(1)
Rivendel
Las noticias sobre la compañía
del anillo, dejaban claro únicamente lo sucedido con Aragorn, Legolas, Gimli y
Gandalf. Muy preocupado se encontraba Elrond esos días. La Batalla en el Abismo
de Helm se había tornado a favor de los pueblos libres de la Tierra Media, pero
solo gracias a la intervención de Gandalf y Erkenbrand, Señor del Folde Oeste.
— Mucho me preocupa la reacción
de Sauron — explicó a Elaran en una de sus reuniones — Temo que el Señor Oscuro
no esperará a reaccionar. Su derrota en el Abismo de Helm, le ha demostrado que
aunque Rohan se ha debilitado, no ha perecido.
Las cosas sobre la Tierra Media,
no marchaban en el orden que se esperaba. Un Dragón suelto, refutando la teoría
de que Smaug había sido el último, legiones preparándose para un ataque en el
Norte y peor aún, ¡Dos Hobbits solos marchando a destruir el Anillo Único!
— Nunca hay que subestimar el
corazón de los Hombres de Rohan — Elaran albergaba una pequeña esperanza en su
corazón — mucho he escuchado de su bravura en momentos de adversidad. Cuando
sean llamados a la guerra, responderán con cuernos y espadas.
— Has dicho bien, Elaran —
congenió Elrond — pero nosotros tenemos otros asuntos más urgentes para tratar
— ingresaron al recinto que otrora sirviera de lugar de reuniones para el
Concilio Blanco — El Norte no está preparado para un ataque masivo y sorpresivo
— antes de ingresar a la reunión, Elrond agregó — hay algo diferente en ti
Elaran. Puedo percibir que has cambiado desde la última vez que nos vimos, pero
no puedo discernir qué.
En el lugar ya se encontraban
Luzzen, vistiendo unas ropas verdes y livianas, traídas por sus congéneres
desde Lothlorien. A su lado Gleowyn se puso de pie al verlo entrar. A su cintura pendía su
espada, pero en su mano derecha, se sorprendió de ver un báculo de madera con
una punta en forma de serpiente emplumada de blanco.
— Parece que te has convertido
oficialmente en hechicera, mi querida Gleowyn — comentó Elaran mientras tomaba
asiento.
— Aquí le llaman “Maestro de las
Tradiciones” — contestó ella — sea lo que sea que eso signifique.
— ¿Cómo estás de tus heridas,
Luzzen? — preguntó.
— Bien — contestó él — en esta
semana no he tenido recaídas y he sido bien atendido gracias a una enviada del
Maestro Elrond.
Al recordar a Kiora, los ojos de
Luzzen brillaron con la intensidad del sol. Pocas veces había contemplado
semejante belleza. Eso le asustó, pero inmediatamente el corazón dio un latido
más fuerte y se alegró.
— Por cierto — interrumpió Elrond
— los demás no tardarán en llegar.
A ninguno de los tres les llamó
la atención del comentario de Elrond. Mucho habían escuchado sobre el segundo
grupo que partiría junto a ellos en busca del Dragón. El nombre de los miembros
de la segunda expedición se mantuvo en secreto y todos habían sido convocados a
una reunión común para discutir los últimos sucesos.
— ¿Qué ha pasado con las piedras
que encontramos en Carn Dum? — preguntó Gleowyn.
— Lo que más debes saber, Gleowyn
— Elrond la miró fijo, estudiando cada uno de sus movimientos — es que han sido
llevadas a un lugar seguro por la Dama Galadriel. Sé que has sentido el poder
en ti. Pero te aseguro, nada que haya sido tocado por la oscuridad, conviene
ser utilizado. El Anillo Único es prueba de ello.
Gleowyn asintió, borrando con
todas sus fuerzas la imagen y la sensación que había tenido en sus manos, en su
cuerpo, en su ser. Intentó olvidarlo y casi lo logra. Solo dejando una
sensación de olvido pasajero
— Si las gemas solo pueden ser
tocadas por seres puros como nos has dicho — intervino Luzzen — ¿Cómo es
posible que fueran llevadas a Carn Dum y usadas por los seres más oscuros de la
Tierra Media?
— La respuesta es simple si conoces la
historia completa— Elrond caminó, deteniéndose a un lado de Luzzen — allí donde
estás sentado, Saruman estuvo debatiendo con nosotros la imposibilidad de que
Sauron hubiera regresado a la Tierra Media — un frío le recorrió la espalda al Elfo
— así es. Muy probablemente en ese momento o más adelante, luego de la
expulsión del Nigromante, Saruman comenzara a trabajar ya con Sauron. El
Traidor Saruman, es un ser que pese a su corrupción mantiene mucha de su
energía blanca y pura de antes. Su traición fue más profunda de lo que hubiéramos
imaginado.
— Entonces ha sido él — reafirmó Elaran
— bastante ocupado ha estado el mago y nadie lo ha visto.
— Es muy difícil sospechar de un aliado, Elaran,
Dúnedain de Erebor — se defendió Elrond — él estuvo allí conmigo, Galadriel,
Gandalf y Radagast. Combatió contra los nueve y nos ayudó a expulsar al
nigromante. ¿Cómo sospecharíamos? Si, debimos haber visto la traición, pero un
enemigo mucho más poderoso estaba rondando nuestra mente en ese momento. Y por
eso, Saruman pudo no solo construir el ejército de Isengard sino también
manipular esas piedras a favor de Sauron. ¿Cómo lo ha hecho? Todavía escapa a
mi conocimiento.
La turbación en el semblante de
Elrond, los preocupaba a todos. Nunca lo habían visto de esa manera. En ese
instante ingresaron al recinto, quedándose de pie, el segundo grupo que
partiría como soporte en la búsqueda de Uruloth.
(2)
Elrond en persona explicó el plan
a seguir, ideado junto a Glorfindel, que se encontraba patrullando los
alrededores de Rivendel, y Galadriel, regresada ya a Lothlorien.
Elaran, Luzzen y Gleowyn, atravesarían
las montañas nubladas sobre tres Águilas. Gwahir, señor de las Águilas,
insistió en este punto al sentir que su raza había sido retada a duelo por
Uruloth y no podía permitir dejar pasar tampoco el hecho de que una de ellas
casi pierde la vida luchando contra el Dragón. Los tres, llegarían a las cercanías
de Monte Gundabad y esperarían al segundo grupo si este no había llegado ya,
para montar campamento y vigilancia. La orden de Elrond era estricta, nada de
combate a menos que sea necesario. Debían asegurarse la presencia del Dragón.
Ésta de idea esperar, para nada
le gustaba a Elaran.
El segundo grupo estaría a cargo
de Calmacil, Elfo de confianza de Elrond. Y como miembro del grupo también
partiría Kiora. Al escuchar su nombre, Luzzen intentó simular su sorpresa, mas
no pudo hacerlo. En ese momento, creyó que era injusto que un ser tan blanco
como Kiora, partiera en una misión como les esperaba delante.
— Kiora puede asistirlos si están
heridos — dijo Elrond — ha sido una de quienes mejor han aprendido el arte
medicinal de nuestro pueblo. Mucho les servirán sus servicios en la tarea que
tienen por delante — se puso de pie y miró a todos — siéntanse afortunados y
que sus corazones no crezcan en preocupación. Mucho más apoyo tienen que la
compañía del anillo que necesitaba del secreto.
Dicho esto, Elrond dio las
últimas indicaciones, partirían al amanecer siguiente, y la reunión se dio por
finalizada.
(3)
La luz proyectada sobre una de
las cascadas de Rivendel durante el amanecer, iluminó la cara de Luzzen frente
a la de Kiora, que ya no portaba más aquel delicado vestido de seda con el que
la conoció, sino un traje de batalla azul oscuro y armadura de cuero. Llevaban
pocos minutos hablando. Pero para ambos resultaban bellos milenios.
— ¿Por qué no quieres que parta
en esta misión? — preguntó Kiora sorprendida.
— No es que no quiera — contestó
Luzzen — es que es una misión terrible la que nos espera.
— Lo sé — contestó ella y sonrió.
Nunca en su vida, Luzzen sintió el corazón acelerársele como en ese momento
—gracias por la preocupación. Pero necesitarán de mí si la misión es tan
terrible como dices.
No podía refutar esos argumentos.
El solo quería el bien para ella. No tenía ningún derecho de contrariar la
orden de Elrond y menos los deseos de Kiora.
Ella en ningún momento le quitó
la mirada de encima y parecía buscar dentro del corazón de Luzzen. Tratando de
desentrañar algo que no se puede definir con palabras.
— El mundo es un lugar oscuro —
dijo Luzzen — no quiero que algo malo te suceda — acarició la cara de Kiora y
partió al encuentro con sus compañeros que lo esperaban de pie junto a las
águilas.
Gleowyn jugaba con su báculo,
moviendo de mano en mano.
(4)
Sobre
las Montañas Nubladas (I)
Las tres Águilas que los
llevaban, avanzaban lento y volaban bajo. Tardarían el doble de tiempo, pero
así podrían coordinar mejor con el grupo de Calmacil. Tampoco había necesidad
de llamar la atención de las patrullas orcas que tanto comenzarían a abundar.
Pronto el clima se tornó frío y un viento de igual
temperatura azotó sus caras y las plumas.
— ¡Con este clima no vamos a tener que preocuparnos
de Uruloth! — gritó Elaran — el clima se va a encargar de nosotros.
— No sea tan pesimista, Montaraz — respondió el
Águila — pronto estaremos y… — una sombra apareció entre las nubes para luego
pasar junto a ellos a una impresionantes velocidad para luego perderse de vista
— ¿Qué fue eso?
Todos trataban de buscar a la sombra, pero había
desaparecido. Casi les parecía imposible que algo se moviera con semejante
agilidad en ese clima. Y sin embargo, todos temieron lo peor.
A los poco segundos, la silueta del Dragón apareció
frente a ellos y se acercaba con sus fauces abiertas.
En
las Montañas Nubladas (II)
El grupo comandado por Calmacil, en el cual también
marchaba Kiora, fue emboscado a poco de adentrarse en las Montañas Nubladas.
Aunque el grupo logró, a costa de varias bajas, repeler a los orcos, se
esparcieron por distintos lugares.
— ¿ Calmacil? — llamó Kiora — ¡ Calmacil! — pero
nadie respondió.
Kiora continuó avanzando en la dirección que traía
al empezar el combate.
Caminar se le hacía cada vez más difícil. Para
tratar de mantenerse en secreto al menos hasta el otro lado de la montaña Calmacil
había insistido en el paso que ahora recorrían, sin saber que semanas atrás,
Gandalf había intentado el mismo recorrido.
La joven Elfa, trató de encontrar a sus compañeros
perdidos. Pero solo dos regresaron al camino original y traían oscuras
noticias.
— Calmacil fue herido — dijo uno de ellos — si lo
capturaron o no, no lo sabemos.
Más adelante se toparon con otro Elfo. No portaba su
arco y la espada estaba teñida de sangre negra. Cerca de él se acerca el último
miembro perdido del grupo. En sus manos portaba la espada de Calmacil.
— Es increíble — dijo al acercarse. Kiora vio la
herida en la cabeza y comenzó a curarlo— solo falta Calmacil.
Entonces Kiora recordó la estrategia del ataque. Las
flechas habían sido disparadas muy cerca de ellos, pero no contra ellos. Todos
habían regresado menos Calmacil.
— Esto fue una emboscada — anunció — el objetivo era
capturar a Calmacil.
— ¿Capturarlo? — inquirió uno de los Elfos.
— Si, conoce demasiados secretos como para dejarlo
pasar tranquilamente — explicó Kiora — es muy posible que estuvimos siendo
vigilados desde el ingreso a este paso — observó los alrededores y no encontró
más nada que nieve blanca y en algunos lugares sucia con la sangre de los orcos
— debemos continuar. Nuestra misión es más importante — antes de continuar se
detuvieron en una cueva para recuperar fuerzas.
Muy preocupada quedó Kiora. Calmacil no era Elfo que
se pudiera capturar fácilmente. Lucharía hasta el final. Solo matándolo podrían
llevarlo a una guarida de orcos. O peor aún… a Mordor.
No fueron molestados en el resto del pasaje de las
montañas. Mientras hacían esto fueron testigos del final de un combate que pocas
veces se aprecia en la vida.
Sobre
las Montañas Nubladas (I)
A lo largo y a lo ancho de las montañas, lucharon
las Águilas y los tres valientes contra el dragón. Muchas veces estuvieron a
punto de perecer, a punto de caer y destrozarse el cuerpo contra los picos de
las montañas.
¿Qué hacía allí Uruloth? ¿No debía estar en
Gundabad?
Elaran pensó que podría estar buscando un lugar
propio dónde anidar. Pero descartó la idea. Solo entonces, se le ocurrió la
verdadera razón.
Rivendel…
El Dragón estaba tratando de llegar a Rivendel y
ellos se lo habían topado en el camino por pura casualidad. Un ataque
sorpresivo sobre tan sagrado lugar, no iba a encontrar resistencia organizada.
Sería una tragedia peor a la de Esgaroth.
— ¡Debemos matarlo! — gritó Luzzen cuando su Águila
se acercó a la de Elaran.
— La piel del Dragón es dura, no podremos — dijo —
pero podríamos alejarlo.
Al escuchar esto las Águilas se comunicaron entre sí
y encararon de frente al Dragón para esquivarlo a último momento. Luego, las
Águilas encararon hacia Isengard.
— ¡Debemos hacer algo más! — gritó Gleowyn — ¡No
podemos pasarnos la vida de un lado al otro!
Elaran comprendió que era cierto. El Dragón debía
ser eliminado en ese momento. Pero ¿Cómo? La historia contaba que el Arquero
Bardo, había logrado matar a Smaug gracias a una flecha negra que ingresó por
el pecho hasta el corazón, aprovechando una abertura en su armadura.
— ¡Te veo, Montaraz! — sonó la voz de Uruloth — te
veo allí con tus amigos. No podrán salvarse de mí. Soy el fuego que devorará
Imladris. Soy el fuego que devora la vida — por un instante las miradas de
Uruloth y Elaran se cruzaron. Fue un instante fugaz, pero el embrujo del dragón
intentó meterse en el corazón del Dúnedain — Estas diferente. Algo en ti ha
crecido, más allá de lo que puedes aguantar. Lo veo allí, subiendo,
consumiéndote — por un instante solo se escuchó las alas de Uruloth — Me siento
tentado a dejarte vivir para verte llorar sobre las cenizas de todo aquello que
amas. Pero esto empieza a terminar aquí, escoria— se elevó al cielo, buscando
una posición dónde atacar. Desde lo alto se escuchó la voz de Uruloth — ¿Crees
que puedes salvar Valle? No eres el gran arquero, ni un rey. Eres ¡Nada! Y nada
podrás hacer. ¡Valle arderá!
¿Qué otro punto débil podía tener? Pensó y pensó y
solo dos lugares se le ocurrió. Ojos y Boca. Pero ni por la bondad de todos los
Reyes de antaño se metería en la boca del Dragón. Pero ¡Debía matarlo!
— Tengo una idea — dijo — ¡Luzzen, prepara tu arco!
— ordenó y el elfo obedeció — cuando sea el momento dispara a la boca de
Uruloth, no puedes dudar ni un momento — bajó la cabeza hasta la altura de los
oídos del Águila murmurando algo.
— ¿Estás seguro de lo que me dices? — preguntó.
— No — contestó —
pero hay que intentarlo.
Le hizo señas a Gleowyn y se acercaron.
— Necesito que lo ciegues un momento — pidió —
¿Puedes hacer eso?
— Por supuesto — contestó levantando el báculo —
¿Qué piensas hacer?
— Ya lo verás — contestó y el águila se separó del
grupo.
Elaran y su emplumado transporte se acercaron a
Uruloth que volvía al ataque. Éste intentó quemarlos con su aliento ardiente,
pero el animal que montaba el montaraz resultaba mucho más rápido. Esquivaba
las bocanadas de fuego y los mordiscos. Se dejaba alcanzar y luego se movía
hacia atrás del implacable Dragón.
— ¿Qué está haciendo? — preguntó Luzzen.
— No tengo idea — contestó Gleowyn.
En determinado momento, Elaran y su acompañante, enfilaron a toda velocidad
contra ellos. Uruloth venía detrás, furioso, rugiendo, humillado.
Las dos Águilas les dejaron paso y entonces, Gleowyn
hizo uso por primera vez de su báculo y descargó un destello de luz frente a
los ojos de Uruloth que rugió de furia, parpadeando y moviéndose en todas
direcciones. Cuando se recuperó retomó la persecución.
La tercer Águila volvió a la formación con sus
hermanas. Pero sin Elaran sobre ella.
En
las Montañas Nubladas (II)
Para Kiora le resultó un gran
espectáculo en el cielo. Ella y sus compañeros Elfos no podían creer lo que
acababa de caer del cielo. Nunca en sus más alocados sueños, creyeron que fuera
posible.
Sobre
las Montañas Nubladas (III)
Gleowyn y Luzzen llamaban a su compañero, pero no lo
encontraban por ninguna parte. ¿Dónde podía estar? ¿Había caído del Águila?
Luzzen comenzó a pensar que debía haber disparado
las tres flechas con su arco. Que ese era el momento que le dijera Elaran. Miró
culposo a Gleowyn y ella continuaba mirando desesperada en todas direcciones.
¡No podía haber muerto tan fácilmente!
De pronto, los ojos de la hechicera se abrieron
tanto que parecían que quedarían colgando. Señaló con el báculo y Luzzen siguió
con la mirada. Lo que estaba viendo era imposible. ¿Cómo podía estar haciendo
eso? Preparó su arco, sus tres flechas y espero para ver que haría Elaran sobre
la cabeza de Uruloth.
Sobre
las Montañas Nubladas (IV)
Demasiada suerte tuvo de caer en la espalda de
uruloth, justo donde comienza el cuello. ¿Había sido su propia habilidad?
Imposible. Solo un Elfo podría completar esa hazaña. ¿Entonces cómo?
Comenzó a escalar por el cuello de Uruloth hasta su
cabeza de la misma manera en que caminaba por los bosques para no ser
detectado. Subió hasta la cabeza y desenvainó sus Espadas cortas, llamada una
Erthadan por su padre y la otra Fírmhiel por su madre. En ese momento Uruloth
lo detectó.
— ¿Eres tú, pequeño Montaraz? — dijo en tono de
sorna.
Comenzó a sacudir el cuerpo. Elaran se aferró con
todas sus fuerza, poco agarre tenía con las dos espadas en sus manos.
— ¡Nunca desafíes a la Tormenta de Fuego! — Uruloth
estaba fuera de sí, enceguecido por su orgullo — ¿Vencerme? ¿Quieres matarme?
¡Yo te enseñaré cómo se mata!
Tres flechas impactaron contra Uruloth y este se
volvió hacia su origen. Loco de rabia se lanzó al ataque. ¡¿Cómo se atrevían a
atacarlo?! Pequeñas escorias, inservibles, pequeños bocados para su estómago.
Conocerían ahora la furia del Dragón.
Sobre
las Montañas Nubladas (V)
Lo que las Águilas y Luzzen y Gleowyn presenciaron,
cambiarían para siempre la opinión que tenían del montaraz. Ellos sabían que
los Montaraces eran audaces, pero esto escapaba al esquema.
Los dos se preguntaron cómo era posible semejante
fuerza y agilidad por parte de Elaran. Y solo Gleowyn armó una respuesta en su
cabeza.
— Las piedras — balbuceó.
Nadie escuchó y aunque estuviese todo el ambiente en
silencio, con Gleowyn gritando, ninguno le hubiese prestado atención. Elaran
había dado la primera estocada. Uruloth gritaba y sangraba.
El Dragón intentó quitárselo de encima. Nunca en su
vida había experimentado el dolor y las promesas de grandeza y poder más allá
de su imaginación, le había hecho sentir que la indestructibilidad era su
segundo nombre,
Pero ahora, ese patético montaraz, le había clavado
una espada en el ojo derecho y el dolor era insoportable. Aparte de perder la
mitad del campo visual.
Se lanzó hacia adelante, en busca quizá de venganza
devorando a las Águilas y a los amigos de esa escoria. Pero los perdió de
vista. Otra espada se clavaba en él, esta vez en su ojo izquierdo.
— ¡Ahora, Luzzen! — gritó Elaran mientras se
agarraba con todas sus fuerzas — ¡Por mis antepasados, ahora!
No supo si el elfo le había escuchado, pronto todo
para él se convirtió en oscuridad. La extraña fuerza que lo envolviera,
producto de la adrenalina y quizá algo más, comenzó a desvanecerse.
Sobre
las Montañas Nubladas (VI)
Luzzen no había escuchado el grito de Elaran. Pero
vio al Dragón abrir sus fauces para gritar de dolor. Entonces, sacó tres
flechas del Carcaj y las puso sobre su arco. El Águila se arriesgó, acercándose
un poco más a Uruloth tratando de mantenerse de frente. La danza de dolor del
Dragón era muy alocada.
Vio a Gleowyn acercarse a él y apuntar con su
báculo. Desde la punta salió despedido una luz que hizo a Uruloth voltear hacia
donde estaban ellos.
Luzzen no dudó. Las flechas volaron, ingresando en
la boca de Uruloth, penetrando la carne hasta lo más profundo.
Uruloth, en un espasmo de muerte se impulsó hacia
adelante, matando de un golpe de mala
suerte al águila que portara a Gleowyn. Sin dudarlo el Elfo y su águila se
acercaron para salvarla, depositándola en el águila que usara Elaran.
El Dragón cayó y cayó hasta estrellarse contra los
picos de las montañas nubladas.
En
las Montañas Nubladas (III)
El grupo comandado ahora por Kiora, era la segunda
al mando después de Calmacil y la línea de mando se respetó, se acercó al
cuerpo de Uruloth. El Dragón había muerto y ahora yacía en un rincón de las
montañas nubladas. Ahora un cascarón inservible. Un recuerdo de la terrible
máquina de matar que fuera. Un sirviente menos del Señor Oscuro Sauron.
— Ahora si la raza de los Dragones ha abandonado la Tierra
Media — dijo y todo el grupo rompió en hurras y vítores — ¡Uruloth ha muerto!
Continuaron camino hasta el punto que habían
acordado en Rivendel. Si los tres estaban vivos, seguramente irían hasta allí.
Kiora deseó con todo su corazón que Luzzen estuviese
bien.
Sobre
las montañas nubladas (VII)
En un manotazo rápido, Gleowyn había agarrado a
Elaran el antebrazo mientras el Águila trataba de mantener el vuelo cerca,
arriesgándose demasiado.
Lo subió al lomo del animal haciendo acopio de todas
sus fuerzas, casi cayéndose, casi perdiendo su báculo. Lo logró utilizando toda
la fuerza del cuerpo, aplicando cada centímetro de su ser en salvar a su amigo
Montaraz.
Lo recostó sobre su regazo y cuando pudo recuperar
el aliento, lo miró.
— ¡Por la luz celestial, Elaran! — gritó bajando la
mirada — ¡Lo logramos! ¡Lo… — vio la cara del montaraz muy pálida y con los
ojos cerrados — ¿Elaran?
— ¿Qué sucede? — preguntó Luzzen.
— No sé — contestó Gleowyn — no reacciona.
La alegría en
el corazón de Luzzen fue reemplazada inmediatamente por la tristeza y la pesadumbre al ver a su amigo Montaraz mal herido, desmayado.
— Debemos llevarlo con Kiora — urgió Luzzen — ella
sabrá que hacer.
Aunque ya habían salido del clima helado de esa
parte de la montaña, la desesperación de Gleowyn continuaba como antes. No
podía perder un amigo justo ahora. ¡No era justo! Luzzen en cambio trató de
mantener la calma. La solución estaba cerca. La llevaba Kiora junto al grupo de
Elfos.
— No te preocupes, Gleowyn — dijo Luzzen — ella
sabrá qué hacer — y bajando la voz agregó — seguro sabe.
El montaraz comenzó a toser y a temblar. Gleowyn
puso su mano en el pecho tratando de calmarlo.
— Elaran — dijo — Por favor, amigo. No te mueras —
otra vez tosió, lanzando un poco de sangre por la boca — ¡Elaran!
FIN
DEL LIBRO 1