La Caída de los Líderes
(1)
El viento trajo consigo el
riguroso sonido del enemigo en marcha. Cada combatiente sintió una canción en
su corazón, una que alentaba a seguir la lucha todo lo que durara, sin ceder un
paso, sin dudar.
Enanos y hombres esperaban firmes
en las filas alrededor de Erebor y otros dentro de Valle. A lo lejos la marea
oscura se acercaba de nuevo, pero sus corazones redoblaban con más fuerza que
los tambores orcos. Luzzen y Kiora sobre sus caballos, galopaban alrededor de
la multitud.
Elaran sintió una mano pesada y
tosca, tomarle la muñeca. Con cierta sorpresa se dio la vuelta y vio a Dain,
que lo miraba con una sonrisa debajo de su espesa barba.
— Estoy orgulloso de ti,
muchacho, y del gran guerrero en el que te has convertido. Benditos mis ojos
que te vieron crecer y convertirte en lo que ahora eres. Tus padres, del otro
lado de la niebla también están orgullosos. Lucha con esa valentía. Ganemos o
perdamos, mi pueblo, que es tu pueblo, siempre estará agradecido.
Él montaraz, asintió con la
cabeza agradecido de que Dain lo considerara uno más.
(2)
Un grito enfurecido del enemigo
se convirtió en cientos de gritos que lo secundaban, formando una nube sonora
de caos que llegó a los oídos de hombres y enanos. Ellos emitieron un grito de
guerra también y avanzaron. Las tropas orcas arremetieron contra las primeras
filas de hombres y las espadas de inmediato tiñeron de sangre el suelo. La
ferocidad del ataque hacía que tanto sangre orca como humana se mezclara en el
aire. Los aceros chocaban entre sí haciendo volar espesas chispas de fuego como
si se de magia oscura tratase.
Desde lo alto, filas de arqueros
lanzaron una nube de flechas hacia el cielo derramándose en el campo de
batalla, sin embargo el enemigo era demasiado numeroso. Pronto se dieron cuenta
de que si la batalla se centraba solamente en espadas y combate cuerpo a
cuerpo, no habrían muchas esperanzas.
Luzzen y Kiora luchaban espalda
con espalda blandiendo sus espadas con destreza élfica y agilidad impecable.
Kiora asestaba estocadas directamente al cuello de cuanto ser oscuro se
aproximaba y Luzzen esquivaba a la vez que atacaba. Sentía la adrenalina correr
por su cuerpo y a pesar de que deseaba con todo su corazón proteger a su amada,
al verla pelear con tal destreza sonrió para sus adentros. A lo lejos Dain y
Brand observaban desde lo alto de Erebor, esperando el momento de entrar a la
batalla.
— ¡BARUK KHAZAD, KHAZAD AI MENU! —
gritó Dain desde las alturas y su brazo, a pesar de su corta estatura, se vio
enorme al momento de que a su señal, del interior de la montaña emergieron
grandes catapultas y pesadas ballestas sobre colosales estructuras de madera.
— Así que eso es lo que Lord Dain planeaba — murmuró
Luzzen.
Al instante ambos reyes partieron
al campo de batalla secundados por los gritos de sus pueblos.
(3)
Sin embargo eran numerosos y
muchos habían caído ya. De a poco era difícil caminar entre los cadáveres que
se apilaban en el sueño. Gléowyn bloqueaba y devolvía golpes con su cetro y su
espada, murmurando hechizos a la vez que a su alrededor caían cuerpos inertes
de los sirvientes del señor oscuro. Mucho le dolía caminar entre los cuerpos de
sus aliados y peor aún, tener que pisarlos o brincar sobre ellos para abrirse
paso. ¿Cuántos habrían muerto ya?
Mirara donde mirara, la batalla
se desarrollaba en completo caos. Cabezas, miembros y espadas rotas, volaban
para todas partes. Un enano, derribó a un enorme Uruk, pero al instante su
pecho se vio atravesado por otra espada enemiga.
La embestida de Mordor no parecía
tener fin. A lo lejos filas y filas de sombras oscuras se alzaban y se
aproximaban. ¿Habría sido así en el sur de la tierra media? Deseaban que no. La
batalla a los pies de la montaña solitaria se presentaba en un cuadro de desesperación,
donde no había un orden, no había una formación clara de las tropas para luchar
contra el adversario.
Elaran, sintiendo en su interior
crecer la ira, enceguecido por la euforia, se había convertido en una máquina
de matar tal como había ocurrido en Carn Dum, cuando sintió por primera vez el
poder de las piedras en sus venas. Pero ahora, parecía tener más control sobre
ello, como si su cuerpo al fin se hubiera
adaptado a esa nueva fuerza.
— Se acercan más tropas enemigas
– dijo Gléowyn una vez que estuvo cerca del montaraz — ¡Son demasiados!
— No flaquees, Gléowyn… La
batalla terminará con nosotros, mientras el último hombre de Valle y el último
enano de Erebor no hayan caído, ésta batalla no habrá terminado. ¡La victoria
será nuestra!
Alentada por las palabras del
montaraz y por el brillo de decisión que había visto en sus ojos, la mujer
regresó a la batalla, atravesando de un corte certero el tórax de un enorme
Uruk que se aproximaba a ella. A pesar de que habían acordado no perderse de
vista, el calor de la lucha los fue apartando en dos grupos que continuaban
luchando por separado, cada uno comandando al grupo de hombres que luchaban a
su lado.
(4)
Brand blandía su espada con el
valor que sólo un rey es capaz de conocer, sin embargo ya varias heridas le
habían hecho perder sangre. Su coraje en cambio, no había flaqueado ni siquiera
un poco, permitiéndole resistir mucho más de lo que cualquier otro hombre
hubiese podido. A su alrededor, podía
ver a sus soldados luchando, varios de ellos cayendo. Salvar a su gente era lo
que lo había mantenido de pie, aunque estaba consciente de que no lograría
mucho más. En un momento, se vio sobrepasado y comprendió que su final no se
encontraba lejos. Continuó en la batalla hasta que una espada al fin acertó al
centro de su corazón. Aún logró devolver una estocada mortal a su rival, antes
de caer al suelo.
Esquivando flechas y matando todo
lo que había a su paso, Dain corrió hasta él.
— Viejo amigo, ha sido un honor
pelear a tu lado – dijo, y de un movimiento sutil con su pesada mano, cerró los
ojos vacíos del rey de Valle. Y adivinando el ataque que caía ahora sobre él,
se dio la vuelta arremetiendo con su hacha contra todo aquello que se moviera.
— ¡Vengan! –dijo con una gran
sonrisa, y su voz áspera se levantó más allá de los golpes metálicos de las
espadas — ¿A caso es todo lo que tienen? ¡Probarán el filo de mi hacha!
¡Cortaré sus sucias gargantas!
Junto al cuerpo de Brand, Dain
blandió su hacha. La furia ciega de un líder que ha luchado dos veces en su
tierra, le hizo renovar sus fuerzas y le permitió blandir el hacha de forma tal
que no parecía el viejo enano que todos veían, sino enano joven y dispuesto a
todo. Luchó ferozmente hasta que su figura se perdió en medio del caos.
La batalla transcurrió agitada y
fúnebre, en medio de gritos de dolor.
Muy a su pesar, tanto hombres como enanos comenzaron a retroceder.
La marea oscura se renovaba a
cada instante, arremetiendo cada vez con más fuerza.
Las catapultas y ballestas
enanas, habían sido abandonadas al morir sus ejecutores. La fuerza de los
pueblos libres de la tierra media en Erebor, menguaba a cada instante que
pasaba.
(5)
Luzzen, Kiora, Elaran y Gléowyn lograron
reunirse. Elaran comandaba un grupo de hombres de Valle, mismos a los que había
dado la orden de dirigirse a la montaña. Los cuatro, mas el resto de los
sobrevivientes, se recluyeron en el interior de la montaña solitaria y se
dispusieron a resistir el ataque.
— No permitiremos que tomen la
montaña –dijo Elaran, tratando de recuperar el aliento.
Poco había pasado desde que
ingresaron a Erebor, cuando un tumulto reunido separado del caos los alertó. Al
aproximarse no dieron crédito a lo que miraban sus ojos.
Ahí, tendidos y cuidadosamente
colocados uno al lado de otro, se encontraban los cuerpos sin vida de dos
grandes guerreros que hasta el último instante lucharon por sus pueblos, hasta
dar la vida por ellos, Dain Pié de Hierro, rey bajo la montaña y Brand, Rey de
Valle. A su alrededor, sobrevivientes, junto a los hijos, lloraban la pérdida
de sus líderes.
Elaran se abrió paso y, apretando
los dientes observó la escena. Se arrodilló frente a ambos lanzando un grito de
rabia e impotencia. Luzzen, Kiora y Gléowyn observaron con tristeza. Jamás
habían visto al montaraz desmoronarse de esa manera. Su respiración agitada, le
hacía parecer un animal a punto de atacar, sus ojos repletos de fuego llamaban
a la venganza.
— Juro por mis ancestros que sus
muertes no serán en vano –dijo a la vez que colocaba su mano sobre el hombro
inerte de Dain, por quien sentía un especial afecto desde que era niño. Recordó
las palabras que éste le dijo, y supo ahora más que nunca que debía ser fiel a
su juramento—. Protegeré éstas tierras, con mi vida.
Se levantó sintiendo una fuerza
mayor extenderse por su cuerpo.
— Hermanos — dijo una vez que se
puso de pie —, Brand y Dain no están muertos. Ellos serán la fuerza que hemos
perdido. Ellos serán en nuestros
corazones el latido que nos falta. Ellos serán la última estocada de nuestras
espadas. Ellos serán el último grito de nuestras gargantas. Ellos serán ese
último aliento de vida que nos dará la ventaja sobre el enemigo. ¡En nombre de
ellos, de cada uno de nuestros hermanos caídos, ganaremos ésta guerra!
Los ojos de Elaran brillaban más
fuerte que en los instantes anteriores, incendiando los corazones de quienes lo
escuchaban. Se dirigió hasta dos seres afligidos que encabezaban el tumulto. El
hijo de Dain, y el hijo de Brand.
— Ahora en ustedes cae el peso de
la corona, y de la espada que sabrá guiarnos hasta la victoria. — Elaran se arrodilla ante los nuevos reyes y de a poco los demás lo imitan. Quedan solo ellos de pie, mirándose, aceptando su destino.
Y fue así que, fueron coronados Thorin III Yelmo de Piedra y Bardo II.
Afuera, el ejército de Sauron,
rugía de victoria.
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