viernes, 17 de julio de 2015

"LA BATALLA DE VALLE" Capítulo final: Batalla final. Oscuridad y Luz



(1)

Transcurrieron tres días en los que, recluidos en la montaña resistieron el ataque de las tropas orcas. Éstas, pese a todos los intentos no lograron tomar Erebor.
Thorin III y Bardo II estaban conscientes de que no podían permanecer confinados por más tiempo, debían volver a la lucha. Durante esos tres días, al lado de Elaran y Luzzen, fraguaron un nuevo plan de batalla. Kiora y Gléowyn atendían a los heridos. Algunos de ellos no consiguieron sobrevivir de modo que los cuerpos eran llevados a una sala común y cubiertos hasta poder darles una sepultura digna. Durante la noche, Elaran observaba desde lo alto las antorchas esparcidas en el campo de batalla, preguntándose cómo acabaría todo.
La última noche, como si se tratara de un presagio, los cuatro amigos se sentaron alrededor de una pequeña hoguera en silencio. Miraron fijamente el fuego y compartieron una botella de vino que por un momento les hizo rememorar cada paso que habían dado desde el momento en que se conocieron.
Gléowyn y Elaran recordaron el día en que se encontraron en aquel bosque cerca de un río.
Recordaron cuando conocieron a Luzzen y éste los apuntó con su arco. Rieron, con la ligereza de quien ha aceptado que puede perder la vida en cualquier instante. En algún momento, los tres se habían creído enemigos, sin embargo el destino los había llevado por tantas aventuras que se habían vuelto un verdadero equipo.



(2)

Un cuervo herido llevó a Erebor una noticia a la mañana siguiente: Sauron, el señor Oscuro, siervo de Morgoth había sido derrotado.
Thorin III y Bardo II reunieron a sus tropas y se prepararon para atacar; era el momento perfecto, el ánimo del enemigo se había quebrantado.
Prepararon nuevamente las catapultas, ballestas, repartieron nuevo armamento y partieron en filas hacia las grandes puertas. Ésta vez, la victoria debía ser suya. Ésta vez no iban a retroceder. El final, sea cual fuese, estaba por saberse.
Luzzen y Kiora permanecieron tomados de la mano con fuerza, y con la mirada hacia el frente. Elaran y Gléowyn intercambiaron una mirada y en ella, dijeron todo lo que debían decir.
Las puertas se abrieron y con toda la fuerza con que fueron capaces, arremetieron contra las hordas de orcos, y Uruks. Encontraron al enemigo mucho más débil y el temor en sus ojos era visible.  Ya no tenían a un tirano a quien obedecer.


En amplias lineas de combate, los defensores de Erebor avanzaban por el campo de batalla en un ataque suicida, haciendo volar brazos y piernas de los Orcos mientras los arqueros y Enanos más fuerte se encargaban de los trolls, haciendo el avance lento pero firme.
Fue entonces cuando el sonido de cuernos conocidos les alegró los oídos. Al volver la mirada encontraron una armada conformada por elfos de Rivendel y el Bosque Negro, comenzando un ataque por la retaguardia del ejército de Mordor.
— ¡Maestro Elrond! – gritó Kiora sintiendo un aliento de vida volver a ella.
Delante de los soldados, Lord Elrond sobre un caballo blanco y Thranduil en un majestuoso alce daban la señal para atacar. De inmediato el cielo se inundó de flechas que volaron hasta las filas de orientales.
— Pero… ¿Qué hace Thranduil aquí? – agregó con extrañeza. Era bien sabido que el rey elfo no participaba en una guerra que no fuera suya.
— Lord Elrond liberó su bosque de aquellas inmundas criaturas. Debía devolver el favor –respondió Luzzen con frialdad, aunque en el fondo sentía cierto alivio con la aparición de ambos líderes y sus tropas.
Con alegría descubrieron que los orcos comenzaban a retroceder, sin embargo una nueva horda de Uruk Hai comenzaba a acercarse desde el este.
— No podremos contra tantos –dijo Kiora —, necesitamos ayuda del reino del bosque.
— Yo iré – dijo Gléowyn —. Debemos informarles la situación… Vigilen a ese montaraz mientras no puedo hacerlo yo –dijo mientras se alejaba a toda velocidad.
La mujer corrió pero, en la prisa una flecha le alcanzó el hombro.
Sorprendida por el súbito dolor, cayó de rodillas al suelo. Arrancó la flecha de un tirón pero al intentar ponerse nuevamente de pie, recibió una patada en el centro de la espalda que la hizo volar varios metros, perdiendo su báculo. Aturdida, volteó hacia donde el ataque había venido y pudo ver a un enorme Uruk aproximarse.
— Carne de mujer – exclamó mientras se acercaba —. ¿Dónde está tu montaraz? No te puede proteger ahora.
— Sucio monstruo… Tú eres quien necesita protección…
— Tienes una boca muy grande, veremos qué tanto más se puede abrir… —dijo.
El Uruk se había abalanzado sobre ella pero algo chocó contra él haciéndolo caer. La mujer pudo observar una figura luchar contra aquel monstruo en el suelo. De inmediato se levantó y corrió en busca de su báculo. Al tenerlo  a la vista, estiró la mano instintivamente y el bastón mágico voló hacia ella, agarrándolo en el aire. Regresó al campo de batalla.
Apuntó hacia donde la pelea tenía lugar y el Uruk salió despedido, para ser ensartado en las picas que cubrían la pared de piedra, resultante de los ataques con catapultas.
Gléowyn corrió hacia aquel que la había salvado y descubrió un rostro conocido.
— ¡Hithral! –dijo a la vez que ayudaba al elfo a ponerse de pie—. ¡Que gusto es ver un rostro amigo!
— Mi deuda ha sido saldada, hechicera –respondió éste.
— ¡Bah! Tenía todo controlado –respondió ella sonriendo. Hithral devolvió la sonrisa.
— Orgullosa, tal y como te conocí. Sin embargo veo ahora una luz diferente en tu mirada. Una luz que antes no existía en tí — Los ojos del elfo se dirigieron al hombro ensangrentado de Gléowyn— Estás herida…
— Estoy bien. Ahora debo llegar hasta Thranduil, tengo un mensaje para él.
— Entiendo, sígueme.



Después de que Gléowyn improvisara rápidamente un vendaje para su hombro, ambos corrieron en medio del campo, abriéndose paso entre la masacre hasta que al fin lograron llegar hasta las pocas filas de elfos silvanos que permanecían junto al rey.
— ¡Mi señor Thranduil!
El rey elfo volvió la mirada hasta ella.
— Pero si es la hechicera.
— Señor, Dain Pie de Hierro y el rey Brand han muerto. Sus sucesores han tomado su lugar y ahora dirigen la batalla.
— Lamento tales noticias –dijo, aunque era difícil leer en su rostro si en verdad lamentaba el hecho.
— El enemigo se ha debilitado con la caída de Sauron, pero aún se mantiene, viene una horda de Uruk – hai desde el este. Son demasiados para nosotros…
— Nos dirigiremos en esa dirección –respondió el rey Elfo— . Elrond cubrirá la salida de Valle para expulsarlos. Regresen a la batalla.
Inmediatamente, Gleowyn regresó hacia donde había partido.
Debía proteger a ese terco montaraz.


(3)

La espada de Elaran fue golpeada por la de un Uruk de piel ceniza y ojos negros como el vacío. Eran varios lo que se enfrentaban ahora a él, pocos que a pesar de las noticias de la caída de Sauron sentían una terrible sed de venganza, y arremetían contra el montaraz, que había logrado llegar hasta los líderes del ejército enemigo. En ellos, vio el espejismo de los seres que habían asesinado a sus padres, a Dain, y que habían pretendido arrebatarle su hogar. Los seres que pretendían robar todo lo que había amado. Con furia ciega y sintiendo en sus venas pulsar una energía desconocida, continuó atacando. Esquivó el corte que la espada del Uruk le lanzó, sin embargo un golpe seco con un garrote le dio de lleno en el costado, con tal fuerza que adivinó que aquello le había roto las costillas, sin embargo se mantuvo de pie.
— No me harás caer…—dijo—. ¡INMUNDA CRIATURA, TÚ NO ME HARÁS CAER!
Se enredó en batalla personal hasta que, a lo lejos pudo observar al fin a los sirvientes del señor oscuro retroceder y comenzar a huir.
La batalla había sido demasiado difícil, y eran demasiados los que aún se arrojaban sobre él en medio de gritos de ira y odio.
De una estocada certera separó la cabeza del cuerpo de aquel general. Aunque su nueva fuerza le había permitido terminar con muchos de ellos, eran más los que se acercaban levantando sus espadas, negras y oxidadas. Pero Elaran continuó luchando de forma inhumana, hasta asegurarse de que ninguno de ellos quedara con vida.
Sin embargo tal emoción, mas la fuerza del poder de las piedras que aún latía en su interior, le habían nublado la vista. Cansado y malherido miró alrededor con dificultad, cuando de pronto un súbito silencio se hizo dentro de su cabeza. Todo pasó demasiado rápido, pero dentro de su mente ocurrió con una lentitud abrumadora. Sintió un escalofrío helado recorrer su cuerpo acompañado por un dolor punzante y agudo que aún no se descaraba como tal. Volvió la cabeza hacia abajo para mirar la punta de la espada que le atravesaba el torso. Apretó los puños mientras el Uruk que lo había atacado arrancaba la espada del cuerpo del montaraz y volvía a caer al suelo.  
— Es deshonroso atacar por la espalda –dijo Elaran con calma.
Recogió la espada de aquella criatura que reía agonizante en el suelo y, con ella le separó la cabeza del cuerpo.
Pudo darse cuenta de que el ejército de Sauron se retiraba.
Comenzaba a perder el equilibrio mientras el dolor le invadía los sentidos, pero se mantuvo de pie. Aquellas criaturas no lo harían caer. Había luchado, derramado lágrimas y su propia sangre en aquel campo de batalla, y al fin habían conseguido ganar. No caería. Caminó con dificultad en contra del ejército que se retiraba, mirando hacia la montaña solitaria. Ahí estarían Luzzen y Kiora esperándolo, ahí estaría Gléowyn, y por fin podría descansar. Caminó cubriéndose la herida con la mano, sintiendo el polvo que levantaban los pies de aquellos que huían, sintiendo el viento en la cara, un aire limpio de victoria. Una victoria que olía a muerte.




Las tropas de Thranduil y Elrond, así como los hombres de Valle y los enanos, se habían arremolinado debajo de la montaña para observar la retirada del enemigo. Muy pocos permanecían en combate. En medio del caos, Gléowyn sólo pensaba en encontrar a Elaran. Lo había perdido de vista hacía bastante y temía lo peor. La mujer lo llamaba en medio del campo de batalla pero su voz se confundía con los gritos alrededor. Finalmente, una vez que aquella área se hubo despejado, Gléowyn divisó a lo lejos a Elaran acercarse.
—¡Por la luz celestial! – gritó —¡Elaran!
Corrió hacia él y lo abrazó, pero su sonrisa desapareció cuando al tocarlo sintió algo húmedo y cálido. Miró sus manos y comprobó que era sangre.
— Elaran…
— Ellos no lograron verme caer. No lo hicieron…— y agitado, cayó.
Gléowyn lo atrapó en sus brazos. Desesperada, intentó detener la sangre que le abandonaba el cuerpo.
— Gléowyn, ¿Recuerdas lo que me dijiste aquella noche, cuando nos conocimos?
— No digas nada, no hables. Guarda tu fuerza, debemos llegar a la montaña…
— Dijiste que me ayudarías y asistirías, así como yo haría lo mismo por ti. Yo te dije que, hasta ese momento lucharíamos lado a lado. Ese día ha llegado, bella hechicera. Hemos ganado la batalla de Valle… Gracias por haber permanecido a mi lado en tiempos de oscuridad.
— Calla, montaraz insensato, ¡No te despidas! No voy a permitir que mueras aquí. Hemos llegado demasiado lejos… — dijo mirando alrededor deseando encontrar algo que no fuera caos, buscando un camino para conducirlo a Erebor.
Alrededor se extendía una inmensa desolación de cuerpos ensangrentados. Sintió la mano de Elaran en su rostro, y volvió su mirada hacia él sin poder contener las lágrimas que resbalaban pesadas por sus mejillas. La herida era demasiado profunda, ni siquiera su magia era capaz de curarla.
— Elaran…— dijo, en un susurro de impotencia y dolor, mirando sus ojos serenos.
Sin decir nada más, y con la fuerza que le quedaba, tomó el rostro de ella y lo atrajo hacia sí, presionando un beso en sus labios.
Mientras tanto Kiora y Luzzen corrían hasta ellos. Pero cuando llegaron era demasiado tarde. Kiora se arrodillo junto al cuerpo de Elaran, aún en los brazos de la hechicera. Tocó su frente comprobando que había muerto. Luzzen se arrodilló junto a ellos, y frías lágrimas corrieron por sus mejillas.
No podía creerlo, ni quería aceptarlo.
— Ha vuelto al reino de sus ancestros, Gléowyn…— dijo Kiora, observando a la hechicera que permanecía con la mirada baja y una expresión seria – Gléowyn…
Los elfos, enanos y hombres se acercaban a paso triste al comprobar quien era el muerto. Los nuevos líderes comenzaron una plegaria por el caído.
Luzzen y Kiora intenban hacerle reaccionar. Pero Gleowyn no respondía. Luzzen quiso tocar su hombro pero al contacto una descarga, como un relámpago le golpeó la mano haciéndolo retroceder.
— Gléowyn. ¿Qué haces?
La hechicera levantó la mirada, y los elfos contuvieron la respiración al ver sus ojos completamente blancos y luminosos. Despacio apoyó las manos contra el pecho del montaraz.
Un espectro de luz rodeó a Gleowyn, como una luz acuosa de color blanco con tonalidades celeste. Una luz cegadora llenó el espacio. Kiora y Luzzen retrocedieron ante la fuerza de ese impacto que pareció envolverlos incluso a ellos. Sintieron finas hileras de electricidad recorrerles el cuerpo y cuando al fin se disipó el resplandor. Y para sorpresa de los oídos de lord Elrond, la hechicera pronunció palabras en un idioma olvidado por los años, que el reconoció como la lengua de sus ancestros Eldar.
Por fin, después de años de lucha y dolor, en los que su corazón había estado cautivo tras una cortina de frialdad polar, Gléowyn ya no tenía más miedo de sus emociones y había encontrado el camino hacia su interior, conectando generaciones de poder y lucha dentro de sí.
Por fin había recuperado su poder perdido.
Elaran inhaló una bocanada de aire de golpe, volviendo a la vida.




(4)
Los funerales de Dain y Brand se realizaron en las respectivas ciudades de ambos reyes, pero ambos se rindieron tributo mutuamente. El cuerno de Erebor sonó anunciando el último viaje del Rey Dain. Y Valle respondió, despidiendo al valeroso Rey, quien luchara haciendo honor a su linaje.
Elaran junto con Gleowyn asistieron al funeral de Dain. Ella quedó sorprendida ante la majestuosa ceremonia y su compañero trataba de explicarle alguna de las costumbres en voz baja, cada vez que podía.
Luzzen y Kiora, junto con Elrond y Thranduil se quedaron en Valle. Presentaron sus respetos y condolencia a todo valle y Luzzen lanzó una flecha hacia el cielo en honor al linaje del Rey de Valle.
Pasarían un tiempo reponiéndose de sus heridas, ayudando a las tareas de reconstrucción. Mucho tiempo tardarían ambos pueblos en reponerse. Pero con el corazón feliz de triunfar en la batalla final contra el mal, poco les molestaba el tiempo que tuvieran que pasar. Eran en verdad pueblos libres.
Thorin III se acercó a Elaran de pie junto a Gleowyn.
— Mi padre Dain quería darte esto antes de su muerte — dijo Thorin III, arrodillánodse y extendiéndole el Martillo de combate que Dain utilizara en la batalla de los cinco ejércitos — aunque la guerra ha terminado, y has prestado un gran servicio, esto te pertenece.
En un principio Elaran no estaba seguro de merecer semejante regalo. Pero ante la insistencia de Thorin, y la repetición de sus hazañas, aceptó, levantando en el aire y arrancando un grito de victoria de los Enanos presentes.




(5)
La mañana fría se levantaba junto con una fina niebla. Por fin el olor de la primavera inundaba el espacio. Sobre la colina. Luzzen, Kiora, Elaran y Gléowyn observaban el sol levantarse.
— Ha sido un largo camino, amigos míos –dijo Luzzen—. Me siento honrado de haber compartido con ustedes ésta gran aventura.
— Yo igual – respondió Elaran —, son los guerreros más valientes y nobles que he conocido en toda mi vida. Es un privilegio llamarlos amigos.
Gléowyn permanecía viendo hacia el horizonte, sujetando su báculo con una mano y con la otra, las riendas de un caballo negro.
Elaran se acercó a ella tomando su mano.
— No tienes que irte.
— Tengo que partir, Elaran. Mi camino aún continúa, mi búsqueda apenas empieza. Pero ahora tengo fe… No seré una viajera errante como antaño.
Kiora avanzó y abrazó a la hechicera.
— Que Eru guarde tus pasos, mellon nin… Sé que aquí no termina nuestra historia.
— Yo también lo sé –respondió la hechicera.
Luzzen la abrazó también.
— Cuídate, orejas picudas –dijo Gléowyn—. Voy a extrañarte.
El último abrazo, fue para el montaraz.
— Gracias, Elaran… Por devolverme la fe. Ésta no es la última vez que nos veremos.
— Lo sé –respondió el montaraz, dándole el último beso en mucho tiempo.

La hechicera subió al caballo, con el mapa que Elrond le había dado tiempo atrás y, después de dirigir una última mirada a sus amigos, con los ojos húmedos y una sonrisa en el rostro, partió a todo galope hasta perderse en los primeros rayos de abril. 




                          FIN

viernes, 10 de julio de 2015

"LA BATALLA DE VALLE" Temp 2 Cap 3 Pt. 1:

 La Caída de los Líderes

(1)
El viento trajo consigo el riguroso sonido del enemigo en marcha. Cada combatiente sintió una canción en su corazón, una que alentaba a seguir la lucha todo lo que durara, sin ceder un paso, sin dudar.
Enanos y hombres esperaban firmes en las filas alrededor de Erebor y otros dentro de Valle. A lo lejos la marea oscura se acercaba de nuevo, pero sus corazones redoblaban con más fuerza que los tambores orcos. Luzzen y Kiora sobre sus caballos, galopaban alrededor de la multitud.
Elaran sintió una mano pesada y tosca, tomarle la muñeca. Con cierta sorpresa se dio la vuelta y vio a Dain, que lo miraba con una sonrisa debajo de su espesa barba.
— Estoy orgulloso de ti, muchacho, y del gran guerrero en el que te has convertido. Benditos mis ojos que te vieron crecer y convertirte en lo que ahora eres. Tus padres, del otro lado de la niebla también están orgullosos. Lucha con esa valentía. Ganemos o perdamos, mi pueblo, que es tu pueblo, siempre estará agradecido.
Él montaraz, asintió con la cabeza agradecido de que Dain lo considerara uno más.

(2)

Un grito enfurecido del enemigo se convirtió en cientos de gritos que lo secundaban, formando una nube sonora de caos que llegó a los oídos de hombres y enanos. Ellos emitieron un grito de guerra también y avanzaron. Las tropas orcas arremetieron contra las primeras filas de hombres y las espadas de inmediato tiñeron de sangre el suelo. La ferocidad del ataque hacía que tanto sangre orca como humana se mezclara en el aire. Los aceros chocaban entre sí haciendo volar espesas chispas de fuego como si se de magia oscura tratase.
Desde lo alto, filas de arqueros lanzaron una nube de flechas hacia el cielo derramándose en el campo de batalla, sin embargo el enemigo era demasiado numeroso. Pronto se dieron cuenta de que si la batalla se centraba solamente en espadas y combate cuerpo a cuerpo, no habrían muchas esperanzas.
Luzzen y Kiora luchaban espalda con espalda blandiendo sus espadas con destreza élfica y agilidad impecable. Kiora asestaba estocadas directamente al cuello de cuanto ser oscuro se aproximaba y Luzzen esquivaba a la vez que atacaba. Sentía la adrenalina correr por su cuerpo y a pesar de que deseaba con todo su corazón proteger a su amada, al verla pelear con tal destreza sonrió para sus adentros. A lo lejos Dain y Brand observaban desde lo alto de Erebor, esperando el momento de entrar a la batalla.
— ¡BARUK KHAZAD, KHAZAD AI MENU! — gritó Dain desde las alturas y su brazo, a pesar de su corta estatura, se vio enorme al momento de que a su señal, del interior de la montaña emergieron grandes catapultas y pesadas ballestas sobre colosales estructuras de madera.
—  Así que eso es lo que Lord Dain planeaba — murmuró Luzzen.
Al instante ambos reyes partieron al campo de batalla secundados por los gritos de sus pueblos.


(3)

Sin embargo eran numerosos y muchos habían caído ya. De a poco era difícil caminar entre los cadáveres que se apilaban en el sueño. Gléowyn bloqueaba y devolvía golpes con su cetro y su espada, murmurando hechizos a la vez que a su alrededor caían cuerpos inertes de los sirvientes del señor oscuro. Mucho le dolía caminar entre los cuerpos de sus aliados y peor aún, tener que pisarlos o brincar sobre ellos para abrirse paso. ¿Cuántos habrían muerto ya?
Mirara donde mirara, la batalla se desarrollaba en completo caos. Cabezas, miembros y espadas rotas, volaban para todas partes. Un enano, derribó a un enorme Uruk, pero al instante su pecho se vio atravesado por otra espada enemiga.
La embestida de Mordor no parecía tener fin. A lo lejos filas y filas de sombras oscuras se alzaban y se aproximaban. ¿Habría sido así en el sur de la tierra media? Deseaban que no. La batalla a los pies de la montaña solitaria se presentaba en un cuadro de desesperación, donde no había un orden, no había una formación clara de las tropas para luchar contra el adversario.
Elaran, sintiendo en su interior crecer la ira, enceguecido por la euforia, se había convertido en una máquina de matar tal como había ocurrido en Carn Dum, cuando sintió por primera vez el poder de las piedras en sus venas. Pero ahora, parecía tener más control sobre ello, como si su cuerpo al fin se hubiera  adaptado a esa nueva fuerza.
— Se acercan más tropas enemigas – dijo Gléowyn una vez que estuvo cerca del montaraz — ¡Son demasiados!
— No flaquees, Gléowyn… La batalla terminará con nosotros, mientras el último hombre de Valle y el último enano de Erebor no hayan caído, ésta batalla no habrá terminado. ¡La victoria será nuestra!
Alentada por las palabras del montaraz y por el brillo de decisión que había visto en sus ojos, la mujer regresó a la batalla, atravesando de un corte certero el tórax de un enorme Uruk que se aproximaba a ella. A pesar de que habían acordado no perderse de vista, el calor de la lucha los fue apartando en dos grupos que continuaban luchando por separado, cada uno comandando al grupo de hombres que luchaban a su lado.


(4)

Brand blandía su espada con el valor que sólo un rey es capaz de conocer, sin embargo ya varias heridas le habían hecho perder sangre. Su coraje en cambio, no había flaqueado ni siquiera un poco, permitiéndole resistir mucho más de lo que cualquier otro hombre hubiese podido.  A su alrededor, podía ver a sus soldados luchando, varios de ellos cayendo. Salvar a su gente era lo que lo había mantenido de pie, aunque estaba consciente de que no lograría mucho más. En un momento, se vio sobrepasado y comprendió que su final no se encontraba lejos. Continuó en la batalla hasta que una espada al fin acertó al centro de su corazón. Aún logró devolver una estocada mortal a su rival, antes de caer al suelo.
Esquivando flechas y matando todo lo que había a su paso, Dain corrió hasta él.
— Viejo amigo, ha sido un honor pelear a tu lado – dijo, y de un movimiento sutil con su pesada mano, cerró los ojos vacíos del rey de Valle. Y adivinando el ataque que caía ahora sobre él, se dio la vuelta arremetiendo con su hacha contra todo aquello que se moviera.
— ¡Vengan! –dijo con una gran sonrisa, y su voz áspera se levantó más allá de los golpes metálicos de las espadas — ¿A caso es todo lo que tienen? ¡Probarán el filo de mi hacha! ¡Cortaré sus sucias gargantas!
Junto al cuerpo de Brand, Dain blandió su hacha. La furia ciega de un líder que ha luchado dos veces en su tierra, le hizo renovar sus fuerzas y le permitió blandir el hacha de forma tal que no parecía el viejo enano que todos veían, sino enano joven y dispuesto a todo. Luchó ferozmente hasta que su figura se perdió en medio del caos.
La batalla transcurrió agitada y fúnebre, en medio de gritos de  dolor. Muy a su pesar, tanto hombres como enanos comenzaron a retroceder.
La marea oscura se renovaba a cada instante, arremetiendo cada vez con más fuerza.
Las catapultas y ballestas enanas, habían sido abandonadas al morir sus ejecutores. La fuerza de los pueblos libres de la tierra media en Erebor, menguaba a cada instante que pasaba.

(5)

Luzzen, Kiora, Elaran y Gléowyn lograron reunirse. Elaran comandaba un grupo de hombres de Valle, mismos a los que había dado la orden de dirigirse a la montaña. Los cuatro, mas el resto de los sobrevivientes, se recluyeron en el interior de la montaña solitaria y se dispusieron a resistir el ataque.
— No permitiremos que tomen la montaña –dijo Elaran, tratando de recuperar el aliento.
Poco había pasado desde que ingresaron a Erebor, cuando un tumulto reunido separado del caos los alertó. Al aproximarse no dieron crédito a lo que miraban sus ojos.
Ahí, tendidos y cuidadosamente colocados uno al lado de otro, se encontraban los cuerpos sin vida de dos grandes guerreros que hasta el último instante lucharon por sus pueblos, hasta dar la vida por ellos, Dain Pié de Hierro, rey bajo la montaña y Brand, Rey de Valle. A su alrededor, sobrevivientes, junto a los hijos, lloraban la pérdida de sus líderes.
Elaran se abrió paso y, apretando los dientes observó la escena. Se arrodilló frente a ambos lanzando un grito de rabia e impotencia. Luzzen, Kiora y Gléowyn observaron con tristeza. Jamás habían visto al montaraz desmoronarse de esa manera. Su respiración agitada, le hacía parecer un animal a punto de atacar, sus ojos repletos de fuego llamaban a la venganza.
— Juro por mis ancestros que sus muertes no serán en vano –dijo a la vez que colocaba su mano sobre el hombro inerte de Dain, por quien sentía un especial afecto desde que era niño. Recordó las palabras que éste le dijo, y supo ahora más que nunca que debía ser fiel a su juramento—. Protegeré éstas tierras, con mi vida.
Se levantó sintiendo una fuerza mayor extenderse por su cuerpo.
— Hermanos — dijo una vez que se puso de pie —, Brand y Dain no están muertos. Ellos serán la fuerza que hemos perdido.  Ellos serán en nuestros corazones el latido que nos falta. Ellos serán la última estocada de nuestras espadas. Ellos serán el último grito de nuestras gargantas. Ellos serán ese último aliento de vida que nos dará la ventaja sobre el enemigo. ¡En nombre de ellos, de cada uno de nuestros hermanos caídos, ganaremos ésta guerra!
Los ojos de Elaran brillaban más fuerte que en los instantes anteriores, incendiando los corazones de quienes lo escuchaban. Se dirigió hasta dos seres afligidos que encabezaban el tumulto. El hijo de Dain, y el hijo de Brand.
— Ahora en ustedes cae el peso de la corona, y de la espada que sabrá guiarnos hasta la victoria. — Elaran se arrodilla ante los nuevos reyes y de a poco los demás lo imitan. Quedan solo ellos de pie, mirándose, aceptando su destino.
Y fue así que, fueron  coronados Thorin III Yelmo de Piedra  y Bardo II.

Afuera, el ejército de Sauron, rugía de victoria.

viernes, 3 de julio de 2015

"LA BATALLA DE VALLE" Temp 2 Cap 2 Pt: 2 "La Batalla de Valle"


Batalla en la ciudad del Lago

(1)
La embestida del ejército de mordor fue arrolladora. Elaran y Luzzen intentaron contener el avance del enemigo junto con los pocos que les acompañaban, pero poco a poco la superioridad numérica de los orcos provocó que retrocedieran. Los enanos y los hombres, luchaban aguerridamente por su tierra, haciendo volar cabezas de orcos en todas direcciones. Pero no las suficientes. Y su cansancio empezaba a notarse.
— No resistiremos mucho más — dijo Luzzen — Debemos retroceder o moriremos todos
Muy a su pesar, Elaran reconoció que el Elfo tenía razón. Poco podrían hacer si se mantenían allí.
— ¡Retirada! — anunció a todo pulmón — ¡Retirada!
Los hombres intentaron seguirlos pero los enanos se negaban a abandonar la lucha callejera. Su hermoso Erebor no caería en manos impuras mientras un enano siguiera en pie.
Aunque siguió ordenando la retirada, ni siquiera Elaran se alejó y los hombres comprendieron que debían imitar el valor de los enanos con quienes compartían el campo de batalla.
Las calles de madera, terminaron atestadas de cadáveres de todo tipo: Orcos, Enanos, Hombres. El aire estaba colmado de gritos y órdenes. Élaran contribuyó dando el grito de batalla de los enanos una y otra vez, incentivando a todas las tropas que tenía alrededor, formando una masa compacta. Luzzen había desaparecido de su vista por un instante pero después se encontró con que el Elfo había saltado a una mejor posición, bañando de flechas a sus enemigos.
Pese al esfuerzo, los soldados caían a montones, desesperanzando de a poco a los que vieran la escena. Pronto, otro grupo de orcos comenzaron a alcanzar la posición de Elaran y aunque el lucho con la fuerza de sus ancestros, fue derribado de un golpe en la cara que lo derribó en el suelo.
El Orco al verlo en el piso levantó la mugrosa espada curva, apuntando directo al corazón del Montaraz.

(2)
Kiora dirigía el caballo a galope firme y con la mirada alerta alrededor.
—  El viento se agita —dijo. Gléowyn había estado sumida en su propio pensamiento y la voz de la elfa la sobresaltó —. Las nubes se oscurecen y avanzan deprisa. Es un presagio de desgracia.
—  Mucho tiempo hacía de que nuestra tierra no se manchaba de sangre — respondió el enano Tergancon voz áspera. Ahora, Kiora y Gléowyn montaban el mismo caballo y avanzaban. La mirada dura del enano permaneció al frente alerta al camino —. Muchas vidas preciadas se perderán una vez más. Claro que viene una desgracia, elfa.
Pero Kiora hablaba de una desgracia mayor a la evidente. Una desgracia que le oscurecía el corazón, a la que sus presentimientos no podían escapar. Lo sentía dentro de sí con esa terrible certeza de algo invisible pero inevitable.
Gléowyn volvió el rostro hacia el cielo y comprobó que las nubes comenzaban a anunciar lo inminente. Una espesa gota de lluvia cayó al centro de su frente y resbaló por su cara como una lágrima.
— Estaremos bien, Kiora —dijo—. Deseamos ganar. Hemos llegado hasta aquí, pero al final no importa si ganamos o perdemos, si morimos incluso. Es el coraje que arde en nosotros lo que quedará cuando todo termine, lo que será de nuestro espíritu cuando trascienda. Sea hoy, sea mañana, si abandonamos éste mundo en la batalla será luchando por lo que es justo, por lo tanto… Estaremos bien.
— Pocos mortales son los que no temen morir —replicó Kiora—. Tu misión es noble, incluso sobre aquello que buscas más allá de éstas tierras.
— Quizás cada vez me convenzo más de que estoy buscando en el lugar equivocado. Tal vez ni siquiera está en Arda. Pero eso es seguro, si muero, mi espíritu seguirá buscando.
— ¿No deseas paz, hechicera? ¿No deseas prosperar, erigir un hogar al lado de una persona que ames?
Gléowyn sonrió. Ahora Kiora estaba profundamente enamorada, y a las puertas de tal peligro como podía significar una guerra, era natural desear una vida de paz más que nunca.
— Hoy mi camino es diferente a lo que era años atrás, mi espíritu es libre. Antes quizás lo hubiera deseado pero hoy no quiero más que caminar mi propia senda, a donde el viento me indique.
— Deseo, Gléowyn, que vivas y encuentres lo que tanto anhelas.
— Yo deseo que cuando la guerra termine, Luzzen y tú prosperen.
— Jovencitas, odio interrumpir su emotiva charla pero al frente la batalla ya ha comenzado.
Se detuvieron en seco. A lo lejos, se levantaban columnas de humo y ecos de gritos y metales colapsando. Kiora y Gléowyn permanecieron con la mirada severa.
— La ciudad está rodeada. ¿Cómo vamos a entrar? — Preguntó Gléowyn. Kiora miró hacia atrás en una fugaz esperanza de que por la lejanía apareciera Lord Elrond con sus fuerzas, y fuerzas del Bosque Negro. Pero no fue así.
— Síganme — dijo Tergan, colocándose al frente —. Tomaremos una ruta arriesgada, pero es la única opción que tenemos. Hechicera, prepara tu báculo a una posible lluvia de flechas, es lo único que podrá salvarnos.

(3)
La cabeza de su enemigo giró en una posición imposible, cayendo sin vida al suelo. Desde el piso, Elaran miró en dirección opuesta y vio a Gleowyn de pie con el báculo en una mano y la espada en la otra. Detrás de ella, kiora y un pequeño grupo de enanos se lanzaban a la carga, renovando la fuerza del frente de batalla.
— Arriba, Montaraz — dijo acercándosele — no te he salvado la vida para que duermas la siesta allí abajo.
— ¡Gleowyn! — exlamó mientras se levantaba — ¿Cómo han llegado?
— Discutiremos eso más tarde — respondió — tenemos orcos que matar
Y así los dos volvieron al combate.
La desordenada retirada se había convertido en una retirada compacta. Donde los enanos formaban una primera línea defensiva que retrocedía a paso lento. Los pocos hombres en la calle formaron la segunda línea, lanzando estocadas cuando los enanos se veían sobrepasados. Los arqueros en los techos habían desaparecido. Muchos muertos, otros buscando el camino de la batalla en las calles.
Varias calles retrocedieron dejando un camino bien marcado de enemigos ultimados, pero nadie se atrevía  a tomar la ofensiva. A cada callejón que cruzaban aparecía otra tropa orca para intentar flanquearlos. Elaran sintió en su corazón la triste certeza de que ellos eran los únicos que resistían en toda la ciudad del lago.
Kiora y Luzzen no se separaron desde su reencuentro. Pocas palabras intercambiaron, pero no hacía falta más. El brillo de sus ojos dijo todo lo que debían decirse. Continuaron luchando junto con los demás en las calles.
Cuando ya casi no quedaba fuerza para seguir, cuando la primera línea de enanos comenzaba a sucumbir, desde la retaguardia comenzaron a abrir paso, llegando este canal hasta la primera línea, por la cual emergieron dando un grito ensordecer Dain y Brand, comandando los refuerzos que tanto esperaban, amedrentando la confianza del enemigo.
Así, y no sin emplear un gran esfuerzo, el ejército de mordor comenzó a retroceder, perdiendo todas las posiciones ganadas.
— ¡Adelante! — gritó Dain — sin piedad.
Los orcos retrocedieron hasta la entrada de la ciudad del lago, escapando a duras penas de la furia del ejército unido de Hombres y Enanos.
Al mediodía del primer día de batalla, los defensores gritaban de júbilo al expulsar al enemigo.
Pero Dain no sonreía mientras hablaba con un igual serio Brand. Elaran seguido de Gleowyn, Luzzen y Kiora se les acercó para saber los movimientos a seguir.
Se comentó la situación del bosque negro, lo que descartó cualquier asistencia inmediata por parte de los Elfos Silvanos.
Poco hablaron pero mucho entendieron. Debían prepararse para el contraataque y esperar a que los Elfos pudieran romper el cerco y asistirles. Dain era consciente de que no resistirían otra embestida de Mordor solos.






(4)
Todos los civiles que no pudieran empuñar un arma fueron enviados al interior de Erebor. El resto permaneció en la ciudad de Valle, sellando cualquier posible entrada que no fuera la principal. Luego de eso los combinados de hombres y enanos, prepararon un par de sorpresas para el enemigo en los campos de batalla.
— ¿Crees que esto funcionará? — le preguntó Gleowyn a Elaran.
— Funcionará lo mejor que sea posible — contestó sin dejar los trabajos.
— Por favor, Elaran — dijo la hechicera tomándole de la muñeca al Montaraz — tienes que descansar. ¿O quieres dormirte en el medio de la batalla?
— Nuestros enemigos no descansan — contestó lo más amablemente que pudo — ¿Por qué debería hacerlo yo? — ella lo soltó impactada por la resolución del Montaraz — perdón. Pero no puedo detenerme.
Algo dentro de la hechicera empujaba con mucha fuerza. Algo desconocido y que ella nunca anheló. Sintió la necesidad de cuidar un poco más a ese terco. Ya durante la convalecencia del montaraz había deseado que se recuperara, quizás por mayores motivos que los que se atrevió a admitir. Se apartó en un intento de luchar contra el torrente de emociones que se precipitaba sobre ella, con una mano en la cabeza, pero ésta vez no logró escapar. Una semilla plateada germinó durante mucho tiempo y finalmente sus brotes habían eclosionado, ramificándose en todo su corazón, imperceptible al resto de su cuerpo y mente, como una nube polizona detrás de una montaña.
¿Cómo brota todo eso en este momento?, piensa ella. El muro de piedra que por años había levantado alrededor de sí para protegerse se viene abajo a pedazos.  Se siente vulnerable, justo antes de los momentos decisivos de la batalla y sabe lo peligroso que eso es. Vuelve el rostro y mira a Elaran callado, llevando objetos pesados hacia las barricadas y por un momento recuerda el día en que lo conoció. Había luchado contra él pensando que se trataba de un enemigo. El tiempo pasó desde entonces y cada aventura vivida la acercó cada vez más a él sin darse cuenta. Ya no era un simple montaraz, ni deseaba que se alejara de ella.

Elaran pasó de nuevo cerca de ella, y ella le cerró el paso. La incomodidad y nerviosismo en la cara del Montaraz le resultó evidente.
De a poco, achicó la distancia entre ambos, leyendo la mirada que no se apartaba de ella.

          En tanto, Elaran sentía su corazón más acelerado que en la última batalla. ¿Cómo era posible eso? No deseaba otra cosa que Gléowyn se acercara de una vez. Podía leer en los ojos de la hechicera una luz que no creía ser capaz de ver. Como una luz de épocas antiguas.
La vio luchar, la conoció en un momento inesperado. La vio… la vio y la vio. Solo cuando ella le tomó de la muñeca, con ese toque, supo que aquella cosa en su interior era algo que no solo le pertenecía a él.
No sabe qué hacer. La ve lejana. Nunca tuvo una compañera como ella en batallas,  que lo haya seguido sin dudar y que nunca dejara de creer en él.
Quiere besarla y abrazarla y sentir su piel. Alejarla de esa batalla terrible que se avecina, no quiere que le pase nada malo.

Pero sabe que no puede y que ella no quiere hacer tampoco.
Se convenció en ese instante, al ver esos hermosos ojos, vivos como los rayos de una tormenta, que la batalla podía esperar.
— Gleowyn — dijo cuando la tuvo al alcance.
Antes de que ella pudiera contestar a su mención, Elaran retomó todo el valor que tuvo contra el dragón y la tomó de los dos brazos y la atrajo para sí, uniendo sus labios en un beso que rememoraba los tiempos pasados de la tierra media.
Una batalla se libró en sus bocas, mientras los brazos buscaban la calidez del cuerpo del otro. Algo nacía inesperadamente entre ellos, algo que no pensaba detenerse.
No hubo palabras, no resultaron necesarias y cuando se separaron, apoyando sus frentes y agitados, ya estaba todo dicho. Abrieron los ojos, encontrándose de otra manera.
Tomados de la mano escaparon a una casa vacía cercana, una que conoció a dos nuevos seres en una nueva aventura.






(5)
No muy lejos de allí, Luzzen y Kiora regresaban de una exploración e informaban a Dain de la situación del enemigo.
— Ya han ocupado la ciudad del lago — informó la elfa saltando del caballo en un movimiento ágil — no tardarán en marchar hacia aquí.
— Seguramente intentarán un ataque frontal total — dijo Luzzen — y le han llegado refuerzos. Orcos, Uruks, Trolls, Wargos, catapultas y se acercaban algunos Hombres de Harad y Mumakil.
El trayecto de regreso hasta el caballo había sido más dificultoso que el de ida. Las tropas orcas ya comenzaban a desplegarse. Luzzen intentó escuchar las charlas de los orcos con la esperanza de obtener noticia sobre el bosque negro, pero ninguna palabra se mencionó sobre el reino de los elfos silvanos.
— Estaremos solos ante un enemigo poderoso — aseguró Luzzen con seriedad.
— Una vez más esta tierra se manchará de sangre — comentó Dain — y dos veces en mi vida. Afortunados somos de tener esta batalla a nuestras puertas.
— Eres un ser extraño, Lord Dain — comentó Brand — ya lo habían dicho mis antepasados. Pero ahora lo confirmo. Entiendo tu entusiasmo. Seremos los protagonistas del final de una era, pero mi corazón aún carga un poco de miedo ante el enemigo numeroso.
— ¡Bha! — se quejó Dain — Entre mayor el enemigo, mayor la victoria.
Brand no pudo más que sonreír ante aquella afirmación. Luzzen y Kiora se miraron asombrados. Ninguno de los dos sabía que Dain estaba preparando sorpresas en el interior de Erebor.






(6)
Diversas escaramuzas se dieron en los alrededores de la ciudad del lago y en el camino a Valle. Durante tres días, diversos grupos de hombres y enanos, atacaban a los exploradores del enemigo. Atacaban, mataban a todo orco, wargo y bestia oscura que veían y desaparecían antes de que pudieran recibir un contraataque.
Durante dos días hostigaron al enemigo, hasta que una patrulla de exploración enana, de los cuales habían partido cinco pero solo regresaron dos y muy heridos, avisó a Dain que el enemigo ya estaba en marcha hacia Erebor. Y se encontraba a escasa distancia de Valle.

(7)
El cuerno de Mordor inundó el aire cuando el ejército negro entró a toda velocidad en Valle.
Pero esta vez no hubo espera. La orden de Dain era clara.
— Nada de esperar — dijo — nada de piedad. ¡Reguemos la tierra con su sangre!
Y la orden, se cumplió al pie de la letra.