(1)
Dentro de una
tienda, Elaran comenzó a abrir los ojos y percibió demasiada luz. La cabeza le
dolió tanto que se llevó los dedos a las sienes para tratar de aliviar el
malestar. Escuchó voces provenientes desde el exterior pero no podía
diferenciar las palabras. Aún así, quería saber de qué se trataba. Los sueños
que le aquejaron lo tenían a mal traer. Sueños de muerte, destrucción, de
derrota. Sueños en los que a ratos era un sirviente de la oscuridad asesinando
a sus amigos. Las imágenes de Gléowyn y Luzzen muertos por sus propias manos,
le aterrorizaron el estómago.
¿Dónde se
encontraba ahora? El dolor no le permitía enfocar la vista. Notó entonces el
vendaje en su mano y comprendió que difícilmente se trataría de un campamento
enemigo. Se levantó demasiado rápido para su condición, lo que le hizo
trastabillar. Intentó recordar lo que había ocurrido pero a su mente solo
saltaron imágenes de tortura y dolor, al grado de que pensó que nuevamente se
había sumido en aquellas pesadillas. ¿Y Luzzen? ¿Gléowyn? Tal vez ellos no
habían sobrevivido a las catástrofes. Tal vez sus visiones eran reales y él
mismo había terminado con sus vidas… Su corazón se encogió. Las preguntas se
agolpaban dentro de su cabeza y deseando calmar de una vez su ansiedad, caminó
hacia afuera.
Apartando la
perversa sonrisa de su rostro, el Uruk extendió sus brazos y habló para que
todo el campamento lo escuchara:
— Mi señor ordena
— comenzó — que abandonen este lugar, que regresen a esa guarida que llaman
Rivendel. No se lo dirá dos veces. Su amiguito Calmacil no entendió la verdad
ante sus ojos — miró a Kiora, y ésta apretó los puños luchando contra lágrimas
de rabia — la verdad de que esta tierra se oscurecerá.
Los elfos que
acompañaran a Kiora se preparaban para atacar. Era tan solo un Uruk Hai
hablador sobre un Huargo.
— ¿Por qué nos
adviertes en lugar de atacarnos en medio de la noche como hacen los cobardes de
tu raza? — desafió Luzzen tendiendo su arco, apuntando una flecha directo a la
cabeza del Uruk — ¿O será que nos tienen miedo por haber matado a su preciado
dragón?
El uruk emitió un
gruñido y el huargo intentó adelantarse, pero él lo contuvo.
Gleowyn
desenvainó la espada, Luzzen mantuvo posición.
— ¿Nos tienes
miedo, Uruk? — desfió ella, sin miedo en la voz — te superamos en número.
— Nunca tendría
miedo de unas escorias como ustedes — declaró y sonrió.
Al otro lado del
campamento, Elaran salía de su tienda, tratando de encontrar a sus compañeros.
Abrió la boca para llamarlos, pero algo le golpeó la espalda. El dolor le ahogó
el grito. Dio media vuelta y vio a un grupo de orcos con un Uruk Hai al mando
acercarse a él.
Pateó la pierna
de uno de ellos derribándolo y se arrastró, alejándose del peligro, pero estaba
demasiado desorientado. No sabía bien dónde se encontraba, dificultándole la
huída. Uno de los orcos lo agarró por la pierna.
Gleowyn escuchó
la pelea de Elaran. Al momento de voltear la mirada hacia al otro lado del
campamento, el Uruk agitó a su huargo y se lanzó a toda carrera. Los Elfos
dispararon pero ninguna flecha dio en el blanco, aunque muchas pasaron tan
cerca que dejaron rasguños.
— ¡Esto fue una
trampa! — gritó Kiora — ¡Buscan a Elaran!
Luzzen y Gleowyn
corrieron al otro lado del campamento, encontrándose con un Elaran forzando
torpemente con un orco por una espada que éste último blandía. El Uruk sobre el
Huargo levantó la espada en su mano dispuesto a decapitar a Elaran.
— ¡Lo necesitamos
vivo! — gritó el otro Uruk. Y fue lo último que dijo. Una flecha le atravesó la
cabeza de lado a lado.
El Uruk sobre el
huargo fue derribado de un golpe por Gleowyn que se trenzó en lucha personal.
Luzzen disparaba sin cesar sus flechas, abatiendo a los enemigos.
La hechicera iba
perdiendo la pelea. Un enemigo formidable, fuerte, demasiado para ser un simple
Uruk. En ese momento, ella comprendió que se enfrentaba a un comandante, quizá
a lo mejor de las huestes de Sauron en el norte. Un golpe fuerte en la cara le
derribó al piso.
Dándose cuenta de
que el plan había fracasado, intentó montar en su huargo. Elaran, con una espada
orca en su mano, se trabó en lucha. Pero estaba débil y de una patada perdió el
equilibrio.
Su contrincante,
montó a su bestia y la azuzó para salir de allí. Antes de poder retirarse del
todo, Luzzen disparó con su arco y alcanzó a darle en el hombro. Vieron como se
alejaba aún con la flecha clavada en la carne oscura.
(3)
Elaran se sentó.
Su cabeza estaba a punto de explotar, su estómago ardía y las manos y las
piernas entumecidas, le ponían más nervioso. ¿Qué acababa de pasar? ¿Había
luchado?.
— ¡Por la luz
celestial, Elaran! — escuchó que decían.
— ¿Gleowyn? —
dijo y levantó la mirada en el mismo momento en que la hechicera tiraba el
bastón a un costado y lo abrazaba —
¿Eres tú querida hechicera? — intentó
devolver el abrazo, pero sus brazos apenas le respondían — ¿Qué ha pasado?
— Ha pasado que
dormiste una siesta luego de matar a un dragón — comentó Luzzen — bienvenido de
regreso, Mellon.
El resto de los
habitantes del campamento se acercó. Todos, incluida Kiora, miraban con asombro
al montaraz. Momento antes había estado débil, al borde de la muerte. Ahora
estaba despierto, intentando luchar contra un enemigo muchísimo más poderoso
que él.
Lo llevaron de
regreso a la tienda, donde le contaron todo lo sucedido desde su batalla aérea.
El montaraz escuchó con atención, sorprendido de las palabras de sus
compañeros. Apenas recordaba el final de la batalla. Un fuego se había
apoderado de él, moviendo su cuerpo y su mente.
— Ahora debes
descansar — dijo Kiora — pronto estarás de nuevo en pie y continuando el viaje.
— ¿Erebor está a
salvo? — preguntó.
— Por ahora sí —
aseguró Gléowyn — pero no nos queda mucho tiempo. Pronto las grandes batallas
de nuestra época darán comienzo. Hemos debilitado al enemigo, mucho gracias a
ti, pero aún así se mantiene fuerte — miró a Kiora y Luzzen — ¿Podría hablar
con él a solas?
Los dos
asintieron sorprendidos.
— Descansa ahora,
Elaran — dijo Kiora — tu cuerpo aún no se ha recuperado de tu última aventura.
Mucho desconocemos de lo que le sucede, pero que estés de nuevo en pie sugiere
que no estás tan mal como habíamos pensado.
— Es bueno
saberlo — contestó él.
Ambos salieron de
la tienda, tomados de la mano. En cuanto estuvieron solos, Gleowyn habló.
— Sabemos cómo se
originó todo — dijo— pero no sabemos las consecuencias ¿Cómo te sientes? —
preguntó y rápidamente agregó — dime la verdad, no lo que le dirías a Luzzen y
a los demás para tranquilizarlos.
Él volteó la
cabeza y luego de un gran suspiro la volvió. Algo raro había en sus ojos.
— Sé que debería
estar contento por matar un Dragón —
dijo — solo Bardo lo ha logrado — guardó silencio y su voz se tornó más dura —
pero no se qué me pasa. Kiora no sabe, nadie sabe. ¿Qué encontramos allí, Gléowyn?
¿Cómo pude hacer todo lo que hice?
— Y más
importante — interrumpió ella —¿Por qué querían llevarte con vida los
sirvientes del señor oscuro?
Esa pregunta no
podía encontrarle respuesta. El silencio se apoderó de la boca de ambos y por
un instante, sientieron una sombra abalanzarse sombre la carpa improvisada.
Elaran pensó en
Erebor y la batalla que se avecinaba. Debía sobrevivir sin importar lo que
sucediera. Debía tener la fuerza suficiente para salvar a sus dos pueblos, el
de sangre y el de espíritu.