen morir —replicó Kiora—. Tu misión es noble, incluso sobre aquello que
buscas más allá de éstas tierras.
— Quizás cada vez me convenzo más
de que estoy buscando en el lugar equivocado. Tal vez ni siquiera está en Arda.
Pero eso es seguro, si muero, mi espíritu seguirá buscando.
— ¿No deseas paz, hechicera? ¿No
deseas prosperar, erigir un hogar al lado de una persona que ames?
Gléowyn sonrió. Ahora Kiora
estaba profundamente enamorada, y a las puertas de tal peligro como podía
significar una guerra, era natural desear una vida de paz más que nunca.
— Hoy mi camino es diferente a lo
que era años atrás, mi espíritu es libre. Antes quizás lo hubiera deseado pero
hoy no quiero más que caminar mi propia senda, a donde el viento me indique.
— Deseo, Gléowyn, que vivas y
encuentres lo que tanto anhelas.
— Yo deseo que cuando la guerra
termine, Luzzen y tú prosperen.
— Jovencitas, odio interrumpir su
emotiva charla pero al frente la batalla ya ha comenzado.
Se detuvieron en seco. A lo
lejos, se levantaban columnas de humo y ecos de gritos y metales colapsando.
Kiora y Gléowyn permanecieron con la mirada severa.
— La ciudad está rodeada. ¿Cómo
vamos a entrar? — Preguntó Gléowyn. Kiora miró hacia atrás en una fugaz
esperanza de que por la lejanía apareciera Lord Elrond con sus fuerzas, y
fuerzas del Bosque Negro. Pero no fue así.
— Síganme — dijo Tergan,
colocándose al frente —. Tomaremos una ruta arriesgada, pero es la única opción
que tenemos. Hechicera, prepara tu báculo a una posible lluvia de flechas, es
lo único que podrá salvarnos.
(3)
La cabeza de su enemigo giró en
una posición imposible, cayendo sin vida al suelo. Desde el piso, Elaran miró
en dirección opuesta y vio a Gleowyn de pie con el báculo en una mano y la
espada en la otra. Detrás de ella, kiora y un pequeño grupo de enanos se
lanzaban a la carga, renovando la fuerza del frente de batalla.
— Arriba, Montaraz — dijo
acercándosele — no te he salvado la vida para que duermas la siesta allí abajo.
— ¡Gleowyn! — exlamó mientras se
levantaba — ¿Cómo han llegado?
— Discutiremos eso más tarde —
respondió — tenemos orcos que matar
Y así los dos volvieron al
combate.
La desordenada retirada se había
convertido en una retirada compacta. Donde los enanos formaban una primera
línea defensiva que retrocedía a paso lento. Los pocos hombres en la calle
formaron la segunda línea, lanzando estocadas cuando los enanos se veían
sobrepasados. Los arqueros en los techos habían desaparecido. Muchos muertos,
otros buscando el camino de la batalla en las calles.
Varias calles retrocedieron
dejando un camino bien marcado de enemigos ultimados, pero nadie se
atrevía a tomar la ofensiva. A cada
callejón que cruzaban aparecía otra tropa orca para intentar flanquearlos.
Elaran sintió en su corazón la triste certeza de que ellos eran los únicos que
resistían en toda la ciudad del lago.
Kiora y Luzzen no se separaron
desde su reencuentro. Pocas palabras intercambiaron, pero no hacía falta más.
El brillo de sus ojos dijo todo lo que debían decirse. Continuaron luchando
junto con los demás en las calles.
Cuando ya casi no quedaba fuerza
para seguir, cuando la primera línea de enanos comenzaba a sucumbir, desde la
retaguardia comenzaron a abrir paso, llegando este canal hasta la primera línea,
por la cual emergieron dando un grito ensordecer Dain y Brand, comandando los
refuerzos que tanto esperaban, amedrentando la confianza del enemigo.
Así, y no sin emplear un gran
esfuerzo, el ejército de mordor comenzó a retroceder, perdiendo todas las
posiciones ganadas.
— ¡Adelante! — gritó Dain — sin
piedad.
Los orcos retrocedieron hasta la
entrada de la ciudad del lago, escapando a duras penas de la furia del ejército
unido de Hombres y Enanos.
Al mediodía del primer día de
batalla, los defensores gritaban de júbilo al expulsar al enemigo.
Pero Dain no sonreía mientras
hablaba con un igual serio Brand. Elaran seguido de Gleowyn, Luzzen y Kiora se
les acercó para saber los movimientos a seguir.
Se comentó la situación del
bosque negro, lo que descartó cualquier asistencia inmediata por parte de los
Elfos Silvanos.
Poco hablaron pero mucho
entendieron. Debían prepararse para el contraataque y esperar a que los Elfos
pudieran romper el cerco y asistirles. Dain era consciente de que no
resistirían otra embestida de Mordor solos.
(4)
Todos los civiles que no pudieran
empuñar un arma fueron enviados al interior de Erebor. El resto permaneció en
la ciudad de Valle, sellando cualquier posible entrada que no fuera la
principal. Luego de eso los combinados de hombres y enanos, prepararon un par
de sorpresas para el enemigo en los campos de batalla.
— ¿Crees que esto funcionará? —
le preguntó Gleowyn a Elaran.
— Funcionará lo mejor que sea
posible — contestó sin dejar los trabajos.
— Por favor, Elaran — dijo la
hechicera tomándole de la muñeca al Montaraz — tienes que descansar. ¿O quieres
dormirte en el medio de la batalla?
— Nuestros enemigos no descansan
— contestó lo más amablemente que pudo — ¿Por qué debería hacerlo yo? — ella lo
soltó impactada por la resolución del Montaraz — perdón. Pero no puedo
detenerme.
Algo dentro de la hechicera
empujaba con mucha fuerza. Algo desconocido y que ella nunca anheló. Sintió la
necesidad de cuidar un poco más a ese terco. Ya durante la convalecencia del
montaraz había deseado que se recuperara, quizás por mayores motivos que los
que se atrevió a admitir. Se apartó en un intento de luchar contra el torrente
de emociones que se precipitaba sobre ella, con una mano en la cabeza, pero
ésta vez no logró escapar. Una semilla plateada germinó durante mucho tiempo y
finalmente sus brotes habían eclosionado, ramificándose en todo su corazón,
imperceptible al resto de su cuerpo y mente, como una nube polizona detrás de
una montaña.
¿Cómo brota todo eso en este
momento?, piensa ella. El muro de piedra que por años había levantado alrededor
de sí para protegerse se viene abajo a pedazos.
Se siente vulnerable, justo antes de los momentos decisivos de la
batalla y sabe lo peligroso que eso es. Vuelve el rostro y mira a Elaran
callado, llevando objetos pesados hacia las barricadas y por un momento
recuerda el día en que lo conoció. Había luchado contra él pensando que se
trataba de un enemigo. El tiempo pasó desde entonces y cada aventura vivida la
acercó cada vez más a él sin darse cuenta. Ya no era un simple montaraz, ni
deseaba que se alejara de ella.
Elaran pasó de nuevo cerca de ella, y ella le cerró el paso. La incomodidad y nerviosismo en la cara del Montaraz le resultó evidente.
De a poco, achicó la distancia entre ambos, leyendo la mirada que no se apartaba de ella.
En tanto, Elaran sentía su corazón más acelerado que en la última batalla. ¿Cómo era posible eso? No deseaba otra cosa que Gléowyn se acercara de una vez. Podía leer en los ojos de la hechicera una luz que no creía ser capaz de ver. Como una luz de épocas antiguas.
De a poco, achicó la distancia entre ambos, leyendo la mirada que no se apartaba de ella.
En tanto, Elaran sentía su corazón más acelerado que en la última batalla. ¿Cómo era posible eso? No deseaba otra cosa que Gléowyn se acercara de una vez. Podía leer en los ojos de la hechicera una luz que no creía ser capaz de ver. Como una luz de épocas antiguas.
La vio luchar, la conoció en un
momento inesperado. La vio… la vio y la vio. Solo cuando ella le tomó de la
muñeca, con ese toque, supo que aquella cosa en su interior era algo que no
solo le pertenecía a él.
No sabe qué hacer. La ve lejana.
Nunca tuvo una compañera como ella en batallas,
que lo haya seguido sin dudar y que nunca dejara de creer en él.
Quiere besarla y abrazarla y
sentir su piel. Alejarla de esa batalla terrible que se avecina, no quiere que
le pase nada malo.
Pero sabe que no puede y que ella
no quiere hacer tampoco.
Se convenció en ese instante, al
ver esos hermosos ojos, vivos como los rayos de una tormenta, que la batalla
podía esperar.
— Gleowyn — dijo cuando la tuvo
al alcance.
Antes de que ella pudiera
contestar a su mención, Elaran retomó todo el valor que tuvo contra el dragón y
la tomó de los dos brazos y la atrajo para sí, uniendo sus labios en un beso
que rememoraba los tiempos pasados de la tierra media.
Una batalla se libró en sus
bocas, mientras los brazos buscaban la calidez del cuerpo del otro. Algo nacía
inesperadamente entre ellos, algo que no pensaba detenerse.
No hubo palabras, no resultaron
necesarias y cuando se separaron, apoyando sus frentes y agitados, ya estaba
todo dicho. Abrieron los ojos, encontrándose de otra manera.
Tomados de la mano escaparon a
una casa vacía cercana, una que conoció a dos nuevos seres en una nueva
aventura.
(5)
No muy lejos de allí, Luzzen y
Kiora regresaban de una exploración e informaban a Dain de la situación del
enemigo.
— Ya han ocupado la ciudad del
lago — informó la elfa saltando del caballo en un movimiento ágil — no tardarán
en marchar hacia aquí.
— Seguramente intentarán un
ataque frontal total — dijo Luzzen — y le han llegado refuerzos. Orcos, Uruks,
Trolls, Wargos, catapultas y se acercaban algunos Hombres de Harad y Mumakil.
El trayecto de regreso hasta el
caballo había sido más dificultoso que el de ida. Las tropas orcas ya
comenzaban a desplegarse. Luzzen intentó escuchar las charlas de los orcos con
la esperanza de obtener noticia sobre el bosque negro, pero ninguna palabra se
mencionó sobre el reino de los elfos silvanos.
— Estaremos solos ante un enemigo
poderoso — aseguró Luzzen con seriedad.
— Una vez más esta tierra se
manchará de sangre — comentó Dain — y dos veces en mi vida. Afortunados somos
de tener esta batalla a nuestras puertas.
— Eres un ser extraño, Lord Dain
— comentó Brand — ya lo habían dicho mis antepasados. Pero ahora lo confirmo.
Entiendo tu entusiasmo. Seremos los protagonistas del final de una era, pero mi
corazón aún carga un poco de miedo ante el enemigo numeroso.
— ¡Bha! — se quejó Dain — Entre
mayor el enemigo, mayor la victoria.
Brand no pudo más que sonreír
ante aquella afirmación. Luzzen y Kiora se miraron asombrados. Ninguno de los
dos sabía que Dain estaba preparando sorpresas en el interior de Erebor.
(6)
Diversas escaramuzas se dieron en
los alrededores de la ciudad del lago y en el camino a Valle. Durante tres
días, diversos grupos de hombres y enanos, atacaban a los exploradores del enemigo.
Atacaban, mataban a todo orco, wargo y bestia oscura que veían y desaparecían
antes de que pudieran recibir un contraataque.
Durante dos días hostigaron al
enemigo, hasta que una patrulla de exploración enana, de los cuales habían
partido cinco pero solo regresaron dos y muy heridos, avisó a Dain que el
enemigo ya estaba en marcha hacia Erebor. Y se encontraba a escasa distancia de
Valle.
(7)
El cuerno de Mordor inundó el
aire cuando el ejército negro entró a toda velocidad en Valle.
Pero esta vez no hubo espera. La
orden de Dain era clara.
— Nada de esperar — dijo — nada
de piedad. ¡Reguemos la tierra con su sangre!
Y la orden, se cumplió al pie de
la letra.
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