viernes, 26 de septiembre de 2014

"LA BATALLA DE VALLE" Capítulo 1 Pt. 4: Héroes y Villanos

Elaran y Gleowyn
(Por Mariel Gimeno y
Sebastián De Zaldúa Leveque)

Si las cosas debían terminar en ese instante, Elaran haría un gran final de sí mismo o de la mujer.
Esperemos no llegar a ese punto, pensó, es rápida. Pero no tanto como le gustaría.
No hizo el primero movimiento, sino que esperó el ataque.
El primer ataque logró bloquearlo con la espada izquierda y enseguida, lanzó una cuchillada con la derecha que fue rechazada al instante. No pudo ver a dónde se había ido la mujer, pero el sonido de los pies era evidente. La esquivó a tiempo, dándole una certera estocada con el mango en la espalda, desestabilizando a su contrincante. Se lanzó con la intención de sujetarla, pero la mujer lo esquivó y un diminuto destello de luz le incomodó la vista.
¿De dónde provenía ese destello? Él no lo sabe, pero tampoco le asusta.
Giró sobre sus pies y se encontró cara a cara con la mujer, a pocos metros, haciendo gala de su altura y complexión física de guerrera inquebrantable. La espada que sostiene con ambas manos, apunta al pecho de Elaran.
- Anda, Dunedain – Dijo un poco agitada - ¿Por qué me abordas? Pocos son los asuntos que me atan a tu raza. ¿Qué te trae a arriesgar tu vida ante mí? Estoy por un momento dispuesta a escucharte.
- Tiempos difíciles se avecinan – Empezó él -  No tengo nada más que decir. Un mago trajo mi camino hasta aquí por algo más grande que nosotros. Algo que yace delante, en las sombras sin ser visto.
- ¿Y eso que tiene que ver conmigo? – Arremetió ella - No me interesa la Tierra Media. Yo estoy en busca de… otras tierras. Lo que pueda estar delante de nosotros que allí se quede.
- Pero esta tierra es en la que vives y buscas tus caminos – El enojo comenzaba a subirle por la garganta. ¿Cómo era posible que esa mujer no se diera cuenta del peligro que asola el mundo? -  Un gran mal se cierne sobre nosotros y sepultará todas las respuestas bajo ruinas y cenizas.
- Nunca encuentro nada más que cenizas o rumores vagos para cumplir mi destino – La mujer no se rendiría tan fácilmente - ¿Cual es la diferencia a seguir buscando entre escombros?
- Todo será escombro – Anunció - Nada de respuestas, nada de pistas. Nada quedara en pie y reconocible cuando se desate la ira del Señor Oscuro – La miró directo a los ojos - Y nadie se salvara del azote de su odio.
La imagen del Señor Oscuro se proyectó en sus mentes. Un peso enorme tironeó de sus corazones, que no fue miedo sino el efecto de una oscuridad pura, amenazante y vil.
- Mi nombre es Gleowyn – se presentó– y quizás quieras decirme ¿Quién te ha enviado a estos lugares tan olvidados y en busca de qué?
- Soy Elaran, de los Dúnedain del Norte – se presentó, pero antes de que pudiera continuar, sintió la presencia de alguien a pocos metros.
Al instante, ambos se colocaron uno al lado del otro empuñando sus armas. Esas tierras ocultan muchos secretos, los viajeros tratan de evitarlas porque peligros desconocidos azotan a quienes se atreven a ingresar.
Una silueta apareció y tambaleaba en su dirección.
Gleowyn hizo ademán de querer atacar, pero Elaran la detuvo.
- Uruloki – balbuceaba la silueta – están aquí.
La luz de la luna iluminó su cara y supieron que se trataba de un elfo del Reino del Bosque. Llevaba las ropas muy maltrechas y en su mano derecha vieron una espada rota a la altura de la empuñadura.
- ¿Quién eres? – preguntó Gleowyn desconfiando del Elfo.
- Hithral… Hithral… ¡Uruloki! – y cayó a sus pies desmayado.
- ¿Y esto que significa? – dijo Gleowyn.
- El motivo de mi viaje – anunció Elaran acercándose al Elfo. En el trayecto, confirmó la existencia de la fogata, que tanto le hiciera dudar. La Hechicera la había apagado con tierra en un simple movimiento mientras se levantaba a enfrentarlo.
A regañadientes, Gleowyn lo ayudó a levantar al herido y acomodarlo contra la roca en que estuvo hasta unos segundos antes.
Revisaron al Elfo y en el pecho encontraron una herida caliente que ninguno de los dos lograron identificar. Elaran comentó pensativo, que quizá en su desesperación de alguna manera intentó curarse, pero Gleowyn no lo veía posible. Lo que quedaba de espada no presentaba ninguna marca de ser calentada y nada indicaba una fogata cercana.
- Uruloki – Balbuceó el Elfo entre pesadillas – el fuego del norte – Elaran y Gleowyn prestaron atención a esas palabras – avisar… avisar…
- ¿Qué hay que avisar? – Gleowyn seguía reticente a aceptar su papel en algún plan ajeno al que ella misma se trazara. Si el Elfo decía algo contundente, el Dúnedain podría seguir su camino y dejarla en paz.
- De alguna manera eres parte de este destino – anunció Elaran enojado consigo mismo, el sabio es Gandalf no él. Lo sabe y le molesta – quizá mis palabras no alcancen para demostrar la longitud de la situación, pero algo se presenta que te lo demuestra claramente – miró la herida y volvió la vista hacia Gleowyn – tu eres hechicera ¿No puedes curarlo?
Ella intentó replicar que su magia solo tenía el poder de destruir, que nada podía hacer para salvar o construir. Su magia guerrera, solo llevaría a lastimar al Elfo herido o peor… matarlo.
Pero una sensación extraña invadió su corazón. Algo que la alentó a apoyar sus manos sobre la horrenda herida del moribundo. Un humillo color azul rodeó el pecho del Elfo y luego de un ruido que reconocieron como de carne moliéndose, la herida pareció sanar un poco.
- ¡Excelente, Gleowyn! – Exclamó Elaran
- Si – se limitó a contestar – no sé como lo hice… pero está hecho.
El Elfo abrió los ojos y se sobresaltó. Con movimiento lento, apuntó con la espada sin hoja a sus salvadores.
- ¿Quiénes son y cómo me curaron? – preguntó – estaba a la puerta de mis ancestros y algo me trajo de vuelta.
- Yo soy Elaran, de los Dúnedain – se apresuró a decir – ella es Gleowyn, la que te ha salvado la vida al menos por ahora.
- Mi nombre es Hithral, del Reino del Bosque – miró su espada y se sintió ridículo. Quizá podía confiar en esos dos extraños. Después de todo, indefenso y herido, le habían salvado la vida – y vengo en una misión importante que no puedo develar.
- Nosotros también estamos aquí por algo que no podemos revelar – dijo Elaran.
Gleowyn intentó refutar la afirmación, pero tuvo que aceptar que no podía escapar o seguir su camino esta vez. De alguna manera inesperada, terminó involucrada más de lo que le gustaría en una situación ajena. Jugueteó con el collar color rojo que pende de su cuello.
El Elfo les contó la pequeña pelea sin entrar en detalles. Solo habló de un enemigo inimaginable, de una fuerza poderosa del Señor Oscuro y de un fuego ancestral que reptaba en la oscuridad del Brezal.
- Entonces eso era lo que el mago quería que investigara – dijo Elaran. Hithral no preguntó porque debía partir enseguida.
- Debo irme e informar a mis hermanos sobre lo sucedido aquí – anunció. Gleowyn le ofreció su palo para caminar y, tras dudar un momento, Hithral lo aceptó. Con sumo esfuerzo, se puso de pie – no sé qué camino les depara si se adentran allí, pero tengan cuidado. Ya la tierra media no es la hermosa tierra que algún día supo ser. No se preocupen por mí. Estoy cerca de amigos y podré llegar. Pocos orcos quedan en estas tierras y podré evitarlos. ¡Adiós!
Elaran y Gleowyn, vieron al Elfo partir desarmado y herido, a paso dubitativo. Desearon darle algo con qué defenderse, pero apenas tenían para ellos. Por lo pronto, una tarea se encomendaba, una que ya estaba dada pero que hasta el momento no se revelaba como tal.
- Entonces estás conmigo en esta tarea ¿Verdad? – preguntó Elaran.
- Nuestros misteriosos caminos nos trajeron hasta aquí, hasta este encuentro – contestó Gleowyn – te ayudaré y asistiré, Dunedain, como sé que tú harás lo mismo por mí. Pero recuerda que mi camino se distancia del tuyo al final.
- Lo sé y hasta ese momento lucharemos lado a lado – Elaran miró su camino delante.

Los dos se encaminaron a Brezal Marchito. La noche todavía no daba paso al amanecer y tardaría en hacerlo. Cuando se decidiera el sol a salir, para dar vida a un nuevo día, el dúo atravesará la entrada del Brezal y se encontrará cara a cara, con el Fuego de Antiguos Días.

sábado, 6 de septiembre de 2014

"LA BATALLA DE VALLE" Capítulo 1 Pt. 3: Héroes y Villanos

Uruloth
(Por Hugo Moreno)

El rugido y contracciones de su estómago lo despertaron. El hambre era evidente: la última vez que había comido –o devorado- algo había sido hace tiempo ya. Los huesos de su última víctima estaban regados por el suelo, dando evidencia de dónde había sido aquel festín hace largo tiempo ya.
Su estómago no fue el único que lo despertó; el frío que se estaba colando por entre las rocas que conformaban su cueva lo hizo temblar por un momento. El calor que el interior de la tierra desprendía no era suficiente en esta época del año para mantenerlo templado.
Desde que llegó solitario al mundo habían pasado apenas siete inviernos, pero este era especialmente gélido, la comida escaseaba y había pocos viajeros por los caminos a los que pudiera sorprender.
Cualquiera creería que se había corrido el rumor de que había nuevas bestias en el norte que asechaban entre los escarpados acantilados de las Montañas Grises. Los enanos de las ciudades de Ered Mithrin no se acercaban mucho más al norte por el miedo que les habría invadido escuchar que su pesadilla no se había acabado con Smaug.
No, eso era imposible. El Último Magnífico dragón había caído hace tiempo ya: sus huesos estaban en el fondo del lago y los hombres, esos despreciables seres violentos, se sumergían para rescatar de entre ellos y el fango alguna joya o moneda que hubiera servido al grandioso dragón como armadura. Se habían hecho ricos con esos tesoros que El Dorado había ganado.
Con tener los huesos del último dragón en el fondo del agua todos se sentían más seguros.
No había razón para que los enanos no viajaran más por El Brezal Seco. Todos los grandes gusanos que habitaron ahí en algún tiempo estaban muertos. Las cavernas estaban vacías. Los fuegos que una vez ardieron estaban extintos. Entonces, ¿Qué detenía a los enanos para que viajaran por ahí?
Se levantó del montón de ramas viejas y secas que funcionaban de cama, una cama muy incómoda, y caminó arrastrando su cola, una cola que se estaba haciendo fuerte con el pasar del tiempo.
Pasó al lado de los restos oscuros del cascarón que había sido el único testigo de su nacimiento, y salió de la cueva en la que había dormido desde que llegó al mundo.
Inhaló profundo el frío aire exterior, un aire de tundra que pareciera que en los últimos días se había vuelto polar.
Unos copos de nieve aislados caían con las primeras luces de la mañana y que se estaban acumulando encima de las rocas filosas del Brezal.
Quizás no sea miedo. No, es idiota pensar que alimento como los enanos le tendrían miedo a un nuevo rumor de dragones en el norte. Esas bestias con hachas y escudos son demasiado necios. Quizás haya cosas que mantienen ocupadas a las manadas de enanos. Quizás por eso ya nadie viajaba por esos fríos caminos. ¿Guerras? Si, a los enanos les encantaba sentir la adrenalina en sus cuerpos, y cuando se comía a uno, siempre lograba percibir esa sensación amarga entre su carne.
El frío hacía evidente que el invierno estaba por llegar. Levantó el hocico y olfateó profundo. No había enanos cerca, pero si uno o dos conejos por ahí.
De pronto, olió algo diferente. Carne, pero no era enano ni conejo, ni de nada que hubiera comido antes. Olía fresco, y como el aire venía en su dirección, estaba seguro que había alguien caminando por el Brezal Marchito.
Caminó en la dirección en la que el aroma venía. A pesar de que estaba creciendo bastante y su cuerpo se volvía más y más voluminoso con el pasar de los días, su paso era veloz y sigiloso, pocos lo hubieran escuchado venir. Se acomodó en una saliente de la roca, y como su rugosa piel era oscura, logró camuflarse en el paisaje. Esa técnica la había aprendido cuando era aún más joven, y el hambre lo obligó a buscar sus primeras presas.
El sonido del viento helado era lo único que se escuchaba, y aprovechó un ventarrón para mirar valle abajo de dónde provenía el aroma fresco que llenaba el aire.
Un viejo camino que apenas podía ser seguido cruzaba por el serpenteante valle accidentado lleno de rocas filosas y nieve acumulada. De a ratos el suelo aplanado que funcionaba de sendero se perdía entre el frío manto, y más adelante entre la maleza y las viejas hojas y pastos congelados.
Abrió bien ese par de ojos grandes para tratar de ver de dónde provenía ese aroma. Despegó la cabeza del suelo para oír mejor, y logró escuchar unas risas. No eran risas enanas; esas eran graves y eran fáciles de identificar. Estas otras eran risas más claras, de una criatura que no había visto antes.
Abajo en el valle vio a tres individuos, dos sentados alrededor de una fogata que apenas podía mantener el fuego. El otro estaba caminando inquieto alrededor de ellos. No portaban armas como las de los enanos, a ellos los conocía bien. Defenderse de las hachas era bastante difícil todavía, pero se había dado cuenta que con un golpe certero de la cola, lograba desarmar rápidamente a sus presas, para después sujetarlos y darle un festín.
Estos tres eran diferentes; mucho más altos que un enano. Rubios, no castaños. Con espadas, no hachas. De cabello suelto y largo, no trenzado, y acompañados cada uno por un caballo real, no ponis ni burros. No, no eran enanos y pero su aroma era mucho más exquisito que el de un enano.
Un hambre monstruosa invadió su ser, la boca se le llenó de saliva que corrió entre sus puntiagudos dientes y salió entre su hocico. Guiado por el estómago, se deslizó siempre con el pecho bajó y pegado lo más posible a la roca alta que estaba bordeando un lado del valle, aplanando su cuerpo lo más posible al suelo. Agachó ese par de alas negras que tenía para no ser visto, como cuando cazaba conejos o enanos o venados, y contrajo las escamas filosas que tenía en la espalda para que su cuerpo no fuera más que una roca moviéndose sigilosamente sobre sus presas.
Bajó por una ladera escarpada fuera de la vista de las criaturas, y cuando estuvo cerca, escuchó nuevamente.
- Ya te he dicho que estas tierras están desoladas y abandonadas, Hithral. No hay de qué preocuparse. Los grandes gusanos se han ido ya, podemos viajar tranquilos en este sitio. Los orcos no llegarán hasta aquí.
- Los orcos no me preocupan tanto, sé que Su Majestad Thranduil no los dejará llegar hasta el norte. Oí antes de salir que algo había atacado caravanas de enanos de las Montañas Grises. El Rey enano no cree que sea un dragón tampoco, pero ¿qué más podría devorar toda una caravana?
Habían pasado dos semanas sin probar carne. Cuando aquella caravana pasó por ahí, no dudó ni un momento en abalanzarse sobre ellos y ver si podía conseguir algo para apaciguar el estómago
- El frío, quizás. Este maldito clima me está matando. Y si a mí me está acabando, imagínate a los enanos —Volvió a decir el primero.

***
Bajó más siempre ocultándose entre las escarpadas rocas, poniéndose más cerca en la ladera que estaba de espaldas a esos seres, y cuando estuvo más cerca y seguro de que al menos lograría atrapar a uno, se levantó imponente en sus dos patas traseras mostrando el tamaño que había alcanzado en los últimos meses.
Al levantarse un gruñido vino desde el fondo de su estómago, subió por su larga garganta y se coló entre sus puntiagudos dientes. El sonido fue suficiente para atraer la atención de los tres exploradores y sus caballos.
Aprovechó el grito que hicieron para atacar al que estaba más cerca; era más alto de lo que creía, pero no más que él. Sus largos y rubios cabellos se agitaron cuando trató de cerrar su mandíbula sobre él, pero ágilmente lo esquivó y logró desenfundar una espada curvada con la que se defendió.
Lo hirió en la cara, justo entre los ojos y la nariz. El golpe que le dio fue suficiente para hacerlo sangrar, y la furia que sintió en ese momento vino desde adentro, a la altura de su corazón agitado.
El ser se arrastró hasta donde estaba su caballo asustado, y se reunió con los otros dos que también reflejaban su miedo en los ojos claros. El sudor frío los recorría desde sus puntiagudas orejas y las manos empuñando espadas similares temblaban.
Al ver a los tres armados, sintió esa furia en el corazón aún más fuerte, y como acidez, esa sensación le quemó garganta arriba, saliendo de su boca ardiente hacia sus presas. La sustancia no se parecía a nada que hubiera engullido antes. Ardía en su boca, como fuego, pero no era precisamente etéreo; era más bien un líquido viscoso y rojo, algo que nunca había visto en él.
- ¡Uruloki! ¡No es un gusano de frío! ¡Escupe fuego!— gritó uno— ¡Los dragones no están extintos!

- ¡Suban a su caballo y lleven la noticia a Thranduil! — Les dijo el más viejo — ¡Yo distraigo a la tormenta ardiente! ¡Urëraumo! ¡Los dragones no se acabaron con Smaug!

viernes, 5 de septiembre de 2014

"LA BATALLA DE VALLE" Capítulo 1 Pt. 2: Héroes y Villanos


                                                                                                      Gleowyn
(Por Mariel Gimeno)

Bosque, montaña, estepa. Una figura distante, envuelta en una capa marrón, había sido vista en incontables lugares al norte por aquella temporada. Venía de muy lejos, cargando un bolso y con un bastón de caminata. De tanto en tanto se detenía en la posada de algún pueblo para refugiarse de la noche si la sombra la alcanzaba antes de haber encontrado un buen lugar para acampar.
Su paso es firme, aunque su cabeza permanece baja cuidando que su rostro no se asome por las comisuras de la capucha. Tiene un aire misterioso sin llegar a ser amenazante pero, a quienes le ven, da la impresión de que es mejor guardar distancia, y eso es mejor para éste personaje.
Nunca pasa demasiado tiempo en un solo lugar, acaso lo necesario para dormir o conseguir provisiones para el camino. ¿A dónde va? Al parecer, sólo lo sabe su propia sombra.
Aquella noche en particular dicha figura encapuchada ha caminado por el sendero de un río después de haberse adentrado en lo profundo del bosque. La luna se muestra casi por completo, quizás faltan un par de días para estar completamente llena. Hay suficiente luz y por ese motivo, decide avanzar hasta que la visión se lo permita, para así acortar camino hacia la próxima ciudad. Esta vez acompañada del sonido de sus pisadas en la hierba, la corriente del río y la canción que tararea para mantener el paso. Al fin, se sienta en una gran piedra que sobresale de las orillas del río para armar su pequeño campamento y descansar. Se descubre entonces el rostro, revelándole a la noche que se trata de una mujer.





(5)

Su nombre, es Gléowyn. De piel blanca que especialmente en la noche despide una palidez espectral, casi fosforescente y de ojos de un color extraño que delatan historias hermosas así como terribles.
Para evitar conflictos suele ir encapuchada, pues una mujer viajando sola es objeto de muchos problemas, y no los desea.
Se quita entonces la capa, y la deja sobre la piedra junto a su bolso mientras se dispone a recoger leña para hacer una pequeña fogata. Sabe que no se topará con nadie en ese bosque. Al menos hasta ese momento, tal instinto no le ha fallado, así que con cierta confianza se dirige a un tronco caído y seco que yace en el suelo, levantando su mano derecha hacia él.
El tronco se quiebra en varios pedazos con un leve ruido sordo que no es suficiente para despertar a las aves. Recoge los pedazos que puede, y los lleva hacia la orilla donde ha decidido pasar la noche. En poco tiempo, y mientras ella arma una pequeña carpa, hay un fuego protector dispuesto a darle calor en ésta, que promete ser una madrugada fría.
Gléowyn nunca se ha definido a sí misma como una hechicera luminosa u oscura. Su magia no es negra, ni blanca. Simplemente “es”. Para ella, su poder resulta natural como la naturaleza misma, y había llegado a dominarlo, hasta aquel día en que empezó su travesía. El día en que se convirtió en una viajera errante. Entonces, su fuerza disminuyó al grado de que por el momento no era capaz de librar de nuevo una batalla ayudándose de sus dones, sin embargo se las ha arreglado con Leitha, su espada. Se trata de una espada larga y curva, poco usual, que ella maneja con dos manos.
Se recuesta boca abajo apoyada en sus brazos mientras mira hacia la fogata. Está cansada, pues ha comido poco esos días y usar su magia la debilita, y ha necesitado de ella para librarse de una pequeña bandada de orcos horas antes. La madera cruje y el viento hace bailar las llamas al compás de su propio pulso. Lanza al aire un suspiro mientras los colores dorados y azules del fuego le hacen pensar en su amada Núren.
Núren, es una tierra maravillosa de la cual nadie, o acaso muy pocos han oído hablar. Y éstos, dicen que es un simple mito. Sin embargo, de alguna forma ella sabe que es real. Está completamente segura, pues el breve segundo que su espíritu estuvo ahí, fue suficiente para que pudiera levantarse de nuevo con deseos de luchar. Sabía desde entonces que el aire de Núren era limpio, el agua clara, que el frío no calaba los huesos y la tierra era fértil, suave y verde. Que ahí encontraría las respuestas que buscaba y que, tal vez, al llegar ahí al fin habría encontrado su hogar.
Viendo el fuego, poco a poco sus ojos han comenzado a cerrarse. Llegar a esa mágica tierra se convirtió en la misión de su vida, y no dejaría de buscarla, al menos hasta que su corazón se detuviera antes que sus pasos…
¿Pasos?
Alguien se acerca. Su piel se eriza al momento y de un brinco, como un gato se pone de pié…






jueves, 4 de septiembre de 2014

"LA BATALLA DE VALLE" Capítulo 1 Pt. 1: Héroes y Villanos

El mundo ha cambiado
Lo siento en el agua
Lo siento en la tierra.
Lo huelo en el aire.
Mucho de lo que era…
se ha perdido.
Pues nadie sigue vivo que lo recuerde”

(Galadriel – El Señor de los Anillos:
 La Comunidad del Anillo (Película))

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS
LA BATALLA DE VALLE

Prólogo:
La Voz del Mago

Luego de la guerra del anillo, mucho se cantó de los hechos en el sur de la Tierra Media. Gandalf el Blanco, Aragorn de los Dúnedain del Norte, coronado en Minas Tirith y Legolas del Reino del Bosque, fueron algunos de los nombres que participaron de la Guerra del Anillo.
Pero mientras ellos dan lucha sin cuartel a un enemigo ancestral, un mal duerme más allá de las montañas del Norte, de los bosques oscuros infestados de arañas. Un mal oculto detrás de la bruma y la ceniza. Que ha preocupado a Enanos y Elfos por igual.
Trhanduil, Galadriel y otros líderes de la Tierra Media, temen que las continuas desapariciones cerca del Monte Gundabad, sean por otra razón ajena al Monte. La escasa presencia de Orcos también les preocupa.
Por azar del destino, y la pequeña voluntad de un Mago y una Dama, un grupo de desconocidos guerreros, olvidados en la neblina de las batallas del sur, se adentrará en los confines del norte, buscando respuestas a las amenazas que podrían hacer sucumbir las defensas de los Pueblos Libres de la Tierra Media.
Ésta, es su historia…
Capítulo I:
Héroes y Villanos

(1)

Elaran
(Por Sebastián De Zaldúa Leveque)

El hombre alto salió a la calle después de mirar fascinado a un niño jugar con uno de los juguetes elaborados por los hombres de la ciudad, claro que con ayuda de los Enanos de Erebor. La Ciudad de Valle no sería nada si los enanos no hubiesen reabierto el comercio con ellos. Pese a las terribles pérdidas durante la Batalla de los Cinco Ejércitos, los beneficios económicos habían sido espléndidos.
El cielo rugió, prometiendo una tormenta que ayudara a la vida en Valle.
Su camino termina en Erebor. Muy ansioso está de reencontrarse con Dain y otros enanos. Siempre la charla es alegre, la comida abundante y la cerveza a punto. Pero no se tarda en caer en las viejas historias.
- Mucho me temo que siempre mi corazón recuerda esa historia – dijo una vez Dain – si tus padres vivieran, estarían orgulloso del guerrero que eres. ¡Que Durin cuide de ellos ahora!
En esas ocasiones, el hombre alto no dice nada. Solo se limita a agachar la cabeza y agradecer las palabras de los enanos que lo han tomado como uno más. Después de todo, fueron ellos los que lo salvaron de bebé de las garras de los Orcos cuando éstos emboscaron la caravana donde viajaban sus padres. Crecería un tiempo largo con los Enanos de Erebor luego de la muerte de Smaug.
- Es un Dunedain como nosotros – dijo Etaudan, Dunedain del norte cuando lo buscó a la edad de catorce años. Para entonces, poco se diferencia de un enano común y corriente. – y debe regresar con nosotros.
Con reticencia, los enanos cedieron a Elaran y éste creció con dos pueblos en su corazón: El de sangre y el de adopción.

***
Llegando a una esquina, vio a un viejo muy viejo mirarle desde unos metros más adelante. En pocos segundos, desapareció entre medio de la gente que huía de la lluvia. Elaran sintió una curiosidad crecerle en el corazón.
Llegó hasta donde el viejo estaba momentos antes. Miró en todas direcciones y vio la punta del sombrero sobresalir entre la gente y hacia allí fue. Cruzó gran parte de la ciudad de Valle de esa manera, cada vez más intrigado no tanto por la presencia de un viejo muy viejo, sino por el deseo de encontrárselo y hablar.
Vio que le hacían señas desde un callejón, bien apartado de la lluvia gracias a un balcón. El hombre, si se podía llamarle así, tenía sobre su cabeza el sombrero que vio momentos atrás.
Elaran se acercó con cuidado. Desde el rabillo del ojo le pareció ver alguien mirarle fijamente.
- Que gusto verte, Elaran – dijo cuando se le acercó – mucho he escuchado de ti, El Dunedain Enano. Es una casualidad muy afortunada cruzarte en las calles de Valle. Discúlpame no me he presentado. Me llamo Gandalf.
- Sé quién eres – contestó – y sé que no te gustan los encuentros casuales. Thorin supo eso también.
- Así es – Gandalf se mostró serio, algo le preocupaba – por favor sígueme, tengo algo que hablarte.
Sin esperar respuesta, el mago se adentró por las calles de la ciudad una vez más. Elaran lo siguió y la lluvia se retiró, como para dejarlos hablar tranquilos.
- Un grupo de Elfos fue enviado al Brezal Marchito – comenzó a hablar Gandalf – tenía por misión investigar rumores sobre el lugar que han empezado a correr en ciertos círculos del norte.
- Ese lugar lleva muerto años – cuestionó Elaran – no he escuchado rumores y no veo la necesidad de ir.
- Yo tampoco, hasta hace unos días – contestó Gandalf mirando sobre su hombro – el grupo de Elfos nunca regresó y cerca de la entrada fue encontrado un símbolo extraño para los ojos comunes de la tierra media y un mensaje en una lengua que poco se recuerda.
- ¿Y eso en que me incumbe a mí? – espetó Elaran – No soy mi capitán y ciertamente no tengo lazos con los Elfos.
- Habilidoso como los Dunedain pero terco como Enano – Gandalf lo miró a los ojos – esta vez la amenaza concierne hasta a tu precioso Erebor y Valle. Si un mal se desata desde Brezal Marchito, será la perdición para todo el norte de la Tierra Media.
- ¿Qué decía el mensaje? – preguntó.
- “Muerte al que desafíe al Señor Oscuro” – Gandalf guardó silencio un instante – Tú sabes a qué señor se refiere el mensaje y ninguno de los pueblos libres estará libre de su furia.
Pasaron unos segundos y la mirada del mago le apresuró a decidirse.
Elaran recordó a sus padres y acarició el mango de sus espadas cortas que llevan su nombre.
- Muy bien – aceptó – lo haré. El mago silbó y un caballo apareció desde otro callejón.
- Tiempos violentos se ciernen sobre nosotros y necesitamos de toda la fuerza que podamos juntar. Hoy parto hacia… - Gandalf se subió a un caballo – tierras lejanas a estas. Con tristes noticias. Los enanos de aquí saben de qué hablo, no te preocupes por tu ausencia. Ve a Brezal Marchito. Es de vital importancia – miró hacia adelante y luego volvió hacia Elaran – Cuando llegue el momento, ten cuidado con la mujer poderosa, a veces no sabes si es amiga o enemiga. ¡Adiós! – y el mago partió hacia esas tierras lejanas.

***
El camino elegido por Elaran, fue demasiado tranquilo para su gusto. Pocos Orcos, que duraron poco en su presencia. Temía que se estuviesen juntando de nuevo en el Monte Gundabad. Se obligó a no pensar en ello, ya tendría tiempo para hacerlo, ahora hay que cumplir un objetivo.
Llegando a la entrada mencionada por Gandalf, Elaran detectó un rastro, de una mujer delgada, con poco equipo encima. ¿Sería la mujer mencionada? ¿Debería seguir el rastro?
El Montaraz decidió que lo mejor era cerciorarse, averiguar quién es la dueña de ese rastro.
En los lindes del bosque, Elaran avanzó con cuidado. Una advertencia latía en su mente, una que debía escuchar contra viento y marea.
A los pocos metros, se veía una forma bajo la luz de la luna cerca de una fogata. Se acercó desenvainando sus espadas cortas. Trataría de habar con ella, pero debía estar preparado.
Contuvo la respiración, solo unos centímetros le separaban de su objetivo.
Trata de no hacer ruido. Como cualquier Montaraz, es un hombre silencioso y…
Todo se inunda en penumbras ¿Dónde estaba la fogata? Más aún ¿Había una fogata al llegar?
Gandalf no estaba equivocado en su descripción. Elaran supo y sintió ese poder delante de él, una inaudita aura gris.
Dio un paso hacia adelante, poniéndose en guardia, aceptando lo que tuviera que ocurrir.