Gleowyn
(Por Mariel Gimeno)
Bosque, montaña, estepa. Una
figura distante, envuelta en una capa marrón, había sido vista en incontables
lugares al norte por aquella temporada. Venía de muy lejos, cargando un bolso y
con un bastón de caminata. De tanto en tanto se detenía en la posada de algún
pueblo para refugiarse de la noche si la sombra la alcanzaba antes de haber
encontrado un buen lugar para acampar.
Su paso es firme, aunque su
cabeza permanece baja cuidando que su rostro no se asome por las comisuras de
la capucha. Tiene un aire misterioso sin llegar a ser amenazante pero, a
quienes le ven, da la impresión de que es mejor guardar distancia, y eso es
mejor para éste personaje.
Nunca pasa demasiado tiempo en
un solo lugar, acaso lo necesario para dormir o conseguir provisiones para el
camino. ¿A dónde va? Al parecer, sólo lo sabe su propia sombra.
Aquella noche en particular
dicha figura encapuchada ha caminado por el sendero de un río después de
haberse adentrado en lo profundo del bosque. La luna se muestra casi por completo,
quizás faltan un par de días para estar completamente llena. Hay suficiente luz
y por ese motivo, decide avanzar hasta que la visión se lo permita, para así
acortar camino hacia la próxima ciudad. Esta vez acompañada del sonido de sus
pisadas en la hierba, la corriente del río y la canción que tararea para
mantener el paso. Al fin, se sienta en una gran piedra que sobresale de las
orillas del río para armar su pequeño campamento y descansar. Se descubre
entonces el rostro, revelándole a la noche que se trata de una mujer.
(5)
Su nombre, es Gléowyn. De piel
blanca que especialmente en la noche despide una palidez espectral, casi
fosforescente y de ojos de un color extraño que delatan historias hermosas así
como terribles.
Para evitar conflictos suele ir
encapuchada, pues una mujer viajando sola es objeto de muchos problemas, y no
los desea.
Se quita entonces la capa, y la
deja sobre la piedra junto a su bolso mientras se dispone a recoger leña para
hacer una pequeña fogata. Sabe que no se topará con nadie en ese bosque. Al
menos hasta ese momento, tal instinto no le ha fallado, así que con cierta
confianza se dirige a un tronco caído y seco que yace en el suelo, levantando
su mano derecha hacia él.
El tronco se quiebra en varios
pedazos con un leve ruido sordo que no es suficiente para despertar a las aves.
Recoge los pedazos que puede, y los lleva hacia la orilla donde ha decidido
pasar la noche. En poco tiempo, y mientras ella arma una pequeña carpa, hay un
fuego protector dispuesto a darle calor en ésta, que promete ser una madrugada
fría.
Gléowyn nunca se ha definido a
sí misma como una hechicera luminosa u oscura. Su magia no es negra, ni blanca.
Simplemente “es”. Para ella, su poder resulta natural como la naturaleza misma,
y había llegado a dominarlo, hasta aquel día en que empezó su travesía. El día
en que se convirtió en una viajera errante. Entonces, su fuerza disminuyó al
grado de que por el momento no era capaz de librar de nuevo una batalla
ayudándose de sus dones, sin embargo se las ha arreglado con Leitha, su espada.
Se trata de una espada larga y curva, poco usual, que ella maneja con dos
manos.
Se recuesta boca abajo apoyada
en sus brazos mientras mira hacia la fogata. Está cansada, pues ha comido poco
esos días y usar su magia la debilita, y ha necesitado de ella para librarse de
una pequeña bandada de orcos horas antes. La madera cruje y el viento hace
bailar las llamas al compás de su propio pulso. Lanza al aire un suspiro
mientras los colores dorados y azules del fuego le hacen pensar en su amada
Núren.
Núren, es una tierra
maravillosa de la cual nadie, o acaso muy pocos han oído hablar. Y éstos, dicen
que es un simple mito. Sin embargo, de alguna forma ella sabe que es real. Está
completamente segura, pues el breve segundo que su espíritu estuvo ahí, fue
suficiente para que pudiera levantarse de nuevo con deseos de luchar. Sabía
desde entonces que el aire de Núren era limpio, el agua clara, que el frío no
calaba los huesos y la tierra era fértil, suave y verde. Que ahí encontraría
las respuestas que buscaba y que, tal vez, al llegar ahí al fin habría
encontrado su hogar.
Viendo el fuego, poco a poco
sus ojos han comenzado a cerrarse. Llegar a esa mágica tierra se convirtió en
la misión de su vida, y no dejaría de buscarla, al menos hasta que su corazón
se detuviera antes que sus pasos…
¿Pasos?
Alguien se acerca. Su piel se
eriza al momento y de un brinco, como un gato se pone de pié…
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