Antes de que Gléowyn o Luzzen pudiesen reaccionar, Elaran había pateado
la cerradura de la pesada puerta de madera que los separaba de aquellas voces,
haciéndola ceder con un golpe seco al estrellarse contra el muro. Lo miraron
por un instante sin comprender cómo había podido obrar un acto de tal fuerza.
Adentro, dos comandantes de la fortaleza se ponían de pie ante los intrusos.
Frente a ellos había una mesa en la cual estaban extendidos varios pergaminos.
El montaraz, al saber que su hogar peligraba, había cedido ante la rabia que lo
invadía y ahora se abalanzaba hacia ellos. Asestó un golpe con el filo de
Dagmor que chocó contra la negra espada de uno de ellos mientras Luzzen, desde
la puerta disparaba flechas que fueron ágilmente esquivadas por el otro.
— Los pergaminos—… dijo Luzzen, mientras Elaran arremetía contra ambos
generales con toda su ira—. Debemos tomarlos.
— Yo iré —dijo ella —, cubre a Elaran…
Ella corrió hacia la mesa y ágilmente tomó los pergaminos mientras
Elaran se batía en duelo contra ambos seres con la ayuda del elfo. Una vez que
ambos generales estuvieron caídos, los tres corrieron hacia la salida.
— El ruido debe haber alertado a los demás, no tenemos mucho tiempo,
hay que salir de aquí… ¡Debemos llamar a las águilas!— dijo Luzzen.
— No podemos — Elaran seguía agitado por la batalla y un fino hilo de
sangre le corría por la frente— Uruloth sobrevuela Carn Dum, nos alcanzaría…
Debemos encontrar otra forma.
Pero no pudieron pensar demasiado. Una cuadrilla de orcos se acercaba
hacia ellos haciendo retumbar el suelo. Huyeron a toda prisa intentando perder
su rastro entre los túneles, que se abrían ante ellos como madrigueras,
descendiendo complejas escalinatas de piedra intentando encontrar alguna salida.
En una de las vueltas se vieron acorralados por un segundo grupo de
sirvientes del señor oscuro. No había posible forma de escapar. ¿Es que ahí
terminaba su viaje?
— Vamos, es solo un grupo de inmundos orcos...— dijo Elaran entre
djentes, lo cual animó un poco a sus compañeros.
Los tres prepararon sus armas y se defendieron de las hachas, espadas y
mazos que caían sobre ellos intentando derribarlos, maniobrando con dificultad
en el poco espacio del túnel. Elaran había enfundado a Dagmor y ahora empuñaba
sus espadas cortas, esquivando y devolviendo estocadas. Luzzen con agilidad
había derribado a varios, sin perder esa chispa de aventura en la mirada, y la hechicera
se defendía intentando no perder de vista a los otros dos. Pero eran
demasiados.
Elaran hizo una señal para mostrarles una salida próxima que dejaba ver
la luz de la luna, pero algo no estaba en su lugar.
— ¡Luzzen!
No había rastro alguno del elfo de cabello blanco. Elaran y Gléowyn lo buscaban con la mirada,
gritaban su nombre pero sus voces se perdían entre ruido de la batalla.
Un grito gutural y desgarrador. Voltearon, para descubrir que un enorme
orco se sujetaba la mano.
— ¡Quema! ¡Quema!
Pudieron ver entonces en el suelo algo brillante. Otro intentó tomarla
pero de igual manera no lo logró.
Entre la confusión, la hechicera y el montaraz lograron refugiarse en
uno de los túneles. Contuvieron el aliento hasta que el lugar estuvo vacío.
Gléowyn se acercó a toda prisa y tomó el objeto del suelo; se trataba
de la gema de luz que la dama Galadriel le había otorgado a Luzzen y que les
había ganado su liberación en el bosque negro. El orco había intentado
recogerla pero por la naturaleza pura de ésta, le había sido imposible.
— Debemos ir afuera...—dijo ella.
—¡No! Vamos hacia las profundidades, es muy arriesgado salir con
Uruloth vigilando.
Descendieron en silencio hasta que encontraron un paraje aparentemente
abandonado. Una vez ahí la mujer se sentó en el suelo con impotencia.
—Le fallamos—dijo con voz ahogada—, ni siquiera vimos quien se lo
llevó.
—No hemos fallado, hechicera, lo encontraremos. Así como detendremos
aquello que conspira contra mi gente y mi pueblo. En ello pongo mi honor y mi
palabra.
Ella entonces entregó a Elaran los pergaminos que había rescatado. El
montaraz los tomó y los desenrrolló despacio.
—Es lengua negra. Tan solo de mirarlo mi corazón se oscurece— Dijo sentándose
en el suelo junto a ella. Después de meditar un momento agregó — Debemos
encontrar a Luzzen.
—Quizás pueda averiguar donde lo tienen— dijo ella, sosteniendo en su
mano la gema de luz. La miró fijamente.
—Haz todo lo que puedas, Gléowyn.
La mujer cerró los ojos y se concentró profundamente.
Elaran observaba expectante, hasta que ella sintió un golpe de energía,
como si un rayo le hubiese atravesado la cabeza. Y entonces lo vio.
Con fragmentos claros, vio en su mente un gran mazo colapsar contra
Luzzen haciéndolo perder la conciencia.
Otra imagen destelló en su frente, haciéndole temblar el cráneo. En
ella una oscura voz hablaba en lengua desconocida mientras llevaban al elfo
inconsciente hacia una celda.
Finalmente, pudo verlo atado, sin embargo luchando mientras grotescas
criaturas se acercaban a él, sonriendo y preparando sus puños. Abrió los ojos
con sobresalto.
— ¿Lograste verlo?— preguntó el montaraz
—Lo ví... Debemos apresurarnos. Está en peligro...
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