viernes, 23 de enero de 2015

"LA BATALLA DE VALLE" Cap. 5: ¿Éste es el Fin?



(1)

Rivendel

Las noticias sobre la compañía del anillo, dejaban claro únicamente lo sucedido con Aragorn, Legolas, Gimli y Gandalf. Muy preocupado se encontraba Elrond esos días. La Batalla en el Abismo de Helm se había tornado a favor de los pueblos libres de la Tierra Media, pero solo gracias a la intervención de Gandalf y Erkenbrand, Señor del Folde Oeste.
— Mucho me preocupa la reacción de Sauron — explicó a Elaran en una de sus reuniones — Temo que el Señor Oscuro no esperará a reaccionar. Su derrota en el Abismo de Helm, le ha demostrado que aunque Rohan se ha debilitado, no ha perecido.
Las cosas sobre la Tierra Media, no marchaban en el orden que se esperaba. Un Dragón suelto, refutando la teoría de que Smaug había sido el último, legiones preparándose para un ataque en el Norte y peor aún, ¡Dos Hobbits solos marchando a destruir el Anillo Único!
— Nunca hay que subestimar el corazón de los Hombres de Rohan — Elaran albergaba una pequeña esperanza en su corazón — mucho he escuchado de su bravura en momentos de adversidad. Cuando sean llamados a la guerra, responderán con cuernos y espadas.
— Has dicho bien, Elaran — congenió Elrond — pero nosotros tenemos otros asuntos más urgentes para tratar — ingresaron al recinto que otrora sirviera de lugar de reuniones para el Concilio Blanco — El Norte no está preparado para un ataque masivo y sorpresivo — antes de ingresar a la reunión, Elrond agregó — hay algo diferente en ti Elaran. Puedo percibir que has cambiado desde la última vez que nos vimos, pero no puedo discernir qué.
En el lugar ya se encontraban Luzzen, vistiendo unas ropas verdes y livianas, traídas por sus congéneres desde Lothlorien. A su lado Gleowyn se puso de pie al verlo entrar. A su cintura pendía su espada, pero en su mano derecha, se sorprendió de ver un báculo de madera con una punta en forma de serpiente emplumada de blanco.
— Parece que te has convertido oficialmente en hechicera, mi querida Gleowyn — comentó Elaran mientras tomaba asiento.
— Aquí le llaman “Maestro de las Tradiciones” — contestó ella — sea lo que sea que eso signifique.
— ¿Cómo estás de tus heridas, Luzzen? — preguntó.
— Bien — contestó él — en esta semana no he tenido recaídas y he sido bien atendido gracias a una enviada del Maestro Elrond.
Al recordar a Kiora, los ojos de Luzzen brillaron con la intensidad del sol. Pocas veces había contemplado semejante belleza. Eso le asustó, pero inmediatamente el corazón dio un latido más fuerte y se alegró.
— Por cierto — interrumpió Elrond — los demás no tardarán en llegar.
A ninguno de los tres les llamó la atención del comentario de Elrond. Mucho habían escuchado sobre el segundo grupo que partiría junto a ellos en busca del Dragón. El nombre de los miembros de la segunda expedición se mantuvo en secreto y todos habían sido convocados a una reunión común para discutir los últimos sucesos.
— ¿Qué ha pasado con las piedras que encontramos en Carn Dum? — preguntó Gleowyn.
— Lo que más debes saber, Gleowyn — Elrond la miró fijo, estudiando cada uno de sus movimientos — es que han sido llevadas a un lugar seguro por la Dama Galadriel. Sé que has sentido el poder en ti. Pero te aseguro, nada que haya sido tocado por la oscuridad, conviene ser utilizado. El Anillo Único es prueba de ello.
Gleowyn asintió, borrando con todas sus fuerzas la imagen y la sensación que había tenido en sus manos, en su cuerpo, en su ser. Intentó olvidarlo y casi lo logra. Solo dejando una sensación de olvido pasajero
— Si las gemas solo pueden ser tocadas por seres puros como nos has dicho — intervino Luzzen — ¿Cómo es posible que fueran llevadas a Carn Dum y usadas por los seres más oscuros de la Tierra Media?
 — La respuesta es simple si conoces la historia completa— Elrond caminó, deteniéndose a un lado de Luzzen — allí donde estás sentado, Saruman estuvo debatiendo con nosotros la imposibilidad de que Sauron hubiera regresado a la Tierra Media — un frío le recorrió la espalda al Elfo — así es. Muy probablemente en ese momento o más adelante, luego de la expulsión del Nigromante, Saruman comenzara a trabajar ya con Sauron. El Traidor Saruman, es un ser que pese a su corrupción mantiene mucha de su energía blanca y pura de antes. Su traición fue más profunda de lo que hubiéramos imaginado.
— Entonces ha sido él — reafirmó Elaran — bastante ocupado ha estado el mago y nadie lo ha visto.
 — Es muy difícil sospechar de un aliado, Elaran, Dúnedain de Erebor — se defendió Elrond — él estuvo allí conmigo, Galadriel, Gandalf y Radagast. Combatió contra los nueve y nos ayudó a expulsar al nigromante. ¿Cómo sospecharíamos? Si, debimos haber visto la traición, pero un enemigo mucho más poderoso estaba rondando nuestra mente en ese momento. Y por eso, Saruman pudo no solo construir el ejército de Isengard sino también manipular esas piedras a favor de Sauron. ¿Cómo lo ha hecho? Todavía escapa a mi conocimiento.
La turbación en el semblante de Elrond, los preocupaba a todos. Nunca lo habían visto de esa manera. En ese instante ingresaron al recinto, quedándose de pie, el segundo grupo que partiría como soporte en la búsqueda de Uruloth.


(2)
Elrond en persona explicó el plan a seguir, ideado junto a Glorfindel, que se encontraba patrullando los alrededores de Rivendel, y Galadriel, regresada ya a Lothlorien.
Elaran, Luzzen y Gleowyn, atravesarían las montañas nubladas sobre tres Águilas. Gwahir, señor de las Águilas, insistió en este punto al sentir que su raza había sido retada a duelo por Uruloth y no podía permitir dejar pasar tampoco el hecho de que una de ellas casi pierde la vida luchando contra el Dragón. Los tres, llegarían a las cercanías de Monte Gundabad y esperarían al segundo grupo si este no había llegado ya, para montar campamento y vigilancia. La orden de Elrond era estricta, nada de combate a menos que sea necesario. Debían asegurarse la presencia del Dragón.
Ésta de idea esperar, para nada le gustaba a Elaran.
El segundo grupo estaría a cargo de Calmacil, Elfo de confianza de Elrond. Y como miembro del grupo también partiría Kiora. Al escuchar su nombre, Luzzen intentó simular su sorpresa, mas no pudo hacerlo. En ese momento, creyó que era injusto que un ser tan blanco como Kiora, partiera en una misión como les esperaba delante.
— Kiora puede asistirlos si están heridos — dijo Elrond — ha sido una de quienes mejor han aprendido el arte medicinal de nuestro pueblo. Mucho les servirán sus servicios en la tarea que tienen por delante — se puso de pie y miró a todos — siéntanse afortunados y que sus corazones no crezcan en preocupación. Mucho más apoyo tienen que la compañía del anillo que necesitaba del secreto.
Dicho esto, Elrond dio las últimas indicaciones, partirían al amanecer siguiente, y la reunión se dio por finalizada.

(3)
La luz proyectada sobre una de las cascadas de Rivendel durante el amanecer, iluminó la cara de Luzzen frente a la de Kiora, que ya no portaba más aquel delicado vestido de seda con el que la conoció, sino un traje de batalla azul oscuro y armadura de cuero. Llevaban pocos minutos hablando. Pero para ambos resultaban bellos milenios.
— ¿Por qué no quieres que parta en esta misión? — preguntó Kiora sorprendida.
— No es que no quiera — contestó Luzzen — es que es una misión terrible la que nos espera.
— Lo sé — contestó ella y sonrió. Nunca en su vida, Luzzen sintió el corazón acelerársele como en ese momento —gracias por la preocupación. Pero necesitarán de mí si la misión es tan terrible como dices.
No podía refutar esos argumentos. El solo quería el bien para ella. No tenía ningún derecho de contrariar la orden de Elrond y menos los deseos de Kiora.
Ella en ningún momento le quitó la mirada de encima y parecía buscar dentro del corazón de Luzzen. Tratando de desentrañar algo que no se puede definir con palabras.
— El mundo es un lugar oscuro — dijo Luzzen — no quiero que algo malo te suceda — acarició la cara de Kiora y partió al encuentro con sus compañeros que lo esperaban de pie junto a las águilas.
Gleowyn jugaba con su báculo, moviendo de mano en mano.

(4)

Sobre las Montañas Nubladas (I)

Las tres Águilas que los llevaban, avanzaban lento y volaban bajo. Tardarían el doble de tiempo, pero así podrían coordinar mejor con el grupo de Calmacil. Tampoco había necesidad de llamar la atención de las patrullas orcas que tanto comenzarían a abundar.
Pronto el clima se tornó frío y un viento de igual temperatura azotó sus caras y las plumas.
— ¡Con este clima no vamos a tener que preocuparnos de Uruloth! — gritó Elaran — el clima se va a encargar de nosotros.
— No sea tan pesimista, Montaraz — respondió el Águila — pronto estaremos y… — una sombra apareció entre las nubes para luego pasar junto a ellos a una impresionantes velocidad para luego perderse de vista — ¿Qué fue eso?
Todos trataban de buscar a la sombra, pero había desaparecido. Casi les parecía imposible que algo se moviera con semejante agilidad en ese clima. Y sin embargo, todos temieron lo peor.
A los poco segundos, la silueta del Dragón apareció frente a ellos y se acercaba con sus fauces abiertas.

En las Montañas Nubladas (II)

El grupo comandado por Calmacil, en el cual también marchaba Kiora, fue emboscado a poco de adentrarse en las Montañas Nubladas. Aunque el grupo logró, a costa de varias bajas, repeler a los orcos, se esparcieron por distintos lugares.
— ¿ Calmacil? — llamó Kiora — ¡ Calmacil! — pero nadie respondió.
Kiora continuó avanzando en la dirección que traía al empezar el combate.
Caminar se le hacía cada vez más difícil. Para tratar de mantenerse en secreto al menos hasta el otro lado de la montaña Calmacil había insistido en el paso que ahora recorrían, sin saber que semanas atrás, Gandalf había intentado el mismo recorrido.
La joven Elfa, trató de encontrar a sus compañeros perdidos. Pero solo dos regresaron al camino original y traían oscuras noticias.
— Calmacil fue herido — dijo uno de ellos — si lo capturaron o no, no lo sabemos.
Más adelante se toparon con otro Elfo. No portaba su arco y la espada estaba teñida de sangre negra. Cerca de él se acerca el último miembro perdido del grupo. En sus manos portaba la espada de Calmacil.
— Es increíble — dijo al acercarse. Kiora vio la herida en la cabeza y comenzó a curarlo— solo falta Calmacil.
Entonces Kiora recordó la estrategia del ataque. Las flechas habían sido disparadas muy cerca de ellos, pero no contra ellos. Todos habían regresado menos Calmacil.
— Esto fue una emboscada — anunció — el objetivo era capturar a Calmacil.
— ¿Capturarlo? — inquirió uno de los Elfos.
— Si, conoce demasiados secretos como para dejarlo pasar tranquilamente — explicó Kiora — es muy posible que estuvimos siendo vigilados desde el ingreso a este paso — observó los alrededores y no encontró más nada que nieve blanca y en algunos lugares sucia con la sangre de los orcos — debemos continuar. Nuestra misión es más importante — antes de continuar se detuvieron en una cueva para recuperar fuerzas.
Muy preocupada quedó Kiora. Calmacil no era Elfo que se pudiera capturar fácilmente. Lucharía hasta el final. Solo matándolo podrían llevarlo a una guarida de orcos. O peor aún… a Mordor.
No fueron molestados en el resto del pasaje de las montañas. Mientras hacían esto fueron testigos del final de un combate que pocas veces se aprecia en la vida.

Sobre las Montañas Nubladas (I)

A lo largo y a lo ancho de las montañas, lucharon las Águilas y los tres valientes contra el dragón. Muchas veces estuvieron a punto de perecer, a punto de caer y destrozarse el cuerpo contra los picos de las montañas.
¿Qué hacía allí Uruloth? ¿No debía estar en Gundabad?
Elaran pensó que podría estar buscando un lugar propio dónde anidar. Pero descartó la idea. Solo entonces, se le ocurrió la verdadera razón.
Rivendel…
El Dragón estaba tratando de llegar a Rivendel y ellos se lo habían topado en el camino por pura casualidad. Un ataque sorpresivo sobre tan sagrado lugar, no iba a encontrar resistencia organizada. Sería una tragedia peor a la de Esgaroth.
— ¡Debemos matarlo! — gritó Luzzen cuando su Águila se acercó a la de Elaran.
— La piel del Dragón es dura, no podremos — dijo — pero podríamos alejarlo.
Al escuchar esto las Águilas se comunicaron entre sí y encararon de frente al Dragón para esquivarlo a último momento. Luego, las Águilas encararon hacia Isengard.
— ¡Debemos hacer algo más! — gritó Gleowyn — ¡No podemos pasarnos la vida de un lado al otro!
Elaran comprendió que era cierto. El Dragón debía ser eliminado en ese momento. Pero ¿Cómo? La historia contaba que el Arquero Bardo, había logrado matar a Smaug gracias a una flecha negra que ingresó por el pecho hasta el corazón, aprovechando una abertura en su armadura.
— ¡Te veo, Montaraz! — sonó la voz de Uruloth — te veo allí con tus amigos. No podrán salvarse de mí. Soy el fuego que devorará Imladris. Soy el fuego que devora la vida — por un instante las miradas de Uruloth y Elaran se cruzaron. Fue un instante fugaz, pero el embrujo del dragón intentó meterse en el corazón del Dúnedain — Estas diferente. Algo en ti ha crecido, más allá de lo que puedes aguantar. Lo veo allí, subiendo, consumiéndote — por un instante solo se escuchó las alas de Uruloth — Me siento tentado a dejarte vivir para verte llorar sobre las cenizas de todo aquello que amas. Pero esto empieza a terminar aquí, escoria— se elevó al cielo, buscando una posición dónde atacar. Desde lo alto se escuchó la voz de Uruloth — ¿Crees que puedes salvar Valle? No eres el gran arquero, ni un rey. Eres ¡Nada! Y nada podrás hacer. ¡Valle arderá!
¿Qué otro punto débil podía tener? Pensó y pensó y solo dos lugares se le ocurrió. Ojos y Boca. Pero ni por la bondad de todos los Reyes de antaño se metería en la boca del Dragón. Pero ¡Debía matarlo!
— Tengo una idea — dijo — ¡Luzzen, prepara tu arco! — ordenó y el elfo obedeció — cuando sea el momento dispara a la boca de Uruloth, no puedes dudar ni un momento — bajó la cabeza hasta la altura de los oídos del Águila murmurando algo.
— ¿Estás seguro de lo que me dices? — preguntó.
— No — contestó —  pero hay que intentarlo.
Le hizo señas a Gleowyn y se acercaron.
— Necesito que lo ciegues un momento — pidió — ¿Puedes hacer eso?
— Por supuesto — contestó levantando el báculo — ¿Qué piensas hacer?
— Ya lo verás — contestó y el águila se separó del grupo.
Elaran y su emplumado transporte se acercaron a Uruloth que volvía al ataque. Éste intentó quemarlos con su aliento ardiente, pero el animal que montaba el montaraz resultaba mucho más rápido. Esquivaba las bocanadas de fuego y los mordiscos. Se dejaba alcanzar y luego se movía hacia atrás del implacable Dragón.
— ¿Qué está haciendo? — preguntó Luzzen.
— No tengo idea — contestó Gleowyn.
En determinado momento, Elaran  y su acompañante, enfilaron a toda velocidad contra ellos. Uruloth venía detrás, furioso, rugiendo, humillado.
Las dos Águilas les dejaron paso y entonces, Gleowyn hizo uso por primera vez de su báculo y descargó un destello de luz frente a los ojos de Uruloth que rugió de furia, parpadeando y moviéndose en todas direcciones. Cuando se recuperó retomó la persecución.
La tercer Águila volvió a la formación con sus hermanas. Pero sin Elaran sobre ella.

En las Montañas Nubladas (II)

Para Kiora le resultó un gran espectáculo en el cielo. Ella y sus compañeros Elfos no podían creer lo que acababa de caer del cielo. Nunca en sus más alocados sueños, creyeron que fuera posible.

Sobre las Montañas Nubladas (III)

Gleowyn y Luzzen llamaban a su compañero, pero no lo encontraban por ninguna parte. ¿Dónde podía estar? ¿Había caído del Águila?
Luzzen comenzó a pensar que debía haber disparado las tres flechas con su arco. Que ese era el momento que le dijera Elaran. Miró culposo a Gleowyn y ella continuaba mirando desesperada en todas direcciones. ¡No podía haber muerto tan fácilmente!
De pronto, los ojos de la hechicera se abrieron tanto que parecían que quedarían colgando. Señaló con el báculo y Luzzen siguió con la mirada. Lo que estaba viendo era imposible. ¿Cómo podía estar haciendo eso? Preparó su arco, sus tres flechas y espero para ver que haría Elaran sobre la cabeza de Uruloth.

Sobre las Montañas Nubladas (IV)

Demasiada suerte tuvo de caer en la espalda de uruloth, justo donde comienza el cuello. ¿Había sido su propia habilidad? Imposible. Solo un Elfo podría completar esa hazaña. ¿Entonces cómo?
Comenzó a escalar por el cuello de Uruloth hasta su cabeza de la misma manera en que caminaba por los bosques para no ser detectado. Subió hasta la cabeza y desenvainó sus Espadas cortas, llamada una Erthadan por su padre y la otra Fírmhiel por su madre. En ese momento Uruloth lo detectó.
— ¿Eres tú, pequeño Montaraz? — dijo en tono de sorna.
Comenzó a sacudir el cuerpo. Elaran se aferró con todas sus fuerza, poco agarre tenía con las dos espadas en sus manos.
— ¡Nunca desafíes a la Tormenta de Fuego! — Uruloth estaba fuera de sí, enceguecido por su orgullo — ¿Vencerme? ¿Quieres matarme? ¡Yo te enseñaré cómo se mata!
Tres flechas impactaron contra Uruloth y este se volvió hacia su origen. Loco de rabia se lanzó al ataque. ¡¿Cómo se atrevían a atacarlo?! Pequeñas escorias, inservibles, pequeños bocados para su estómago. Conocerían ahora la furia del Dragón.


Sobre las Montañas Nubladas (V)

Lo que las Águilas y Luzzen y Gleowyn presenciaron, cambiarían para siempre la opinión que tenían del montaraz. Ellos sabían que los Montaraces eran audaces, pero esto escapaba al esquema.
Los dos se preguntaron cómo era posible semejante fuerza y agilidad por parte de Elaran. Y solo Gleowyn armó una respuesta en su cabeza.
— Las piedras — balbuceó.
Nadie escuchó y aunque estuviese todo el ambiente en silencio, con Gleowyn gritando, ninguno le hubiese prestado atención. Elaran había dado la primera estocada. Uruloth gritaba y sangraba.
El Dragón intentó quitárselo de encima. Nunca en su vida había experimentado el dolor y las promesas de grandeza y poder más allá de su imaginación, le había hecho sentir que la indestructibilidad era su segundo nombre,
Pero ahora, ese patético montaraz, le había clavado una espada en el ojo derecho y el dolor era insoportable. Aparte de perder la mitad del campo visual.
Se lanzó hacia adelante, en busca quizá de venganza devorando a las Águilas y a los amigos de esa escoria. Pero los perdió de vista. Otra espada se clavaba en él, esta vez en su ojo izquierdo.
— ¡Ahora, Luzzen! — gritó Elaran mientras se agarraba con todas sus fuerzas — ¡Por mis antepasados, ahora!
No supo si el elfo le había escuchado, pronto todo para él se convirtió en oscuridad. La extraña fuerza que lo envolviera, producto de la adrenalina y quizá algo más, comenzó a desvanecerse.

Sobre las Montañas Nubladas (VI)

Luzzen no había escuchado el grito de Elaran. Pero vio al Dragón abrir sus fauces para gritar de dolor. Entonces, sacó tres flechas del Carcaj y las puso sobre su arco. El Águila se arriesgó, acercándose un poco más a Uruloth tratando de mantenerse de frente. La danza de dolor del Dragón era muy alocada.
Vio a Gleowyn acercarse a él y apuntar con su báculo. Desde la punta salió despedido una luz que hizo a Uruloth voltear hacia donde estaban ellos.
Luzzen no dudó. Las flechas volaron, ingresando en la boca de Uruloth, penetrando la carne hasta lo más profundo.
Uruloth, en un espasmo de muerte se impulsó hacia adelante,  matando de un golpe de mala suerte al águila que portara a Gleowyn. Sin dudarlo el Elfo y su águila se acercaron para salvarla, depositándola en el águila que usara Elaran.
El Dragón cayó y cayó hasta estrellarse contra los picos de las montañas nubladas.

En las Montañas Nubladas (III)

El grupo comandado ahora por Kiora, era la segunda al mando después de Calmacil y la línea de mando se respetó, se acercó al cuerpo de Uruloth. El Dragón había muerto y ahora yacía en un rincón de las montañas nubladas. Ahora un cascarón inservible. Un recuerdo de la terrible máquina de matar que fuera. Un sirviente menos del Señor Oscuro Sauron.
— Ahora si la raza de los Dragones ha abandonado la Tierra Media — dijo y todo el grupo rompió en hurras y vítores — ¡Uruloth ha muerto!
Continuaron camino hasta el punto que habían acordado en Rivendel. Si los tres estaban vivos, seguramente irían hasta allí.
Kiora deseó con todo su corazón que Luzzen estuviese bien.

Sobre las montañas nubladas (VII)

En un manotazo rápido, Gleowyn había agarrado a Elaran el antebrazo mientras el Águila trataba de mantener el vuelo cerca, arriesgándose demasiado.
Lo subió al lomo del animal haciendo acopio de todas sus fuerzas, casi cayéndose, casi perdiendo su báculo. Lo logró utilizando toda la fuerza del cuerpo, aplicando cada centímetro de su ser en salvar a su amigo Montaraz.
Lo recostó sobre su regazo y cuando pudo recuperar el aliento, lo miró.
— ¡Por la luz celestial, Elaran! — gritó bajando la mirada — ¡Lo logramos! ¡Lo… — vio la cara del montaraz muy pálida y con los ojos cerrados — ¿Elaran?
— ¿Qué sucede? — preguntó Luzzen.
— No sé — contestó Gleowyn — no reacciona.
La alegría en

el corazón de Luzzen fue reemplazada inmediatamente por la tristeza y la pesadumbre al ver a su amigo Montaraz mal herido, desmayado.
— Debemos llevarlo con Kiora — urgió Luzzen — ella sabrá que hacer.
Aunque ya habían salido del clima helado de esa parte de la montaña, la desesperación de Gleowyn continuaba como antes. No podía perder un amigo justo ahora. ¡No era justo! Luzzen en cambio trató de mantener la calma. La solución estaba cerca. La llevaba Kiora junto al grupo de Elfos.
— No te preocupes, Gleowyn — dijo Luzzen — ella sabrá qué hacer — y bajando la voz agregó — seguro sabe.
El montaraz comenzó a toser y a temblar. Gleowyn puso su mano en el pecho tratando de calmarlo.
— Elaran — dijo — Por favor, amigo. No te mueras — otra vez tosió, lanzando un poco de sangre por la boca — ¡Elaran!



FIN DEL LIBRO 1

viernes, 16 de enero de 2015

“LA BATALLA DE VALLE” Cap.4 pt. 8: Hacia la cima de Carn Dum

"Oscuridad y Fuego. Mi mente alcanzó un lugar en el que jamás había estado y me sentí muy confuso al reaccionar. Lo último que recuerdo es ver a la muerte acercarse, la tormenta de fuego cada vez más cerca de mi, de nosotros. Elaran y Gléowyn... Podía verlos pero no alcanzaba a tocarlos, y ellos no hacían nada. Al desvanecerse sus imágenes, destellos me encandilaban hacia todas las direcciones, y los gritos me aturdían, gritos de dolor, lenguas que jamás había escuchado. Luego vi a mi amado Lothlorien, me aterré al verlo destruido, los árboles incendiados y a mis hermanos esclavos de inmundas criaturas, que los azotaban con fuerza y crueldad. Luego se desvaneció como un espejismo y un fuego intenso vino tras de mí, directo hacia mi cara, casi sentí como quemaba mi piel y como saturaba mi alma de penuria y desesperación. Vi a los pueblos libres de la tierra media ser sometidos por las fuerzas de la oscuridad, un gran gusano, un dragón, parado sobre una montaña rocosa y fría como el más desgarrador invierno, soltó un gruñido que llego a golpear mis oídos tan fuerte que sentí la necesidad de correr y no mirar atrás. De pronto todo volvió a oscurecer, y me encontré parado frente a un muro de árboles, nada mas podía ver a mis costados, y una gran muralla de enredaderas con espinas punzantes y afiladas que hasta cortaban la mínima brisa que podía llegar a sentirse, su altura era tal, que no podía divisar un cielo o un techo. Y al entrar por un pasadizo me di cuenta que estaba en un laberinto, que hacía que mis pies me pesaran como si no pudiese levantarlos para dar pasos, todo era tenebroso y un constante ruido de cascos detrás de mi me tenía como presa acorralada por su cazador al acecho, pensé que había logrado pasar a la otra vida pero, no dejaba de sentir dolor y penas, sentía que me agitaba y transpiraba pero estaba intacto, y de pronto el largo trecho de laberinto pareció venir violentamente hacia mí, achicándose, y en el final de éste, un gran ojo, todo cubierto de fuego me miraba y me acoso de tal manera mi corazón pareció detenerse, implantó el miedo en mi ser por un instante. "Lasto beth nin. Tolo dan na ngalad." Se escucho a lo lejos, una voz conocida, que no logre identificar por el hecho de estar tan aterrado, y con el ojo fijo en mi, rebosando de fuego y maldad pura, vuelve a escucharse "Lasto beth nin. Tolo dan na ngalad Luzzen." Esta vez con una voz dulce y hermosa. Instantáneamente la voz curó mi penumbra y mi temor, esparciendo al Gran Ojo lleno de fuego como si fueran cenizas, alejándolo y dejando todo en blanco. Un blanco único, y resplandeciente como la más hermosa estrella de nuestro cielo. Empecé a escuchar el sonido del agua chocar contra unas rocas, y el viento suave acariciar mi cara. De a poco fui recuperándome de mi casi eterno sueño, y cuando por fin desperté, frente a mi estaba lo más hermoso que jamás había visto en seiscientos años."

Al verla, Luzzen intentó incorporarse, pero una mano suave lo detuvo.

—  Debes descansar, el veneno aún está en tu cuerpo.

Su voz era cálida y le producía la más profunda calma. Volvió a recargar su cabeza contra la cama en la que se encontraba, sin poder dejar de mirar esos ojos de un verde esmeralda intenso. El rostro de aquella elfa era blanco y puro como marfil tallado y el cabello, del color de la madera fresca le caía por los lados del pecho en suaves ondas que terminaban en su cintura. Y la contempló como si se tratara de una aparición. Ante él era una revelación, y no podía imaginar un mayor alivio al salir de aquel túnel de horrores inmensos y tormento. Grandes pilares se alzaban alrededor dejando entrar libremente la luz del sol y la música de la cascada que caía por el costado de la montaña.

—  Dime, criatura, ¿Es que he muerto y tú has venido a darme la bienvenida al reino de mis ancestros?

Ella colocó una mano sobre su frente. La forma en que ahuyentaba el pesar de su mente era inaudita.

—  Aún tienes fiebre, Luzzen de Lothlórien. El veneno estaba destinado a llevarte, no a la muerte sino a la locura para forzar tus palabras. En poco tiempo el delirio se disipará y volverá tu fuerza. Estás a salvo ahora en Rivendel.

Se levantó de su lado con un cuenco en la mano en el que había compresas y vendajes. Luzzen comprendió que ella era quien había cuidando de él y sus heridas hasta el momento en que volvió en sí.

—  Tus compañeros, la hechicera y el dúnedain, han estado esperando por tu despertar — dijo mientras se dirigía a la puerta, y Luzzen sintió otro aliento de vida regresar a él—. Se encuentran bien —agregó al ver el súbito gesto de preocupación del elfo.

— Espera…— dijo Luzzen al ver que ella se disponía a abandonar la habitación — ¿A dónde vas?

—  Has vuelto a la luz. Ahora estás fuera de peligro y no necesitas más de mí.

—  Si has sido tú quien me ha salvado, en deuda estoy contigo…
—  Es mi deber atender a aquellos hermanos caídos que buscan resguardo en la casa de mi señor Elrond.

La elfa caminó nuevamente hacia la puerta pero la voz de Luzzen la detuvo por segunda vez.

— Dime tu nombre.

Se volvió hacia él.

—  Mi nombre es Kiora.

Al verse solo en la habitación se dio cuenta de que no podía descansar. Su mente y su corazón ahora estaban despiertos, con una nueva fuerza vibrando dentro de sí.



(2)


Elaran miraba hacia el vacío, recargado en el balcón. El paisaje era maravilloso, pero su mente divagaba demasiado como para prestarle atención alguna. Habían llegado con dificultad a Rivendel, y el águila se encontraba herida y cansada al igual que ellos. Gléowyn no había pronunciado palabra. Breve había sido su momento de descanso en el cual les habían proporcionado ropas nuevas y agua, y la fatiga era ahora innegable. Sin embargo la paz de aquel lugar los reconfortaba, y esperaban que su compañero despertara. Lord Elrond y la dama Galadriel discutían asuntos delicados y no habían podido hablar con ellos aún. La hechicera, sentada en un banco de piedra sostenía las gemas en la mano, observándolas con detenimiento. El montaraz lo sabía aún sin necesidad de voltear a verla.

— ¿Qué crees que sean? —  dijo ella al fin, rompiendo el largo silencio.
—  No lo sé —respondió él — Pero hemos visto su gran poder. Deberías dejar de tocarlas, Gléowyn.

Pero ella no le prestó atención. La mujer las miraba intensamente analizando cada detalle.
“Son hermosas”— pensó — “Increíblemente hermosas”.
El poder de aquellas gemas acariciaba sus manos casi a propósito. No pudo evitar que su mente, culposamente, imaginara lo que podría hacer con ellas. Quizás lograría encontrar su amada tierra. Quizás recuperaría su poder perdido. Quizás… sería aún más poderosa de lo que fue alguna vez y no habría enemigo capaz de dañarla, ¿Era acaso la sed de venganza contra aquel ser de antaño lo que ahora la seducía?

— ¡Gléowyn!

Ahora era el montaraz quien la había tomado por los hombros y traído de regreso a la realidad de una sacudida. Agitada y confundida por lo que había pasado, guardó torpemente las gemas en el bolso, mismo que arrancó de su cinto y arrojó lejos de ella. Se cubrió el rostro con las manos.

— Tanto poder corrompe —dijo Elaran — Es lo que ha ocurrido durante toda la historia. Fue lo que hizo nacer a los espectros del anillo. Su sed de poder.

—  He probado un poco —dijo ella recuperando la calma — y no pienso permitir que pase de nuevo.

Pasos los alertaron. Quizás aún con la experiencia de Carn Dum corriendo en sus venas sintieron por segundos que podría tratarse de un enemigo, pero quien entró a su encuentro era Luzzen. Al verlos su rostro se iluminó con una gran sonrisa.

— ¡Luzzen! — La hechicera corrió hacia él seguida por el montaraz. Lo abrazó haciéndole dar un grito ahogado olvidando que no se encontraba del todo ileso— Oh, lo siento…
El montaraz posó su pesada mano en el hombro del elfo.

—  Nos alegra verte con vida, mellon —dijo — después dicen que los Enanos son los únicos duros de esta tierra.
—  Jamás me hubiera perdonado haber caído antes que ustedes sin haber logrado protegerlos, amigos míos — respondió Luzzen tomando los brazos de sus compañeros.

La alegría del momento se contuvo cuando un elfo en amplia túnica se aproximó a ellos.

— La dama Galadriel y Lord Elrond desean verlos.

— Es hora —sentenció Elaran.
Gléowyn, con gesto sombrío recogió las gemas del suelo.

(3)

— Su poder es grande — dijo la Dama, observando las gemas que ahora descansaban sobre la mesa, sin tocarlas —. Están ahora ensombrecidas pues han sido empleadas para invocar un gran mal.

— ¿Qué son exactamente?— preguntó Gléowyn casi impaciente.
— Existen piedras — continuó Elrond observando a la hechicera —, que como éstas, poseen gran fuerza y poder. Su procedencia es pura, como la naturaleza misma y en las manos equivocadas puede desatar grandes desgracias. Su habilidad de exaltar los deseos secretos más allá de la razón, y más aún, su capacidad de encarnarlos, pueden embriagar de poder a quien las posea. Pienso que tú, hechicera, las utilizaste y pudiste probar un poco de sus terribles consecuencias.

Gléowyn recordó cuando utilizó una de ellas para llamar a las águilas. Bajó la mirada.

— ¿Pueden ser purificadas?— preguntó Luzzen.
— Lo dudo mucho —contestó Elrond —, han absorbido y generado una gran oscuridad.
— Deben haberlas utilizado como fuente de poder —intervino Elaran—. Las resguardaban con sumo recelo. Pero… ¿Para qué?

Se hizo un silencio entre ellos.

— La tormenta ardiente…— murmuró Luzzen— creció de manera desmesurada gracias a una magia oscura. Recuerdo haber visto destellos en aquella cueva de Brezal Marchito mientras ese ser oscuro arrojaba las auras hacia el dragón…

— ¿Quieres decir que es posible que las piedras de alguna forma le den fuerza a Uruloth?— preguntó el montaraz, mientras Galadriel y Elrond se observaban entre sí como si hablaran por medio de sus mentes.
— Es muy posible —dijo finalmente Galadriel—. Tal oscuridad sería justificada.
— Debemos destruirlas entonces — y Gléowyn se puso de pie.
— No es fácil — la detuvo la Dama —. Poderosos hechizos las protegen. Solo otro gran poder es capaz de obrar tal milagro.

Entonces, Galadriel observó hacia el balcón con intensidad. Los demás siguieron su mirada y a lo lejos, hacia el horizonte, algo se acercaba volando con dificultad. Se pusieron de pie mientras el águila que había quedado atrás para salvarlos, se acercaba. Los rostros de Elaran y Gléowyn, que habían presenciado el sacrificio de ésta, se iluminaron. El águila cayó a los pies de las puertas de Rivendel.

De inmediato descendieron a su encuentro. Gléowyn se arrodilló a su lado mientras un pequeño grupo de elfos la rodeaba.

— ¡Estás viva! ¿Cómo lograste escapar?
— En mi lucha caí, y la Tormenta Ardiente debió darme por muerta— dijo el águila con debilidad —. Pude verle volar en dirección a Gundabad… Deben apresurarse…

— Gundabad…— dijo Elaran mientras observaba la escena — Eso no debe traer nada bueno. Debemos hallar la manera de destruir aquellas piedras.
— Primero otra tarea hay que encomendarles — intervino Elrond — aquí en Imladris, las piedras estarán a salvo, no poseen las características del Anillo Único por lo que el señor oscuro no puede hallarlas — caminó acercándose a los tres aventureros — en cuanto puedan deben partir a Gundabad. Algo se teje allí. Un Dragón no escoge una morada por la sola razón de una huída. Alguien le debe estar esperando.

La dama Galadriel colocó su mano sobre la cabeza del águila, que se sumió en un profundo sueño.


viernes, 9 de enero de 2015

“LA BATALLA DE VALLE” Cap.4 pt. 6 y 7: Hacia la cima de Carn Dum



Aunque no creyeran que fuera posible, la situación se complicaba más.
Luego de divisar a Uruloth acercarse, escucharon a la tropa orca en la base de la escalera, gritar y rugir, exigiendo la sangre de los tres compañeros.
Luzzen dio dos pasos al frente levantando su arco, pero los brazos no le respondieron como debían. Se aflojaron al mismo tiempo que la vista se le nublaba.

                 — Géowyn — llamó el Elfo — Elaran — la vista se le nubló hasta sumirlo en el desmayo más profundo.

Ambos se acercaron y vieron como los ojos de Luzzen se transformaban en dos esferas blancas. Elaran logró sostener a su compañero en el último momento.


                - El veneno es demasiado fuerte para nosotros — sentenció el Dunedain — necesita medicina de su raza.

                 Gléowyn no estaba prestando atención. Había caminado hasta el borde de la escalera y esperaba la embestida del enemigo. De pie frente a los orcos, la única de los tres ilesa, miraba con intensidad.
A punto de dar la primera estocada, un gigante pasó frente a ella.
                 — Llegaron — dijo Elaran — las tres águilas que nos custodian desde el aire.

                En pocos segundos, las gigantes del aire barrieron a la tropa orca. Por encima de sus cabezas, Uruloth pasó sobrevolando esa cima de Carn Dum.

                 — Saludos, amigos — dijo una de las Águilas acercándose. Las otras dos emprendían otro camino — solo podré llevar a uno de ustedes. Mis compañeras águilas, distraerán al mal del fuego.
                 — Llevate a Luzzen — pidió Elaran — es el que peor está de los tres. Llévalo directo a Rivendel, el Maestro Elrond debe curarlo urgente.
Los cargaron al Elfo agonizante en el lomo del Águila. Ésta emprendió vuelo asegurando que volverían por ellos.

(2)
               Abandonar la torre no era la mejor idea, pero si la más aceptable entre sus opciones. Elaran insistió en moverse pese a la reticencia de Gléowyn.

               — Debemos encontrar los Silmarils — dijo el Montaraz — o ¿piensas que me he olvidado de lo que nos dijo en el camino?
               — Lo sé, Elaran — Gleowyn lo miraba fijo — pero estás herido.
               — Puedo caminar — contestó y comenzó a andar.

                Derecha a izquierda. Luego subir y más tarde bajar. Algunos caminos parecían inclinarse hacia un costado. El laberinto del Rey Brujo estaba demasiado bien elaborado.

              — ¿Dónde estaremos ahora? — preguntó Gleowyn.
              — Por el olor es muy probable que cerca de las cárceles — contestó Elaran.

             Bajó por unas escaleras y en ese instante reparó en la soledad de los pasillos. ¿Dónde estaban todos? Carn Dum, se encontraba activa, no podían haber acabado con todos los Orcos y Hombres de Angmar en su atolondrada arremetida.

            — Espera — ordenó Elaran — algo aquí no está bien.
            — ¿Demasiada tranquilidad, Montaraz? — preguntó Gleowyn poniéndose en guardia.
            — Nos están vigilando — susurró Elaran — ¿Por qué?

            El pasillo desembocó en una gigantesca puerta. Elaran creyó que podía ser el corazón de Carn Dum.

            — Ahora espera tú, Elaran — dijo Gléowyn — mira debajo de la puerta.
Una luz débil, brillaba debajo de la puerta. ¿Estaba allí antes? No podían saberlo.
            — Aquí es, Hechicera — sentenció Elaran — allí está lo que buscamos.

            Envainó las dos espadas. Haciendo mucho esfuerzo abrió la puerta y una brillante luz bañó sus cuerpos.


(3)

            El primer golpe lo sintió en la espalda y lo hizo volar hacia el centro de la sala. Gléowyn apenas reaccionó y recibió en la frente, provocándole un corte.

            — ¿Creían que no los estábamos buscando? — Preguntó una voz grave y ronca, casi como un rugido — soy el maestro de este lugar cuando el Rey no está.

           Gléowyn fue arrastrada fuera de la sala. Elaran miraba las dos joyas brillantes. Algo dentro de él le aseguraba una cosa: no eran las joyas mencionadas, pero eran otros de un gran poder, no tales como las de antaño pero que en manos del enemigo, representarían una terrible amenaza.

          Intentó tomar una, pero una punzada de dolor en la espalda le hizo retorcer en el suelo.
No podía hablar, pero sabía que tenía la espalda rota. Un orco se acercó y trató de levantarlo del piso, para llevarlo afuera. Él se resistió, mordiendo al orco en el cuello. En respuesta, lo lanzaron sobre la mesa y rodó por el piso con una de las joyas en la mano.

          La hechicera luchaba por liberarse cuando escuchó el grito de dolor de Elaran. Lo vio retorcerse en el piso con una luz brillante en la mano. Casi parecía un hechicero como ella.
Sintió un escozor salvaje en el abdomen, una quemazón en la mano derecha y los huesos de la espalda moverse en todas direcciones. Luego oscuridad.
(4)

          El Orco se acercó luego de recibir la orden de su capitán. Pero algo le infundía un terror muy profundo; los ojos de Elaran se habían puesto en blanco y de una forma sobrenatural, se puso de pié, cual si estuviera poseído. Gléowyn lo observó horrorizada, mientras a sus oídos llegaba el crujir de los huesos del montaraz.

          -Elaran...

          El grito que arrancó la garganta de su compañero le heló la sangre. Aquel gran orco apretó la mandíbula y arremetió, pero él, empuñando a Dagmor y de un tajo, le separó brutalmente las dos mitades del cuerpo. Vísceras y sangre negra salpicaron cuando blandió su espada de manera sobrehumana sobre los que se arrojaban a él. Se había convertido en un demonio enloquecido, y Gléowyn se arrastró a un costado de la cámara observando la tremenda carnicería sin explicarse lo que estaba ocurriendo. De pronto, logró divisar aquel resplandor blanco que continuaba en la mano del montaraz, y comprendió que la misteriosa piedra le estaba dando tal tremenda energía. Temió entonces que aquello fuera demasiado para su compañero.

           La cabeza del último orco rodó hasta sus pies y la ciega mirada de Elaran la alcanzó. Lleno de euforia levantó a Dagmor y cargó contra la hechicera, que de un brinco esquivó la estocada.

         -¡Elaran! ¡Escúchame!-pero no había más que rabia incontenible en él- ¡Soy Gléowyn!

            La mujer tropezó y cayó. Una nueva estocada aterrizó sobre ella, que logró bloquear con su espada desde el suelo, pero el peso era demasiado.

         -¡Reacciona, dúnedain! ¡Tu amada Erebor... - las fuerzas le fallaban a la mujer durante el forcejeo- y Valle te necesitan!

         Súbitamente, Elaran pareció dudar dentro de su locura. Dagmor cedió, resbalando de las manos de su portador, que cayó al suelo, en fuertes convulsiones. Mientras el montaraz luchaba inútilmente por respirar, la mujer le sujetó con fuerza el brazo y le quitó la piedra de la mano. Al momento las convulsiones cesaron. Lo giró, y con sorpresa descubrió que la herida en su abdomen había desaparecido por completo. Le tomó el pulso, y respiró aliviada al darse cuenta de que seguía con vida. Lo sacudió mientras lo llamaba por su nombre, intentando despertarlo. Poco a poco, el dúnedain abrió los ojos.



++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++



             Gléowyn sonrió con alivio al verlo despertar.

             - ¿Recuerdas lo que ocurrió, Elaran?
             - Vagamente – respondió, mientras sus ojos se perdían entre cadáveres de orcos destrozados por donde quiera miraran

             - ¿Puedes ponerte de pié?
El montaraz hizo un esfuerzo por incorporarse con ayuda de la mujer, con semblante oscuro.

             -¿Qué ocurre?- preguntó ella.
             - Juro que mi espalda se había roto con el golpe de aquella criatura.
             -¿La misma que cortaste por la mitad segundos después?

             Elaran la miró desconcertado.

             -. Recuerdo haber sentido mis huesos colapsar y volver a unirse, bajo el influjo de un poder inexplicable.
            - La herida en tu abdomen desapareció también. No cabe duda que el poder de aquellas piedras es tremendo.
            - Aunque –dijo el montaraz, llevando una mano a donde había estado momentos antes aquella herida- no se trata de los legendarios Silmaril como temíamos. Lord Elrond debe tener las respuestas que buscamos. Debemos apresurarnos y salir de aquí. Debe haber alguna forma de llegar al exterior para llamar a las águilas de nuevo.

            Gléowyn caminó hasta las piedras, ahora en el suelo, y las tomó con precaución en sus manos.

            - Pero claro -  realizó Elaran mientras recogía a Dagmor -, solo tú puedes resguardar las piedras hasta que estemos en Rivendel, hechicera. Una misión importante descansa ahora en tus hombros.

           - Hablemos menos entonces – dijo Gléowyn, seria sin embargo con una pequeña sonrisa de satisfacción -, y busquemos esa salida.



             Optaron por tomar uno de los túneles que aparentemente rodeaban las cárceles en espera de que eso despistara al enemigo. Sabían que estaban siendo buscados, sin embargo el hecho de que, aquel que se proclamaba el Señor del lugar en ausencia del rey hubiera sido derrotado, les causaba cierto alivio. Girando en una de las esquinas, llegaron hasta una puerta. Elaran observó por el pesado cerrojo.

         - ¿Ves algo? –preguntó Gléowyn,  pero el montaraz le hizo una señal para guardar silencio.
         - Orcos – dijo en voz baja -. Un grupo menor, podremos pasarlos. Tras ellos hay unas escaleras que parecen ir hacia arriba, quizás a otra torre. Desenvaina tu espada, recibirán una visita.

        - ¿Quieres sostener la piedra de nuevo? –preguntó ella preparando su acero.
        - Muy gracioso, hechicera – respondió, y de una patada, rompió el cerrojo haciendo que la puerta de madera cediera. Las bestias, desprevenidas y torpes arrojaron golpes con mazos y hachas mal afiladas, pero tal como Elaran había previsto, no causaron mayor dificultad para cruzar. Una vez concluida la breve batalla corrieron escaleras arriba y de a poco, el pútrido olor comenzó a desaparecer dando señales de que se acercaban a un espacio abierto. Al salir descubrieron que no se trataba de una torre, sino un patio amplio.

       - Luzzen arrojó una flecha encendida al cielo… ¿Cómo llamaremos ahora a las águilas? Y más aún, sin alertar a Uruloth –preguntó agitada la mujer. Elaran permaneció en silencio un momento.

      - Uruloth ya está alerta, y vigila cada sitio. Nos verá salir de cualquier manera.

Entonces, Gléowyn tuvo una idea arriesgada. Extrajo de su bolso una de las piedras y la sostuvo en su mano. Frente a ella y los ojos sorprendidos del dúnedain, un pequeño rayo, como una fugaz chispa, voló hacia el cielo. Ambos miraron hacia las espesas nubes, que habían comenzado a arrojar pequeñas gotas de lluvia en medio de un silencio punzante. Sus corazones se alegraron cuando, de en medio de la neblina las dos grandes águilas descendieron.

     - Apresúrense, no queda mucho tiempo antes de que la tormenta ardiente nos descubra…- dijo el águila de mayor tamaño, misma que fue montada por Elaran. Gléowyn a su vez subía a su compañera deseando ansiosamente abandonar aquel lugar de muerte y caos.

Levantaron el vuelo mientras una nube de flechas se alzaba hacia ellos. Pudieron observar entonces, sobre las torres y en los muros altos, filas de orcos arqueros apuntándoles, y las águilas volaron hacia las nubes, en las que se internaron para esquivarlos. Volaron así durante un momento. Se aferraron al plumaje sintiendo la helada humedad de las nubes de tormenta.

        - ¡Gléowyn! ¿Estás bien? – gritó Elaran.
        - ¡Sí! – Respondió ella. Tal era el espesor de las nubes que no lograba distinguirlos - ¡Parece que los hemos dejado atrás!

           Algo brillante centelleó junto a ellos. Al parecer se trataba de un rayo. La mujer se mordió los labios detestando aquella nueva sensación que la invadía: estaba asustada. Recordó el miedo que le causaban los rayos años atrás, sin embargo se mantuvo firme sobre al águila de la que ahora dependía su vida. Elaran por su parte temía por algo más preocupante que los rayos. Algo que no tardaba en aparecer.

        Súbitamente, el cielo se enrojeció. Entre la bruma, se abrió paso una hilera de fuego.


Uruloth…, pensó él, Aunque no pueda vernos entre las nubes, puede olernos…


         Ambos sintieron a las águilas hacer maniobras súbitas en el aire en un intento de perderlo, hasta que una risa irónica invadió el cielo.

        - ¿Piensan que son capaces de huir de mí: la Tormenta Ardiente? ¡Escuchen! ¡Mi voz se levanta más allá de los truenos! ¡Ustedes me pertenecen!

           Escucharon al terrible dragón inhalar.

          - ¡Cúbranse!- Gritó el águila que llevaba en sus espaldas a Elaran. En picada, lograron esquivar la nueva bocanada de fuego. El cielo era un campo de batalla demasiado difícil y el montaraz lo sabía. Comenzaban a pensar que no escaparían, cuando el águila que llevaba a Gléowyn habló.

         - Detendré al dragón todo lo que pueda, mujer, debes saltar… Mi hermana te atrapará… ¡Confío en que lograrán llegar!

          - ¡No! –gritó Gléowyn – tu vida estará en riesgo…
          - Un honor será para mí servir a tan noble misión con mi vida. ¡Montaraz, prepárate para recibir a tu compañera!
          - ¡No podemos abandonarte! – Insistió la mujer con desesperación. La gran águila entonces, calculando quedar sobre ellos, giró en el aire haciendo que la hechicera perdiera la fuerza en las manos para sostenerse, y cayó hacia el blanco vacío. Pensó que moriría, pero entonces sintió la mano del dúnedain atrapar su brazo en el aire. Al sentir el súbito nuevo peso, el águila que ahora llevaba a ambos perdió por instantes el control de su vuelo.


          -¡No te fallaré, hermana!- Dijo. Una mancha luminosa de color rojo delataba a Uruloth siendo sorprendido mientras Elaran ayudaba a Gléowyn a subir. Y se alejaron sintiendo las gruesas gotas de lluvia golpearles la piel.