Los tres tarros de cerveza subieron una
sola vez y bajaron vacíos. Fue un dulce nectar reparador para una larga
travesía.
Elaran miró hacia la pared opuesta de la
taberna “Martillo” ubicada en el centro mismo de Esgaroth. Por un instante se
sintió extraviado, ajeno a ese lugar. Sacudió la cabeza y estiró las piernas
intentando relajarse un poco. Al día siguiente, Dain los recibiría. Había
entendido el mensaje enviado por Elaran mediante el cuervo.
A su lado, Gleowyn acariciaba la punta de
su báculo. ¿En qué estaría pensando la hechicera? ¿En el dragón muerto? ¿En la
salud de Elaran? ¿En la gran batalla por venir?
Sin dudas, sería un desenlace digno de la
historia de la tierra media, de eso no cabía duda. El problema era saber si
tenían las fuerzas suficientes para que el desenlace fuese positivo.
Miró hacia el posadero. Un cómico enano,
enfundado en un traje sucio sin delantal, que se paraba sobre un barril para
poder atender a la clientela. ¿Podría ese enano blandir el hacha?
―Por supuesto que si – dijo en el aire.
― ¿Que dices, montaraz? ― preguntó Gleowyn.
Elaran volvió la mirada. Pero no dijo nada.
Les habían asignado una habitación para los cinco. Luzzen pidió que Kiora
continuara con ellos hasta Erebor. Los demás accedieron y el resto de los Elfos
regresó a Rivendell para informar los últimos acontecimientos.
― Iremos a disfrutar de la noche si les
parece ― comentó Luzzen levantándose.
Los otros dos hicieron señas que estaba
bien. Al cabo de un rato, Elaran habló.
― Me preocupa que no estemos preparados
―dijo ― me preocupa que lleguemos demasiado tarde. ¿Recuerdas las luces de los
campamentos en el camino?
― Si
lo recuerdo ― contestó Gleowyn ― y sospecho que no es toda la fuerza atacante.
― Sospechas bien, hechicera ― Elaran la
miró con dureza. Parecía que nunca hubiese vivido la magia extraña dentro de
sí. Ahora era un montaraz común y corriente. Era el montaraz que siempre fue
―el Señor Oscuro ya ha atacado Erebor y no triunfó. Esta vez se asegurará la
victoria con superioridad numérica.
― Entonces debemos preparar bien nuestras
defensas ― volivó a mirar su báculo ―nunca la esperanza está perdida, ni aun
cuando todo está perdido.
Él asintió y no dijo más. Gleowyn tenía
razón. Solo estaría perdido cuando su cuerpo sin vida fuera carroña para los
murciélagos.
Un poco ebrios se fueron a dormir al alba.
(3)
Luzzen y Kiora conocieron un poco la ciudad
en la que estaban. Pronto comenzaría la batalla que decidiría la guerra y el
elfo se encontraba intranquilo. EL había visto los horrores de Carn Dum y los
planes de batalla. Como así también había visto los extensos campamentos
enemigos, sabiendo que ese no era todo el ejército enemigo.
Sintió que Kiora no debía estar allí. El
pensamiento desapareció tan rápido como llegó. Había demostrado su valía para
el combate y la curación. ¿Qué más podía esperar de su amada?
Bajaron hasta el borde la ciudad y
encontraron un pequeño apartado bajo la
luz de la luna, bajo cuyos rayos se juraron amor eterno.
(2)
La noche transcurrió sin sobresaltos. La
primera noche tranquila desde su partida de Rivendell y agradecieron eso.
Los cuatro caminaron hasta las mismísimas
puertas de Erebor. Allí unos guardias esperaban con las estrictas instrucciones
de dejar entrar a Elaran y conducirlo ante Dain, junto con cualquier compañero
que estuviese con él. Eso incluía a los dos Elfos. A pocos les agradó ver a dos
elfos caminando entre los muros del gran reino de Erebor.
―¡Elaran! ― exclamó Dain al verlo ― al fin
una cara amigable llega desde fuera de este reino.
GLeowyn miró entre fascinada y divertida al
rey bajo la montaña. Apenas era barba y algo más el enano.
― ¿A qué te refieres? ― preguntó Elaran
luego de las presentaciones de rigor.
― Hace unos días, ya no recuerdo cuantos
―comenzó ― llegó un jinete preguntando por “Bolsón” y “Comarca”. Había algo
oscuro en él. Algo que nos ponía los nervios de punta. No dijimos nada y no ha
regresado.
Los cuatro intercambiaron una mirada.
Sabían de dónde venía aquel jinete y así lo explicaron.
L a cara de todos los enanos presentes se
endureció. Ante ellos había estado un emisario oscuro, nada más y nada menos.
Los grandes salones de Erebor parecieron enmudecerse ante la sola mención de la
oscuridad. Y hasta Dain pareció palidecer tras su barba al escuchar el relato
del ataque inminente. Enseguida comprendió que en sus tierras se libraría la
batalla decisiva por la existencia de los Enanos de Erebor.
― Debemos comenzar los preparativos ―
anunció ― oscuras noticias nos llegan desde el sur. Es muy probable que no
contemos con refuerzos como necesitaremos. Pero los enanos no se rendirán, no
negociarán. ¡Nuestros enemigos caerán antes de siquiera poner un pie en Erebor!
― ante el grito los enanos presentes, afortunados elegidos entre muchos,
respondieron con un cántico de guerra.
(3)
Bajaron emisarios hasta la ciudad de valle
y la ciudad del lago. El Rey Brand, comprendió al instante la amenaza que se
cernía sobre ellos y le aseguró a Gleowyn y a Elaran, que colaboraría
activamente en defensa de su tierra.
Aún serios, pero con la esperanza intacta,
Elaran, Gleowyn, Luzzen y Kiora, colaboraron activamente en la preparación de
la defensa.
― Espero que esto sirva de algo ― comentó Elaran a Gleowyn durante el primer
día.
― No pienso repetirte lo de la otra noche,
Elaran ― contestó ―hemos llegado hasta aquí, no desconfíes de tus fuerzas ni de
las de tus compañeros.
― ¿Sabes? Comienzas a sonar como una gran
sabia ―dijo mientras sonreía.
― Presta atención ― dijo sonriendo también
―y podrás aprender algo.
Vieron como el sol se ponía en el horizonte
de la tierra media. Detrás de ellos los enanos montaban una armería en la
ciudad del lago y los hombres afilaban las espadas.
Era el atardecer del 13 de Marzo de 3019.
La esperanza todavía vivía en los corazones de los protagonistas.
En el amanecer del 14 de marzo, se escuchó
el primer cuerno de guerra de Mordor.
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