Elaran había concentrado su mirada en el horizonte,
recargado en un árbol con los brazos cruzados sobre el pecho. Permanecía serio,
reflexionando sobre lo que ocurriría ahora. Todavía estaba cansado, el cuerpo
le dolía pero era aún mayor su necesidad de partir cuanto antes. Gléowyn le
había sugerido descansar una noche más para reponer sus fuerzas, después de
todo había estado al borde de la muerte. Sin embargo había rechazado la
sugerencia. Debía llegar a Erebor, avisar a su gente lo que ocurría y prepararse
para una inminente batalla.
Sí, había estado a punto de morir. Y no era la primera vez.
Durante ésta aventura, había sentido estar cerca del reino de sus ancestros.
Por momentos había extendido los brazos hacia la volátil imagen de sus padres
pero ésta se disolvía en el aire. ¿Cuántas veces más estaría en peligro? Había
asesinado un dragón pero era verdad, el peligro no se había terminado. El
desenlace sería decisivo no sólo para los pueblos libres sino para él.
¿Qué era ésta nueva fuerza que fluía en sus venas? A ratos,
palpitaba en las palmas de sus manos, sentía algo cálido y a la vez punzante
que se extendía en el interior de su cuerpo. Esa nueva fuerza bien podría
terminar con él. Irónicamente, aquello no le preocupaba tanto. Lo que en verdad
temía, era que aquellas visiones que lo atormentaron mientras estaba inconsciente
se volvieran reales. Volteó, para divisar a la hechicera y el elfo. Si perdía
el control por completo…
Como un reflejo, su mano se dirigió a su cinto para apretar
las espadas cortas que portaban el nombre de sus padres como cada vez que la
incertidumbre lo alcanzaba, pero sus dedos se cerraron en el aire. Recordó
entonces vagamente haberlas perdido en la batalla contra Uruloth. Miró sus manos, y su mirada se
endureció. Si algo no le podrían jamás arrebatar, era el recuerdo de ellos.
“Ahora, necesito de su guía más que nunca…”- pensó.
Por su parte, Gléowyn. estaba sentada en el suelo a unos
metros del resto, y miraba su báculo, a la vez que estudiaba las figuras
talladas en él. Recorrió con sus dedos la serpiente que se enrollaba a lo
largo. Como la serpiente que se desliza, como los anillos de su cuerpo. De esa
manera fluía la magia y la energía. De esa misma manera ahora ese poder se
movía por las venas del montaraz. Elaran era fuerte, eso era claro y lo había
demostrado en varias ocasiones pero su cuerpo seguía siendo humano. Ella
también estaba consciente de lo podría llegar a ocurrir y se preguntaba cómo
deberían actuar. Es verdad que con el
báculo lograba controlar su magia mejor pero aún no lo lograba por completo.
Quizás podría protegerse a sí misma, a Luzzen, a Kiora. Pero. ¿Cómo podría
proteger a Elaran de sí mismo si perdía el control? Sólo podía confiar en que
su cuerpo se acostumbrara con el paso del tiempo.
Otro pensamiento la invadió de pronto. Era verdad, por un
momento y con la euforia de lo ocurrido casi había olvidado a Núren. Su misión
personal, su amada tierra. Apretó los labios. Cuando la batalla terminara, ella
debía seguir su camino y sabía que éste, era muy distinto al de sus amigos. Y
pensó que quizás hubiese preferido no encariñarse tanto con ellos. La despedida
sería muy dolorosa. Pero entonces sonrió ligeramente, en realidad no se
arrepentía en absoluto y se sintió agradecida. Atesoraría los momentos que
compartió con ellos sabiendo que el recuerdo la acompañaría a donde fuese como
una cálida brisa en medio del frío.
Pero debía volver al presente, aún no sabía siquiera si
sobrevivirían la batalla que se acercaba.
Luzzen se preparaba para partir. Elaran le preocupaba, y de
la misma forma le preocupaba Gléowyn. Sin embargo, ahora debía ser más fuerte.
Sabía que venían tiempos sombríos, podía sentir esa sombra de dolor oscurecer
el cielo. Un pesar imposible de evitar, y que sólo Kiora podía disipar de su
corazón. Al verse en los ojos verde esmeralda de su amada, sabía que sus luchas
y sus victorias ya estaban saldadas. Sabía que su vida había cobrado un nuevo
sentido y se sorprendió al verse a sí mismo, y compararse con el joven elfo que
abandonó Lothlórien lunas atrás para aventurarse a lo desconocido. La dama
Galadriel tenía plena fe en él, y aquello le daba paz y seguridad. La Dama
jamás actuaba al azar, y se sentía honrado de tener su confianza para ésta
tarea. Antes quizás tuvo miedo de no ser capaz de cumplirla, pero ahora, al ver
a sus amigos arriesgar sus vidas, y al ver los ojos cristalinos de Kiora, supo
que no tenía otro camino más que luchar, con cada fibra de su ser para salir
victoriosos de ésta misión. En sus venas ardía un nuevo coraje, al darse cuenta
de que ahora tenía mucho por qué vivir.
Se hizo un silencio súbito que hizo que los tres se pusieran
alerta y salieran de sus pensamientos. Los elfos se habían quedado callados de
pronto. Al voltear, se dieron cuenta de que Kiora se arrodillaba junto al casco
ensangrentado que el Uruk Hai había arrojado al suelo. El casco de Calmacil. La
elfa apretó los puños. Luzzen se acercó despacio a ella pero se detuvo antes de
poder tocarla.
- Debemos ir a
buscarlo – dijo al fin -. Aquel Uruk… Con la boca repleta de mentiras e
inmundicia… ¡No es más que un truco! Calmacil debe estar preso en alguna parte,
deben llevarlo hacia Gundabad, no podemos abandonarlo…
Se volvió hacia el pequeño grupo de elfos. Éstos permanecían
con el rostro bajo. Volteó entonces hacia Luzzen ansiando que la apoyase pero
él, sintiendo su corazón apretarse dentro de sí, sabía al igual que los demás
que Calmacil estaba muerto.
- ¿Luzzen…?
Él intentó abrazarla pero ella se apartó, cubriéndose la
boca con las manos.
- ¿Qué hacen…?
¡Ustedes lo conocen! ¡Saben lo fuerte que es, jamás podría asesinarlo un grupo
de orcos! Él está vivo, es nuestro deber…
Elaran y Gléowyn se habían acercado y observaban la escena
con seriedad y tristeza.
- Si ustedes no van
a acompañarme, iré yo a buscarlo. Se que él hubiera hecho lo mismo por mí, ¡Por
cualquiera de ustedes!
Haesil se acercó al casco y lo levantó del suelo.
- Es sangre élfica, Kiora – dijo con gran pesar señalando el
recorrido de la mancha roja -. Un corte seco en la garganta. Calmacil fue
nuestro gran maestro, quien nos enseñó las artes y la nobleza del combate.
Debemos honrar su memoria y continuar nuestro camino.
Sintiéndose acorralada, cayó de rodillas al suelo a la vez
que Luzzen la abrazaba.
- Él… era como un padre para mí…
Alrededor, los demás guardaron un ceremonioso silencio.
Habían realizado una pequeña ceremonia sobre unas altas
rocas de la montaña para honrar a Calmacil. Su casco, yacía en el suelo entre
preciosas flores. Por fin la compañía estaba preparada, y se disponían a
partir. Sólo Kiora permanecía inmóvil junto al casco.
Con cierta sorpresa, observaron a Gléowyn acercarse a ella y
poner una mano en su hombro, sin embargo ninguno logró escuchar lo que le dijo
al oído. La elfa esbozó una pequeña sonrisa. Y fue así que emprendieron su
camino.
Si todo marchaba bien, en cinco días llegarían a Erebor.
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