(1)
El cálido clima
que les acariciara el cuerpo al salir de Rivendell, degeneró gradualmente hasta
convertirse en el frío arrollador que reinara en las cercanías de Carn Dum.
— Estamos cerca
de nuestro objetivo — Anunció el águila que llevara a Elaran — sin embargo no
es seguro acercarnos.
Las tres águilas
avanzaban con seguridad en formación de cuña. Elegidas por Gwahir personalmente
para la tarea, estaban entre las más jóvenes y fuertes de su raza en la tercera
edad del sol.
— Si pudiéramos
descender cerca — empezó Elaran, sin embargo las palabras se le trababan debido
al frío — podríamos avanzar a pie.
— No es prudente
— replicó el ave — pero es necesario.
Hizo señas a las
otras águilas y las tres comenzaron a descender hacia un lugar despejado,
alejado de la fortaleza pero no demasiado.
Durante las
maniobras, Elaran tuvo un vistazo rápido a la vieja fortaleza del Rey Brujo. Su
corazón dio un vuelco al sentir que, pese a su aspecto abandonado, el lugar
parecía renacido.
Es solo una idea
vaga, pensó, nunca estuve aquí y espero no volver a estar.
Mientras tanto
Gleowyn se sostenía con tal fuerza del águila que la transportaba, que ésta se
quejó en dos ocasiones. Ella aflojó la tensión en la mitad del viaje. Nunca
pensó que llegaría a volar en su vida.
Luzzen mantenía
el porte firme y digno de su raza. En ningún momento del viaje habló. Solo
podía pensar en la tarea por delante y el miedo de no poder llevarla a cabo.
(2)
Descendieron del
lomo de las águilas con facilidad. Elaran equilibrando sus dos espadas cortas
atadas a la cintura y la gran espada Dagmor a su espalda. Por mucho que fuera
importante la espada entregada por Elrond, sus espadas cortas llevaban el
nombre de dos personas amadas para él. Nunca las dejaría atrás. Las hachas
habían quedado en Rivendell, por lo que dependían de la puntería de Luzzen.
— Hasta aquí
llega nuestro viaje — anunció el águila líder —pero no desesperen, estaremos
atentos a la ayuda que podamos brindarles. Recuerden el sigilo es parte
imprescindible del valor.
— Agradecidos estamos
— contestó Elaran — y espero que nuestros se crucen una vez más. ¡Adiós!
Los tres
aventureros vieron a las Águilas alejarse y comenzar a rondar el lugar.
Ciertamente no los dejarían solos.
— Debemos
encontrar una forma de infiltrarnos — anunció Elaran.
— ¿No existe una
forma de escalar un costado e ingresar por una de los muros? — preguntó Luzzen.
— Podríamos
intentarlo — Dijo Elaran evaluando su entorno— pero este frío nos congelaría
los músculos antes siquiera de llegar a la mitad de la escalada.
— Tengo una idea
— anunció Gleowyn — Si esta fortaleza esta activa como se cree, deben haber
patrullas cerca, pero no demasiado grande como para llamar la atención.
— ¿Qué tratas de
decirnos, hechicera? — preguntó Elaran.
— Que puedo
conseguir hacernos entrar por la puerta delantera — aseguró y un brillo brotó
de sus ojos, mientras de su mano derecha comenzaba a brotar una pequeña luz
gris.
(3)
Una pequeña
patrulla se acerca a la puerta. El líder sostiene una antorcha en su mano
derecha y en la izquierda blande en el aire una bandera con un símbolo; una
corona de hierro con tres puntas filosas.
Suena un cuerno
anunciando la apertura de la puerta. Ésta se abre y del interior brota el olor
a maldad, la pestilencia de la oscuridad.
La patrulla
inicia de nuevo su marcha e ingresa en Carn Dum. Los vigían mantienen su mirada
fija en ellos. Algo ha llamado su atención.
(4)
En el momento en
que Gleowyn vio la inmensa entrada de la fortaleza, su fuerza menguó un
instante. Debía mantener toda la concentración si quería que la charada
siguiera intacta. Todo dependía de ella y su humilde hechizo de ocultamiento.
Entre los tres
derribaron a esa patrulla de Orcos que registraba el lugar cercano a su
aterrizaje y rápidamente utilizaron el equipamiento de invierno de la patrulla.
Esta vez Elaran
derribó a su enemigo con Dagmor.
Luzzen hizo lo
suyo con un disparo certero de su arco hacia la frente de su contrincante.
Ninguno de los
orcos supo bien que les había pasado.
Caminando desde
la entrada hasta la puerta, Gleowyn comprendió cabalmente por qué nadie se
había percatado sobre la reactivación de la fortaleza. Un hechizo de
ocultamiento yacía sobre las construcciones y sus habitantes. Como el suyo,
pero infinitamente más poderoso.
— ¿Podríamos co…?
Comenzó a preguntar Elaran, pero la hechicera hizo que se callara con un gesto
torpe, típico de Orco.
Al atravesar la
puerta, ingresaron en un inmenso patio. Todo a su paso estaba cubierto de nieve
sucia, oxido y desperdicios de los propios habitantes de la fortaleza. A su
derecha varias puertas se erguían en asqueroso diseño y a su izquierda sucedía
lo mismo.
Este lugar es
mucho más grande de lo que imaginé, pensó Luzzen.
Más adelante otra
inmensa puerta yacía cerrada ante sus ojos. Seguramente conducía a otra parte
del lugar, mucho más gigante que lo que ya sus ojos apreciaban.
— ¡Ustedes! —
gritó alguien detrás de ellos.
Gleowyn, que
oficiaba de líder de la patrulla, se volvió hacia donde provenía el grito.
Desde una inmensa escalera descendía un hombre gigante, más grande de lo que
ella llegaría a pensar. La armadura le recubría todo el cuerpo, dejando a la
vista solamente la cara reseca y surcada de cicatrices.
Es el jefe de
guardia de la puerta, pensó Gleowyn y no se equivocaba.
El hechizo que
trata de mantener es débil, requiere de su atención permanente. Podía ir y
venir, pero si ese hombre de Angmar le hacía hablar el plan de caería en
pedazos.
Para empeorar las
cosas, un grupo de diez arqueros apuntaban en su dirección.
El jefe de
guardia se paró frente a ellos. Debía medir alrededor de dos metros o dos
metros diez. Los inspeccionó con ojos inquisidores, oliendo su vestimenta
y moviendo la cabeza de derecha a
izquierda de arriba abajo. Cuando formuló su juicio, desenvainó la espada y
abrió la boca para dictar una orden. Pero no logró hacerlo.
Una flecha
atravesó limpiamente su garganta, haciendo brotar la sangre en un chorro
bastante grande por el cuello hasta el piso. Uno de los Orcos, se había
transformado en un elfo, alto y hermoso, que apuntaba hacia adelante con otra flecha
ya cargada.
Un cuerno sonó y
los otros dos Orcos se convirtieron en un Dunedain y una mujer.
Recuperados de la
sorpresa, los arqueros de Carn Dum lanzaron sus flechas contra los intrusos.
Los tres las
esquivaron. El Elfo disparaba certeramente mientras lo hacía.
— ¡Luzzen!
¡Gleowyn! — Gritó Elaran — Por aquí.
Sus acompañantes
vieron que abría una de las puertas que estuviera a la izquierda cuando
ingreseran. Las puertas a la derecha se abrieron de par en par y muchos hombres
malvados y Orcos comenzaron a ingresar en el patio de entrada de Carn Dum.
El Elfo y la
Hechicera, corrieron hacia donde el Montaraz les hacía señas. Los tres cruzaron
el umbral y cerraron detrás de ellos, continuando su huída.
(5)
A medida que
avanzaban el olor se hacía más insoportable. Gleowyn se tapó la nariz con la
mano y Elaran la imitó. El único que no parecía molestarse era Luzzen.
Se detuvieron al
ingresar en una cámara en penumbras e inspeccionaron alrededor.
— Barrotes,
comida podrida, ratas — enumeró Gleowyn — esto parece ser una prisión.
— Lo es — afirmó
Luzzen mientras señalaba a un hombre encadenado detrás de unos barrotes — aquí
deben yacer los enemigos de Angmar, del Rey Brujo. ¡Pobres infelices que han
encontrado este triste final!
Elaran no
hablaba. No quería hacerlo. El lugar era desagradable de por sí, así que no
entendía la necesidad de empeorarlo con tristes palabras. No le reprochaba al
Elfo su comentario. Se reprochaba el corazón por querer buscar luz cuando hay
oscuridad solamente a mano.
— Vamos — Ordenó
— debemos salir pronto de aquí.
Continuaron
avanzando de prisa, con Elaran abriendo la marcha. Encontraron otro gran
portón. A lo lejos, pero no tanto, escucharon los pasos de sus perseguidores.
— ¡Rápido! — urgió Luzzen.
Atravesaron la
puerta y la cerraron detrás de ellos. Los tres buscaron pesadas maderas y
objetos de metal para obstruirla y así ganar más tiempo.
Se dieron vuelta
y vieron que el lugar era otro patio inmenso. Por un instante, Luzzen pensó que
habían estado corriendo en círculos. Pero una inmensa abertura en el centro del
patio, le aseguró que ese era otro lugar, quizá al otro lado de la montaña o en
el medio de ésta, no lo sabían.
— Hay que seguir
— Dijo Elaran desenvainando Dagmor — aquí está sucediendo algo más de lo que
presuponíamos. Debemos conseguir la mayor información posible y comunicarla a
nuestros aliados.
— Así es —
concordó Gleowyn, agitada por la corrida y el hechizo — mi corazón me dice que
más sorpresas desagradables nos esperan en este infernal lugar.
Dieron un paso en
dirección a una escalera conectada hacia una plataforma que llevaba a un
segundo piso. Más allá se divisaba una puerta de madera del mismo diseño que
las anteriores; de madera, cubierta de encajes de hierro y el símbolo que
llevara la patrulla de Orcos grabado en el centro.
Pero no avanzaron
mucho más. No pudieron siquiera alejarse dos metros de donde estaban.
La tierra tembló,
haciendo que la nieve sucia cayera de los bordes de las paredes. Todos los
objetos que utilizaran para hacer una barricada, temblaron como si algo gigante
les pateara para sacaras de su lugar.
— Esto no me gusta nada — dijo Elaran.
Desde el interior
de la abertura en medio del patio, brotó un rugido de bestia recién
despertándose.
Ese elfo me enamora cada dia más
ResponderBorrarLo unico que sé es que el montaraz va a derribar a ese dragón. Lo presiento, solo espero que los otros dos ayuden y no se anden besuqueando en algun rincón de la cueva jajajaja
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