Aunque no creyeran que fuera posible, la situación
se complicaba más.
Luego
de divisar a Uruloth acercarse, escucharon a la tropa orca en la base de la
escalera, gritar y rugir, exigiendo la sangre de los tres compañeros.
Luzzen
dio dos pasos al frente levantando su arco, pero los brazos no le respondieron
como debían. Se aflojaron al mismo tiempo que la vista se le nublaba.
— Géowyn — llamó el Elfo —
Elaran — la vista se le nubló hasta sumirlo en el desmayo más profundo.
Ambos
se acercaron y vieron como los ojos de Luzzen se transformaban en dos esferas
blancas. Elaran logró sostener a su compañero en el último momento.
- El veneno es demasiado fuerte para nosotros — sentenció el Dunedain —
necesita medicina de su raza.
Gléowyn no estaba prestando
atención. Había caminado hasta el borde de la escalera y esperaba la embestida
del enemigo. De pie frente a los orcos, la única de los tres ilesa, miraba con
intensidad.
A
punto de dar la primera estocada, un gigante pasó frente a ella.
— Llegaron — dijo Elaran — las
tres águilas que nos custodian desde el aire.
En pocos segundos, las gigantes
del aire barrieron a la tropa orca. Por encima de sus cabezas, Uruloth pasó
sobrevolando esa cima de Carn Dum.
— Saludos, amigos — dijo una
de las Águilas acercándose. Las otras dos emprendían otro camino — solo podré
llevar a uno de ustedes. Mis compañeras águilas, distraerán al mal del fuego.
— Llevate a Luzzen — pidió
Elaran — es el que peor está de los tres. Llévalo directo a Rivendel, el
Maestro Elrond debe curarlo urgente.
Los
cargaron al Elfo agonizante en el lomo del Águila. Ésta emprendió vuelo
asegurando que volverían por ellos.
(2)
Abandonar la torre no era la mejor idea,
pero si la más aceptable entre sus opciones. Elaran insistió en moverse pese a
la reticencia de Gléowyn.
— Debemos encontrar los
Silmarils — dijo el Montaraz — o ¿piensas que me he olvidado de lo que nos dijo
en el camino?
— Lo sé, Elaran — Gleowyn lo
miraba fijo — pero estás herido.
— Puedo caminar — contestó y
comenzó a andar.
Derecha a izquierda. Luego
subir y más tarde bajar. Algunos caminos parecían inclinarse hacia un costado.
El laberinto del Rey Brujo estaba demasiado bien elaborado.
— ¿Dónde estaremos ahora? —
preguntó Gleowyn.
— Por el olor es muy probable que
cerca de las cárceles — contestó Elaran.
Bajó por unas escaleras y en ese instante
reparó en la soledad de los pasillos. ¿Dónde estaban todos? Carn Dum, se
encontraba activa, no podían haber acabado con todos los Orcos y Hombres de
Angmar en su atolondrada arremetida.
— Espera — ordenó Elaran — algo
aquí no está bien.
— ¿Demasiada tranquilidad,
Montaraz? — preguntó Gleowyn poniéndose en guardia.
— Nos están vigilando — susurró
Elaran — ¿Por qué?
El pasillo desembocó en una
gigantesca puerta. Elaran creyó que podía ser el corazón de Carn Dum.
— Ahora espera tú, Elaran — dijo
Gléowyn — mira debajo de la puerta.
Una
luz débil, brillaba debajo de la puerta. ¿Estaba allí antes? No podían saberlo.
— Aquí es, Hechicera — sentenció
Elaran — allí está lo que buscamos.
Envainó las dos espadas. Haciendo
mucho esfuerzo abrió la puerta y una brillante luz bañó sus cuerpos.
(3)
El primer golpe lo sintió en la
espalda y lo hizo volar hacia el centro de la sala. Gléowyn apenas reaccionó y
recibió en la frente, provocándole un corte.
— ¿Creían que no los estábamos
buscando? — Preguntó una voz grave y ronca, casi como un rugido — soy el
maestro de este lugar cuando el Rey no está.
Gléowyn fue arrastrada fuera de la
sala. Elaran miraba las dos joyas brillantes. Algo dentro de él le aseguraba
una cosa: no eran las joyas mencionadas, pero eran otros de un gran poder, no
tales como las de antaño pero que en manos del enemigo, representarían una terrible
amenaza.
Intentó tomar una, pero una punzada
de dolor en la espalda le hizo retorcer en el suelo.
No
podía hablar, pero sabía que tenía la espalda rota. Un orco se acercó y trató
de levantarlo del piso, para llevarlo afuera. Él se resistió, mordiendo al orco
en el cuello. En respuesta, lo lanzaron sobre la mesa y rodó por el piso con
una de las joyas en la mano.
La hechicera luchaba por liberarse
cuando escuchó el grito de dolor de Elaran. Lo vio retorcerse en el piso con
una luz brillante en la mano. Casi parecía un hechicero como ella.
Sintió
un escozor salvaje en el abdomen, una quemazón en la mano derecha y los huesos
de la espalda moverse en todas direcciones. Luego oscuridad.
(4)
El Orco se acercó luego de recibir la
orden de su capitán. Pero algo le infundía un terror muy profundo; los ojos de
Elaran se habían puesto en blanco y de una forma sobrenatural, se puso de pié,
cual si estuviera poseído. Gléowyn lo observó horrorizada, mientras a sus oídos
llegaba el crujir de los huesos del montaraz.
-Elaran...
El grito que arrancó la garganta de
su compañero le heló la sangre. Aquel gran orco apretó la mandíbula y
arremetió, pero él, empuñando a Dagmor y de un tajo, le separó brutalmente las
dos mitades del cuerpo. Vísceras y sangre negra salpicaron cuando blandió su
espada de manera sobrehumana sobre los que se arrojaban a él. Se había
convertido en un demonio enloquecido, y Gléowyn se arrastró a un costado de la
cámara observando la tremenda carnicería sin explicarse lo que estaba ocurriendo.
De pronto, logró divisar aquel resplandor blanco que continuaba en la mano del
montaraz, y comprendió que la misteriosa piedra le estaba dando tal tremenda
energía. Temió entonces que aquello fuera demasiado para su compañero.
La cabeza del último orco rodó hasta
sus pies y la ciega mirada de Elaran la alcanzó. Lleno de euforia levantó a
Dagmor y cargó contra la hechicera, que de un brinco esquivó la estocada.
-¡Elaran! ¡Escúchame!-pero no había
más que rabia incontenible en él- ¡Soy Gléowyn!
La mujer tropezó y cayó. Una nueva
estocada aterrizó sobre ella, que logró bloquear con su espada desde el suelo,
pero el peso era demasiado.
-¡Reacciona, dúnedain! ¡Tu amada
Erebor... - las fuerzas le fallaban a la mujer durante el forcejeo- y Valle te
necesitan!
Súbitamente, Elaran pareció dudar
dentro de su locura. Dagmor cedió, resbalando de las manos de su portador, que
cayó al suelo, en fuertes convulsiones. Mientras el montaraz luchaba
inútilmente por respirar, la mujer le sujetó con fuerza el brazo y le quitó la
piedra de la mano. Al momento las convulsiones cesaron. Lo giró, y con sorpresa
descubrió que la herida en su abdomen había desaparecido por completo. Le tomó
el pulso, y respiró aliviada al darse cuenta de que seguía con vida. Lo sacudió
mientras lo llamaba por su nombre, intentando despertarlo. Poco a poco, el
dúnedain abrió los ojos.
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Gléowyn sonrió con alivio al verlo
despertar.
- ¿Recuerdas lo que ocurrió,
Elaran?
- Vagamente – respondió, mientras
sus ojos se perdían entre cadáveres de orcos destrozados por donde quiera
miraran
- ¿Puedes ponerte de pié?
El
montaraz hizo un esfuerzo por incorporarse con ayuda de la mujer, con semblante
oscuro.
-¿Qué ocurre?- preguntó ella.
- Juro que mi espalda se había
roto con el golpe de aquella criatura.
-¿La misma que cortaste por la mitad
segundos después?
Elaran la miró desconcertado.
-. Recuerdo haber sentido mis
huesos colapsar y volver a unirse, bajo el influjo de un poder inexplicable.
- La herida en tu abdomen
desapareció también. No cabe duda que el poder de aquellas piedras es tremendo.
- Aunque –dijo el montaraz,
llevando una mano a donde había estado momentos antes aquella herida- no se
trata de los legendarios Silmaril como temíamos. Lord Elrond debe tener las respuestas que buscamos.
Debemos apresurarnos y salir de aquí. Debe haber alguna forma de llegar al
exterior para llamar a las águilas de nuevo.
Gléowyn caminó hasta las piedras,
ahora en el suelo, y las tomó con precaución en sus manos.
- Pero claro - realizó Elaran mientras recogía a Dagmor -,
solo tú puedes resguardar las piedras hasta que estemos en Rivendel, hechicera.
Una misión importante descansa ahora en tus hombros.
- Hablemos menos entonces – dijo Gléowyn,
seria sin embargo con una pequeña sonrisa de satisfacción -, y busquemos esa
salida.
Optaron por tomar uno de los
túneles que aparentemente rodeaban las cárceles en espera de que eso despistara
al enemigo. Sabían que estaban siendo buscados, sin embargo el hecho de que,
aquel que se proclamaba el Señor del lugar en ausencia del rey hubiera sido
derrotado, les causaba cierto alivio. Girando en una de las esquinas, llegaron
hasta una puerta. Elaran observó por el pesado cerrojo.
- ¿Ves algo? –preguntó Gléowyn, pero el montaraz le hizo una señal para
guardar silencio.
- Orcos – dijo en voz baja -. Un grupo
menor, podremos pasarlos. Tras ellos hay unas escaleras que parecen ir hacia
arriba, quizás a otra torre. Desenvaina tu espada, recibirán una visita.
- ¿Quieres sostener la piedra de nuevo?
–preguntó ella preparando su acero.
- Muy gracioso, hechicera – respondió,
y de una patada, rompió el cerrojo haciendo que la puerta de madera cediera.
Las bestias, desprevenidas y torpes arrojaron golpes con mazos y hachas mal
afiladas, pero tal como Elaran había previsto, no causaron mayor dificultad
para cruzar. Una vez concluida la breve batalla corrieron escaleras arriba y de
a poco, el pútrido olor comenzó a desaparecer dando señales de que se acercaban
a un espacio abierto. Al salir descubrieron que no se trataba de una torre,
sino un patio amplio.
- Luzzen arrojó una flecha encendida al
cielo… ¿Cómo llamaremos ahora a las águilas? Y más aún, sin alertar a Uruloth –preguntó
agitada la mujer. Elaran permaneció en silencio un momento.
- Uruloth ya está alerta, y vigila cada
sitio. Nos verá salir de cualquier manera.
Entonces,
Gléowyn tuvo una idea arriesgada. Extrajo de su bolso una de las piedras y la
sostuvo en su mano. Frente a ella y los ojos sorprendidos del dúnedain, un
pequeño rayo, como una fugaz chispa, voló hacia el cielo. Ambos miraron hacia
las espesas nubes, que habían comenzado a arrojar pequeñas gotas de lluvia en
medio de un silencio punzante. Sus corazones se alegraron cuando, de en medio
de la neblina las dos grandes águilas descendieron.
- Apresúrense, no queda mucho tiempo antes
de que la tormenta ardiente nos descubra…- dijo el águila de mayor tamaño,
misma que fue montada por Elaran. Gléowyn a su vez subía a su compañera
deseando ansiosamente abandonar aquel lugar de muerte y caos.
Levantaron
el vuelo mientras una nube de flechas se alzaba hacia ellos. Pudieron observar
entonces, sobre las torres y en los muros altos, filas de orcos arqueros
apuntándoles, y las águilas volaron hacia las nubes, en las que se internaron
para esquivarlos. Volaron así durante un momento. Se aferraron al plumaje
sintiendo la helada humedad de las nubes de tormenta.
- ¡Gléowyn! ¿Estás bien? – gritó
Elaran.
- ¡Sí! – Respondió ella. Tal era el
espesor de las nubes que no lograba distinguirlos - ¡Parece que los hemos
dejado atrás!
Algo brillante centelleó junto a
ellos. Al parecer se trataba de un rayo. La mujer se mordió los labios
detestando aquella nueva sensación que la invadía: estaba asustada. Recordó el
miedo que le causaban los rayos años atrás, sin embargo se mantuvo firme sobre
al águila de la que ahora dependía su vida. Elaran por su parte temía por algo
más preocupante que los rayos. Algo que no tardaba en aparecer.
Súbitamente, el cielo se enrojeció.
Entre la bruma, se abrió paso una hilera de fuego.
Uruloth…, pensó él, Aunque no pueda vernos entre las nubes,
puede olernos…
- ¿Piensan que son capaces de huir de
mí: la Tormenta Ardiente ?
¡Escuchen! ¡Mi voz se levanta más allá de los truenos! ¡Ustedes me pertenecen!
Escucharon al terrible dragón
inhalar.
- ¡Cúbranse!- Gritó el águila que
llevaba en sus espaldas a Elaran. En picada, lograron esquivar la nueva
bocanada de fuego. El cielo era un campo de batalla demasiado difícil y el
montaraz lo sabía. Comenzaban a pensar que no escaparían, cuando el águila que
llevaba a Gléowyn habló.
- Detendré al dragón todo lo que
pueda, mujer, debes saltar… Mi hermana te atrapará… ¡Confío en que lograrán
llegar!
- ¡No! –gritó Gléowyn – tu vida
estará en riesgo…
- Un honor será para mí servir a tan
noble misión con mi vida. ¡Montaraz, prepárate para recibir a tu compañera!
- ¡No podemos abandonarte! – Insistió
la mujer con desesperación. La gran águila entonces, calculando quedar sobre
ellos, giró en el aire haciendo que la hechicera perdiera la fuerza en las
manos para sostenerse, y cayó hacia el blanco vacío. Pensó que moriría, pero
entonces sintió la mano del dúnedain atrapar su brazo en el aire. Al sentir el
súbito nuevo peso, el águila que ahora llevaba a ambos perdió por instantes el
control de su vuelo.
-¡No te fallaré, hermana!- Dijo. Una
mancha luminosa de color rojo delataba a Uruloth siendo sorprendido mientras
Elaran ayudaba a Gléowyn a subir. Y se alejaron sintiendo las gruesas gotas de
lluvia golpearles la piel.
Nooo Luzzen amor mio!! Espero que este bien
ResponderBorrarlo mejor siempre, Elaran!
ResponderBorrarQue poderes ocultara Gleowyn? Me intriga ese personaje, gran idea integrarla a el mundo Tolkien
ResponderBorrarMuy buenos episodios!! Al parecer Elaran tiene gran fuerza ahora, podrá derrotar al dragón tal como Bardo hizo con Smaug?? Espero que si!! Es mi personaje favorito
ResponderBorrarOoh espero que Luzzen se recupere, no quiero pensar lo peor, ese elfito se gano el corazon de todos!
ResponderBorrarNo puedo esperar a el siguiente capitulo!!!!
ResponderBorrarQue valiente águila, aunque estoy preocupada por el elfo
ResponderBorrarMe intriga saber si Elaran es amigo de los enanos de Erebor, Dwalin, Bofur y demás. Tiene mucha fuerza y al parecer un poder interior tremendo
ResponderBorrarSensacional entrega!!! Viernes llega pronto!!
ResponderBorrarhehehe akaso huelo elaran y gleowyn ??? tengo voz de profeta nunca me falla !!!
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