viernes, 3 de julio de 2015

"LA BATALLA DE VALLE" Temp 2 Cap 2 Pt: 2 "La Batalla de Valle"


Batalla en la ciudad del Lago

(1)
La embestida del ejército de mordor fue arrolladora. Elaran y Luzzen intentaron contener el avance del enemigo junto con los pocos que les acompañaban, pero poco a poco la superioridad numérica de los orcos provocó que retrocedieran. Los enanos y los hombres, luchaban aguerridamente por su tierra, haciendo volar cabezas de orcos en todas direcciones. Pero no las suficientes. Y su cansancio empezaba a notarse.
— No resistiremos mucho más — dijo Luzzen — Debemos retroceder o moriremos todos
Muy a su pesar, Elaran reconoció que el Elfo tenía razón. Poco podrían hacer si se mantenían allí.
— ¡Retirada! — anunció a todo pulmón — ¡Retirada!
Los hombres intentaron seguirlos pero los enanos se negaban a abandonar la lucha callejera. Su hermoso Erebor no caería en manos impuras mientras un enano siguiera en pie.
Aunque siguió ordenando la retirada, ni siquiera Elaran se alejó y los hombres comprendieron que debían imitar el valor de los enanos con quienes compartían el campo de batalla.
Las calles de madera, terminaron atestadas de cadáveres de todo tipo: Orcos, Enanos, Hombres. El aire estaba colmado de gritos y órdenes. Élaran contribuyó dando el grito de batalla de los enanos una y otra vez, incentivando a todas las tropas que tenía alrededor, formando una masa compacta. Luzzen había desaparecido de su vista por un instante pero después se encontró con que el Elfo había saltado a una mejor posición, bañando de flechas a sus enemigos.
Pese al esfuerzo, los soldados caían a montones, desesperanzando de a poco a los que vieran la escena. Pronto, otro grupo de orcos comenzaron a alcanzar la posición de Elaran y aunque el lucho con la fuerza de sus ancestros, fue derribado de un golpe en la cara que lo derribó en el suelo.
El Orco al verlo en el piso levantó la mugrosa espada curva, apuntando directo al corazón del Montaraz.

(2)
Kiora dirigía el caballo a galope firme y con la mirada alerta alrededor.
—  El viento se agita —dijo. Gléowyn había estado sumida en su propio pensamiento y la voz de la elfa la sobresaltó —. Las nubes se oscurecen y avanzan deprisa. Es un presagio de desgracia.
—  Mucho tiempo hacía de que nuestra tierra no se manchaba de sangre — respondió el enano Tergancon voz áspera. Ahora, Kiora y Gléowyn montaban el mismo caballo y avanzaban. La mirada dura del enano permaneció al frente alerta al camino —. Muchas vidas preciadas se perderán una vez más. Claro que viene una desgracia, elfa.
Pero Kiora hablaba de una desgracia mayor a la evidente. Una desgracia que le oscurecía el corazón, a la que sus presentimientos no podían escapar. Lo sentía dentro de sí con esa terrible certeza de algo invisible pero inevitable.
Gléowyn volvió el rostro hacia el cielo y comprobó que las nubes comenzaban a anunciar lo inminente. Una espesa gota de lluvia cayó al centro de su frente y resbaló por su cara como una lágrima.
— Estaremos bien, Kiora —dijo—. Deseamos ganar. Hemos llegado hasta aquí, pero al final no importa si ganamos o perdemos, si morimos incluso. Es el coraje que arde en nosotros lo que quedará cuando todo termine, lo que será de nuestro espíritu cuando trascienda. Sea hoy, sea mañana, si abandonamos éste mundo en la batalla será luchando por lo que es justo, por lo tanto… Estaremos bien.
— Pocos mortales son los que no temen morir —replicó Kiora—. Tu misión es noble, incluso sobre aquello que buscas más allá de éstas tierras.
— Quizás cada vez me convenzo más de que estoy buscando en el lugar equivocado. Tal vez ni siquiera está en Arda. Pero eso es seguro, si muero, mi espíritu seguirá buscando.
— ¿No deseas paz, hechicera? ¿No deseas prosperar, erigir un hogar al lado de una persona que ames?
Gléowyn sonrió. Ahora Kiora estaba profundamente enamorada, y a las puertas de tal peligro como podía significar una guerra, era natural desear una vida de paz más que nunca.
— Hoy mi camino es diferente a lo que era años atrás, mi espíritu es libre. Antes quizás lo hubiera deseado pero hoy no quiero más que caminar mi propia senda, a donde el viento me indique.
— Deseo, Gléowyn, que vivas y encuentres lo que tanto anhelas.
— Yo deseo que cuando la guerra termine, Luzzen y tú prosperen.
— Jovencitas, odio interrumpir su emotiva charla pero al frente la batalla ya ha comenzado.
Se detuvieron en seco. A lo lejos, se levantaban columnas de humo y ecos de gritos y metales colapsando. Kiora y Gléowyn permanecieron con la mirada severa.
— La ciudad está rodeada. ¿Cómo vamos a entrar? — Preguntó Gléowyn. Kiora miró hacia atrás en una fugaz esperanza de que por la lejanía apareciera Lord Elrond con sus fuerzas, y fuerzas del Bosque Negro. Pero no fue así.
— Síganme — dijo Tergan, colocándose al frente —. Tomaremos una ruta arriesgada, pero es la única opción que tenemos. Hechicera, prepara tu báculo a una posible lluvia de flechas, es lo único que podrá salvarnos.

(3)
La cabeza de su enemigo giró en una posición imposible, cayendo sin vida al suelo. Desde el piso, Elaran miró en dirección opuesta y vio a Gleowyn de pie con el báculo en una mano y la espada en la otra. Detrás de ella, kiora y un pequeño grupo de enanos se lanzaban a la carga, renovando la fuerza del frente de batalla.
— Arriba, Montaraz — dijo acercándosele — no te he salvado la vida para que duermas la siesta allí abajo.
— ¡Gleowyn! — exlamó mientras se levantaba — ¿Cómo han llegado?
— Discutiremos eso más tarde — respondió — tenemos orcos que matar
Y así los dos volvieron al combate.
La desordenada retirada se había convertido en una retirada compacta. Donde los enanos formaban una primera línea defensiva que retrocedía a paso lento. Los pocos hombres en la calle formaron la segunda línea, lanzando estocadas cuando los enanos se veían sobrepasados. Los arqueros en los techos habían desaparecido. Muchos muertos, otros buscando el camino de la batalla en las calles.
Varias calles retrocedieron dejando un camino bien marcado de enemigos ultimados, pero nadie se atrevía  a tomar la ofensiva. A cada callejón que cruzaban aparecía otra tropa orca para intentar flanquearlos. Elaran sintió en su corazón la triste certeza de que ellos eran los únicos que resistían en toda la ciudad del lago.
Kiora y Luzzen no se separaron desde su reencuentro. Pocas palabras intercambiaron, pero no hacía falta más. El brillo de sus ojos dijo todo lo que debían decirse. Continuaron luchando junto con los demás en las calles.
Cuando ya casi no quedaba fuerza para seguir, cuando la primera línea de enanos comenzaba a sucumbir, desde la retaguardia comenzaron a abrir paso, llegando este canal hasta la primera línea, por la cual emergieron dando un grito ensordecer Dain y Brand, comandando los refuerzos que tanto esperaban, amedrentando la confianza del enemigo.
Así, y no sin emplear un gran esfuerzo, el ejército de mordor comenzó a retroceder, perdiendo todas las posiciones ganadas.
— ¡Adelante! — gritó Dain — sin piedad.
Los orcos retrocedieron hasta la entrada de la ciudad del lago, escapando a duras penas de la furia del ejército unido de Hombres y Enanos.
Al mediodía del primer día de batalla, los defensores gritaban de júbilo al expulsar al enemigo.
Pero Dain no sonreía mientras hablaba con un igual serio Brand. Elaran seguido de Gleowyn, Luzzen y Kiora se les acercó para saber los movimientos a seguir.
Se comentó la situación del bosque negro, lo que descartó cualquier asistencia inmediata por parte de los Elfos Silvanos.
Poco hablaron pero mucho entendieron. Debían prepararse para el contraataque y esperar a que los Elfos pudieran romper el cerco y asistirles. Dain era consciente de que no resistirían otra embestida de Mordor solos.






(4)
Todos los civiles que no pudieran empuñar un arma fueron enviados al interior de Erebor. El resto permaneció en la ciudad de Valle, sellando cualquier posible entrada que no fuera la principal. Luego de eso los combinados de hombres y enanos, prepararon un par de sorpresas para el enemigo en los campos de batalla.
— ¿Crees que esto funcionará? — le preguntó Gleowyn a Elaran.
— Funcionará lo mejor que sea posible — contestó sin dejar los trabajos.
— Por favor, Elaran — dijo la hechicera tomándole de la muñeca al Montaraz — tienes que descansar. ¿O quieres dormirte en el medio de la batalla?
— Nuestros enemigos no descansan — contestó lo más amablemente que pudo — ¿Por qué debería hacerlo yo? — ella lo soltó impactada por la resolución del Montaraz — perdón. Pero no puedo detenerme.
Algo dentro de la hechicera empujaba con mucha fuerza. Algo desconocido y que ella nunca anheló. Sintió la necesidad de cuidar un poco más a ese terco. Ya durante la convalecencia del montaraz había deseado que se recuperara, quizás por mayores motivos que los que se atrevió a admitir. Se apartó en un intento de luchar contra el torrente de emociones que se precipitaba sobre ella, con una mano en la cabeza, pero ésta vez no logró escapar. Una semilla plateada germinó durante mucho tiempo y finalmente sus brotes habían eclosionado, ramificándose en todo su corazón, imperceptible al resto de su cuerpo y mente, como una nube polizona detrás de una montaña.
¿Cómo brota todo eso en este momento?, piensa ella. El muro de piedra que por años había levantado alrededor de sí para protegerse se viene abajo a pedazos.  Se siente vulnerable, justo antes de los momentos decisivos de la batalla y sabe lo peligroso que eso es. Vuelve el rostro y mira a Elaran callado, llevando objetos pesados hacia las barricadas y por un momento recuerda el día en que lo conoció. Había luchado contra él pensando que se trataba de un enemigo. El tiempo pasó desde entonces y cada aventura vivida la acercó cada vez más a él sin darse cuenta. Ya no era un simple montaraz, ni deseaba que se alejara de ella.

Elaran pasó de nuevo cerca de ella, y ella le cerró el paso. La incomodidad y nerviosismo en la cara del Montaraz le resultó evidente.
De a poco, achicó la distancia entre ambos, leyendo la mirada que no se apartaba de ella.

          En tanto, Elaran sentía su corazón más acelerado que en la última batalla. ¿Cómo era posible eso? No deseaba otra cosa que Gléowyn se acercara de una vez. Podía leer en los ojos de la hechicera una luz que no creía ser capaz de ver. Como una luz de épocas antiguas.
La vio luchar, la conoció en un momento inesperado. La vio… la vio y la vio. Solo cuando ella le tomó de la muñeca, con ese toque, supo que aquella cosa en su interior era algo que no solo le pertenecía a él.
No sabe qué hacer. La ve lejana. Nunca tuvo una compañera como ella en batallas,  que lo haya seguido sin dudar y que nunca dejara de creer en él.
Quiere besarla y abrazarla y sentir su piel. Alejarla de esa batalla terrible que se avecina, no quiere que le pase nada malo.

Pero sabe que no puede y que ella no quiere hacer tampoco.
Se convenció en ese instante, al ver esos hermosos ojos, vivos como los rayos de una tormenta, que la batalla podía esperar.
— Gleowyn — dijo cuando la tuvo al alcance.
Antes de que ella pudiera contestar a su mención, Elaran retomó todo el valor que tuvo contra el dragón y la tomó de los dos brazos y la atrajo para sí, uniendo sus labios en un beso que rememoraba los tiempos pasados de la tierra media.
Una batalla se libró en sus bocas, mientras los brazos buscaban la calidez del cuerpo del otro. Algo nacía inesperadamente entre ellos, algo que no pensaba detenerse.
No hubo palabras, no resultaron necesarias y cuando se separaron, apoyando sus frentes y agitados, ya estaba todo dicho. Abrieron los ojos, encontrándose de otra manera.
Tomados de la mano escaparon a una casa vacía cercana, una que conoció a dos nuevos seres en una nueva aventura.






(5)
No muy lejos de allí, Luzzen y Kiora regresaban de una exploración e informaban a Dain de la situación del enemigo.
— Ya han ocupado la ciudad del lago — informó la elfa saltando del caballo en un movimiento ágil — no tardarán en marchar hacia aquí.
— Seguramente intentarán un ataque frontal total — dijo Luzzen — y le han llegado refuerzos. Orcos, Uruks, Trolls, Wargos, catapultas y se acercaban algunos Hombres de Harad y Mumakil.
El trayecto de regreso hasta el caballo había sido más dificultoso que el de ida. Las tropas orcas ya comenzaban a desplegarse. Luzzen intentó escuchar las charlas de los orcos con la esperanza de obtener noticia sobre el bosque negro, pero ninguna palabra se mencionó sobre el reino de los elfos silvanos.
— Estaremos solos ante un enemigo poderoso — aseguró Luzzen con seriedad.
— Una vez más esta tierra se manchará de sangre — comentó Dain — y dos veces en mi vida. Afortunados somos de tener esta batalla a nuestras puertas.
— Eres un ser extraño, Lord Dain — comentó Brand — ya lo habían dicho mis antepasados. Pero ahora lo confirmo. Entiendo tu entusiasmo. Seremos los protagonistas del final de una era, pero mi corazón aún carga un poco de miedo ante el enemigo numeroso.
— ¡Bha! — se quejó Dain — Entre mayor el enemigo, mayor la victoria.
Brand no pudo más que sonreír ante aquella afirmación. Luzzen y Kiora se miraron asombrados. Ninguno de los dos sabía que Dain estaba preparando sorpresas en el interior de Erebor.






(6)
Diversas escaramuzas se dieron en los alrededores de la ciudad del lago y en el camino a Valle. Durante tres días, diversos grupos de hombres y enanos, atacaban a los exploradores del enemigo. Atacaban, mataban a todo orco, wargo y bestia oscura que veían y desaparecían antes de que pudieran recibir un contraataque.
Durante dos días hostigaron al enemigo, hasta que una patrulla de exploración enana, de los cuales habían partido cinco pero solo regresaron dos y muy heridos, avisó a Dain que el enemigo ya estaba en marcha hacia Erebor. Y se encontraba a escasa distancia de Valle.

(7)
El cuerno de Mordor inundó el aire cuando el ejército negro entró a toda velocidad en Valle.
Pero esta vez no hubo espera. La orden de Dain era clara.
— Nada de esperar — dijo — nada de piedad. ¡Reguemos la tierra con su sangre!
Y la orden, se cumplió al pie de la letra.




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