viernes, 10 de julio de 2015

"LA BATALLA DE VALLE" Temp 2 Cap 3 Pt. 1:

 La Caída de los Líderes

(1)
El viento trajo consigo el riguroso sonido del enemigo en marcha. Cada combatiente sintió una canción en su corazón, una que alentaba a seguir la lucha todo lo que durara, sin ceder un paso, sin dudar.
Enanos y hombres esperaban firmes en las filas alrededor de Erebor y otros dentro de Valle. A lo lejos la marea oscura se acercaba de nuevo, pero sus corazones redoblaban con más fuerza que los tambores orcos. Luzzen y Kiora sobre sus caballos, galopaban alrededor de la multitud.
Elaran sintió una mano pesada y tosca, tomarle la muñeca. Con cierta sorpresa se dio la vuelta y vio a Dain, que lo miraba con una sonrisa debajo de su espesa barba.
— Estoy orgulloso de ti, muchacho, y del gran guerrero en el que te has convertido. Benditos mis ojos que te vieron crecer y convertirte en lo que ahora eres. Tus padres, del otro lado de la niebla también están orgullosos. Lucha con esa valentía. Ganemos o perdamos, mi pueblo, que es tu pueblo, siempre estará agradecido.
Él montaraz, asintió con la cabeza agradecido de que Dain lo considerara uno más.

(2)

Un grito enfurecido del enemigo se convirtió en cientos de gritos que lo secundaban, formando una nube sonora de caos que llegó a los oídos de hombres y enanos. Ellos emitieron un grito de guerra también y avanzaron. Las tropas orcas arremetieron contra las primeras filas de hombres y las espadas de inmediato tiñeron de sangre el suelo. La ferocidad del ataque hacía que tanto sangre orca como humana se mezclara en el aire. Los aceros chocaban entre sí haciendo volar espesas chispas de fuego como si se de magia oscura tratase.
Desde lo alto, filas de arqueros lanzaron una nube de flechas hacia el cielo derramándose en el campo de batalla, sin embargo el enemigo era demasiado numeroso. Pronto se dieron cuenta de que si la batalla se centraba solamente en espadas y combate cuerpo a cuerpo, no habrían muchas esperanzas.
Luzzen y Kiora luchaban espalda con espalda blandiendo sus espadas con destreza élfica y agilidad impecable. Kiora asestaba estocadas directamente al cuello de cuanto ser oscuro se aproximaba y Luzzen esquivaba a la vez que atacaba. Sentía la adrenalina correr por su cuerpo y a pesar de que deseaba con todo su corazón proteger a su amada, al verla pelear con tal destreza sonrió para sus adentros. A lo lejos Dain y Brand observaban desde lo alto de Erebor, esperando el momento de entrar a la batalla.
— ¡BARUK KHAZAD, KHAZAD AI MENU! — gritó Dain desde las alturas y su brazo, a pesar de su corta estatura, se vio enorme al momento de que a su señal, del interior de la montaña emergieron grandes catapultas y pesadas ballestas sobre colosales estructuras de madera.
—  Así que eso es lo que Lord Dain planeaba — murmuró Luzzen.
Al instante ambos reyes partieron al campo de batalla secundados por los gritos de sus pueblos.


(3)

Sin embargo eran numerosos y muchos habían caído ya. De a poco era difícil caminar entre los cadáveres que se apilaban en el sueño. Gléowyn bloqueaba y devolvía golpes con su cetro y su espada, murmurando hechizos a la vez que a su alrededor caían cuerpos inertes de los sirvientes del señor oscuro. Mucho le dolía caminar entre los cuerpos de sus aliados y peor aún, tener que pisarlos o brincar sobre ellos para abrirse paso. ¿Cuántos habrían muerto ya?
Mirara donde mirara, la batalla se desarrollaba en completo caos. Cabezas, miembros y espadas rotas, volaban para todas partes. Un enano, derribó a un enorme Uruk, pero al instante su pecho se vio atravesado por otra espada enemiga.
La embestida de Mordor no parecía tener fin. A lo lejos filas y filas de sombras oscuras se alzaban y se aproximaban. ¿Habría sido así en el sur de la tierra media? Deseaban que no. La batalla a los pies de la montaña solitaria se presentaba en un cuadro de desesperación, donde no había un orden, no había una formación clara de las tropas para luchar contra el adversario.
Elaran, sintiendo en su interior crecer la ira, enceguecido por la euforia, se había convertido en una máquina de matar tal como había ocurrido en Carn Dum, cuando sintió por primera vez el poder de las piedras en sus venas. Pero ahora, parecía tener más control sobre ello, como si su cuerpo al fin se hubiera  adaptado a esa nueva fuerza.
— Se acercan más tropas enemigas – dijo Gléowyn una vez que estuvo cerca del montaraz — ¡Son demasiados!
— No flaquees, Gléowyn… La batalla terminará con nosotros, mientras el último hombre de Valle y el último enano de Erebor no hayan caído, ésta batalla no habrá terminado. ¡La victoria será nuestra!
Alentada por las palabras del montaraz y por el brillo de decisión que había visto en sus ojos, la mujer regresó a la batalla, atravesando de un corte certero el tórax de un enorme Uruk que se aproximaba a ella. A pesar de que habían acordado no perderse de vista, el calor de la lucha los fue apartando en dos grupos que continuaban luchando por separado, cada uno comandando al grupo de hombres que luchaban a su lado.


(4)

Brand blandía su espada con el valor que sólo un rey es capaz de conocer, sin embargo ya varias heridas le habían hecho perder sangre. Su coraje en cambio, no había flaqueado ni siquiera un poco, permitiéndole resistir mucho más de lo que cualquier otro hombre hubiese podido.  A su alrededor, podía ver a sus soldados luchando, varios de ellos cayendo. Salvar a su gente era lo que lo había mantenido de pie, aunque estaba consciente de que no lograría mucho más. En un momento, se vio sobrepasado y comprendió que su final no se encontraba lejos. Continuó en la batalla hasta que una espada al fin acertó al centro de su corazón. Aún logró devolver una estocada mortal a su rival, antes de caer al suelo.
Esquivando flechas y matando todo lo que había a su paso, Dain corrió hasta él.
— Viejo amigo, ha sido un honor pelear a tu lado – dijo, y de un movimiento sutil con su pesada mano, cerró los ojos vacíos del rey de Valle. Y adivinando el ataque que caía ahora sobre él, se dio la vuelta arremetiendo con su hacha contra todo aquello que se moviera.
— ¡Vengan! –dijo con una gran sonrisa, y su voz áspera se levantó más allá de los golpes metálicos de las espadas — ¿A caso es todo lo que tienen? ¡Probarán el filo de mi hacha! ¡Cortaré sus sucias gargantas!
Junto al cuerpo de Brand, Dain blandió su hacha. La furia ciega de un líder que ha luchado dos veces en su tierra, le hizo renovar sus fuerzas y le permitió blandir el hacha de forma tal que no parecía el viejo enano que todos veían, sino enano joven y dispuesto a todo. Luchó ferozmente hasta que su figura se perdió en medio del caos.
La batalla transcurrió agitada y fúnebre, en medio de gritos de  dolor. Muy a su pesar, tanto hombres como enanos comenzaron a retroceder.
La marea oscura se renovaba a cada instante, arremetiendo cada vez con más fuerza.
Las catapultas y ballestas enanas, habían sido abandonadas al morir sus ejecutores. La fuerza de los pueblos libres de la tierra media en Erebor, menguaba a cada instante que pasaba.

(5)

Luzzen, Kiora, Elaran y Gléowyn lograron reunirse. Elaran comandaba un grupo de hombres de Valle, mismos a los que había dado la orden de dirigirse a la montaña. Los cuatro, mas el resto de los sobrevivientes, se recluyeron en el interior de la montaña solitaria y se dispusieron a resistir el ataque.
— No permitiremos que tomen la montaña –dijo Elaran, tratando de recuperar el aliento.
Poco había pasado desde que ingresaron a Erebor, cuando un tumulto reunido separado del caos los alertó. Al aproximarse no dieron crédito a lo que miraban sus ojos.
Ahí, tendidos y cuidadosamente colocados uno al lado de otro, se encontraban los cuerpos sin vida de dos grandes guerreros que hasta el último instante lucharon por sus pueblos, hasta dar la vida por ellos, Dain Pié de Hierro, rey bajo la montaña y Brand, Rey de Valle. A su alrededor, sobrevivientes, junto a los hijos, lloraban la pérdida de sus líderes.
Elaran se abrió paso y, apretando los dientes observó la escena. Se arrodilló frente a ambos lanzando un grito de rabia e impotencia. Luzzen, Kiora y Gléowyn observaron con tristeza. Jamás habían visto al montaraz desmoronarse de esa manera. Su respiración agitada, le hacía parecer un animal a punto de atacar, sus ojos repletos de fuego llamaban a la venganza.
— Juro por mis ancestros que sus muertes no serán en vano –dijo a la vez que colocaba su mano sobre el hombro inerte de Dain, por quien sentía un especial afecto desde que era niño. Recordó las palabras que éste le dijo, y supo ahora más que nunca que debía ser fiel a su juramento—. Protegeré éstas tierras, con mi vida.
Se levantó sintiendo una fuerza mayor extenderse por su cuerpo.
— Hermanos — dijo una vez que se puso de pie —, Brand y Dain no están muertos. Ellos serán la fuerza que hemos perdido.  Ellos serán en nuestros corazones el latido que nos falta. Ellos serán la última estocada de nuestras espadas. Ellos serán el último grito de nuestras gargantas. Ellos serán ese último aliento de vida que nos dará la ventaja sobre el enemigo. ¡En nombre de ellos, de cada uno de nuestros hermanos caídos, ganaremos ésta guerra!
Los ojos de Elaran brillaban más fuerte que en los instantes anteriores, incendiando los corazones de quienes lo escuchaban. Se dirigió hasta dos seres afligidos que encabezaban el tumulto. El hijo de Dain, y el hijo de Brand.
— Ahora en ustedes cae el peso de la corona, y de la espada que sabrá guiarnos hasta la victoria. — Elaran se arrodilla ante los nuevos reyes y de a poco los demás lo imitan. Quedan solo ellos de pie, mirándose, aceptando su destino.
Y fue así que, fueron  coronados Thorin III Yelmo de Piedra  y Bardo II.

Afuera, el ejército de Sauron, rugía de victoria.

1 comentario:

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