sábado, 6 de septiembre de 2014

"LA BATALLA DE VALLE" Capítulo 1 Pt. 3: Héroes y Villanos

Uruloth
(Por Hugo Moreno)

El rugido y contracciones de su estómago lo despertaron. El hambre era evidente: la última vez que había comido –o devorado- algo había sido hace tiempo ya. Los huesos de su última víctima estaban regados por el suelo, dando evidencia de dónde había sido aquel festín hace largo tiempo ya.
Su estómago no fue el único que lo despertó; el frío que se estaba colando por entre las rocas que conformaban su cueva lo hizo temblar por un momento. El calor que el interior de la tierra desprendía no era suficiente en esta época del año para mantenerlo templado.
Desde que llegó solitario al mundo habían pasado apenas siete inviernos, pero este era especialmente gélido, la comida escaseaba y había pocos viajeros por los caminos a los que pudiera sorprender.
Cualquiera creería que se había corrido el rumor de que había nuevas bestias en el norte que asechaban entre los escarpados acantilados de las Montañas Grises. Los enanos de las ciudades de Ered Mithrin no se acercaban mucho más al norte por el miedo que les habría invadido escuchar que su pesadilla no se había acabado con Smaug.
No, eso era imposible. El Último Magnífico dragón había caído hace tiempo ya: sus huesos estaban en el fondo del lago y los hombres, esos despreciables seres violentos, se sumergían para rescatar de entre ellos y el fango alguna joya o moneda que hubiera servido al grandioso dragón como armadura. Se habían hecho ricos con esos tesoros que El Dorado había ganado.
Con tener los huesos del último dragón en el fondo del agua todos se sentían más seguros.
No había razón para que los enanos no viajaran más por El Brezal Seco. Todos los grandes gusanos que habitaron ahí en algún tiempo estaban muertos. Las cavernas estaban vacías. Los fuegos que una vez ardieron estaban extintos. Entonces, ¿Qué detenía a los enanos para que viajaran por ahí?
Se levantó del montón de ramas viejas y secas que funcionaban de cama, una cama muy incómoda, y caminó arrastrando su cola, una cola que se estaba haciendo fuerte con el pasar del tiempo.
Pasó al lado de los restos oscuros del cascarón que había sido el único testigo de su nacimiento, y salió de la cueva en la que había dormido desde que llegó al mundo.
Inhaló profundo el frío aire exterior, un aire de tundra que pareciera que en los últimos días se había vuelto polar.
Unos copos de nieve aislados caían con las primeras luces de la mañana y que se estaban acumulando encima de las rocas filosas del Brezal.
Quizás no sea miedo. No, es idiota pensar que alimento como los enanos le tendrían miedo a un nuevo rumor de dragones en el norte. Esas bestias con hachas y escudos son demasiado necios. Quizás haya cosas que mantienen ocupadas a las manadas de enanos. Quizás por eso ya nadie viajaba por esos fríos caminos. ¿Guerras? Si, a los enanos les encantaba sentir la adrenalina en sus cuerpos, y cuando se comía a uno, siempre lograba percibir esa sensación amarga entre su carne.
El frío hacía evidente que el invierno estaba por llegar. Levantó el hocico y olfateó profundo. No había enanos cerca, pero si uno o dos conejos por ahí.
De pronto, olió algo diferente. Carne, pero no era enano ni conejo, ni de nada que hubiera comido antes. Olía fresco, y como el aire venía en su dirección, estaba seguro que había alguien caminando por el Brezal Marchito.
Caminó en la dirección en la que el aroma venía. A pesar de que estaba creciendo bastante y su cuerpo se volvía más y más voluminoso con el pasar de los días, su paso era veloz y sigiloso, pocos lo hubieran escuchado venir. Se acomodó en una saliente de la roca, y como su rugosa piel era oscura, logró camuflarse en el paisaje. Esa técnica la había aprendido cuando era aún más joven, y el hambre lo obligó a buscar sus primeras presas.
El sonido del viento helado era lo único que se escuchaba, y aprovechó un ventarrón para mirar valle abajo de dónde provenía el aroma fresco que llenaba el aire.
Un viejo camino que apenas podía ser seguido cruzaba por el serpenteante valle accidentado lleno de rocas filosas y nieve acumulada. De a ratos el suelo aplanado que funcionaba de sendero se perdía entre el frío manto, y más adelante entre la maleza y las viejas hojas y pastos congelados.
Abrió bien ese par de ojos grandes para tratar de ver de dónde provenía ese aroma. Despegó la cabeza del suelo para oír mejor, y logró escuchar unas risas. No eran risas enanas; esas eran graves y eran fáciles de identificar. Estas otras eran risas más claras, de una criatura que no había visto antes.
Abajo en el valle vio a tres individuos, dos sentados alrededor de una fogata que apenas podía mantener el fuego. El otro estaba caminando inquieto alrededor de ellos. No portaban armas como las de los enanos, a ellos los conocía bien. Defenderse de las hachas era bastante difícil todavía, pero se había dado cuenta que con un golpe certero de la cola, lograba desarmar rápidamente a sus presas, para después sujetarlos y darle un festín.
Estos tres eran diferentes; mucho más altos que un enano. Rubios, no castaños. Con espadas, no hachas. De cabello suelto y largo, no trenzado, y acompañados cada uno por un caballo real, no ponis ni burros. No, no eran enanos y pero su aroma era mucho más exquisito que el de un enano.
Un hambre monstruosa invadió su ser, la boca se le llenó de saliva que corrió entre sus puntiagudos dientes y salió entre su hocico. Guiado por el estómago, se deslizó siempre con el pecho bajó y pegado lo más posible a la roca alta que estaba bordeando un lado del valle, aplanando su cuerpo lo más posible al suelo. Agachó ese par de alas negras que tenía para no ser visto, como cuando cazaba conejos o enanos o venados, y contrajo las escamas filosas que tenía en la espalda para que su cuerpo no fuera más que una roca moviéndose sigilosamente sobre sus presas.
Bajó por una ladera escarpada fuera de la vista de las criaturas, y cuando estuvo cerca, escuchó nuevamente.
- Ya te he dicho que estas tierras están desoladas y abandonadas, Hithral. No hay de qué preocuparse. Los grandes gusanos se han ido ya, podemos viajar tranquilos en este sitio. Los orcos no llegarán hasta aquí.
- Los orcos no me preocupan tanto, sé que Su Majestad Thranduil no los dejará llegar hasta el norte. Oí antes de salir que algo había atacado caravanas de enanos de las Montañas Grises. El Rey enano no cree que sea un dragón tampoco, pero ¿qué más podría devorar toda una caravana?
Habían pasado dos semanas sin probar carne. Cuando aquella caravana pasó por ahí, no dudó ni un momento en abalanzarse sobre ellos y ver si podía conseguir algo para apaciguar el estómago
- El frío, quizás. Este maldito clima me está matando. Y si a mí me está acabando, imagínate a los enanos —Volvió a decir el primero.

***
Bajó más siempre ocultándose entre las escarpadas rocas, poniéndose más cerca en la ladera que estaba de espaldas a esos seres, y cuando estuvo más cerca y seguro de que al menos lograría atrapar a uno, se levantó imponente en sus dos patas traseras mostrando el tamaño que había alcanzado en los últimos meses.
Al levantarse un gruñido vino desde el fondo de su estómago, subió por su larga garganta y se coló entre sus puntiagudos dientes. El sonido fue suficiente para atraer la atención de los tres exploradores y sus caballos.
Aprovechó el grito que hicieron para atacar al que estaba más cerca; era más alto de lo que creía, pero no más que él. Sus largos y rubios cabellos se agitaron cuando trató de cerrar su mandíbula sobre él, pero ágilmente lo esquivó y logró desenfundar una espada curvada con la que se defendió.
Lo hirió en la cara, justo entre los ojos y la nariz. El golpe que le dio fue suficiente para hacerlo sangrar, y la furia que sintió en ese momento vino desde adentro, a la altura de su corazón agitado.
El ser se arrastró hasta donde estaba su caballo asustado, y se reunió con los otros dos que también reflejaban su miedo en los ojos claros. El sudor frío los recorría desde sus puntiagudas orejas y las manos empuñando espadas similares temblaban.
Al ver a los tres armados, sintió esa furia en el corazón aún más fuerte, y como acidez, esa sensación le quemó garganta arriba, saliendo de su boca ardiente hacia sus presas. La sustancia no se parecía a nada que hubiera engullido antes. Ardía en su boca, como fuego, pero no era precisamente etéreo; era más bien un líquido viscoso y rojo, algo que nunca había visto en él.
- ¡Uruloki! ¡No es un gusano de frío! ¡Escupe fuego!— gritó uno— ¡Los dragones no están extintos!

- ¡Suban a su caballo y lleven la noticia a Thranduil! — Les dijo el más viejo — ¡Yo distraigo a la tormenta ardiente! ¡Urëraumo! ¡Los dragones no se acabaron con Smaug!

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