viernes, 10 de octubre de 2014

"LA BATALLA DE VALLE" Cap. 2 Pt: 1 El Fuego de Antiguos Días

Capítulo II:

(1)
Hasta llegar a la cueva, en la cual terminaba el rastro, Elaran y Gleowyn no intercambiaron ninguna palabra. El montaraz llevó su mente al rastro que seguía y la hechicera se concentró en seguirlo. Por momentos, ella se preguntaba si no había perdido la dirección.
La entrada se erigía un poco más abajo del nivel de piso y el olor que emanaba desde el interior, dieron la certeza de que ese era el lugar que debían ingresar.
 — Aquí se esconde un mal ancestral – dijo Elaran armando y enciendo una antorcha improvisada – algo que no ha sido visto en mucho tiempo.
— Déjate de discursos, Montaraz – arremetió Gleowyn - ¿Se puede ingresar o no?
— Si – contestó internándose en la oscuridad de la cueva.
Dando los pasos hacia el interior, la mente de Elaran se llenó con imágenes de fuego y viento, de nacimientos sin vida, de colmillos de acero en carne débil. La hechicera lo siguió, tratando de no hacer caso de la sensación que le embargó al sentir el frío interior de la cueva.

(2)
El interior de la caverna, resultó ser más laberíntico de lo que esperaban. Caminaron durante lo que le parecieron horas, de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo. Entre medio de la oscuridad. y cuando ya daban por hecho que el entrar había sido un error, pensando en el camino de regreso, Gleowyn puso su mano en el hombro de Elaran.
— Mira – dijo – hay alguien allí.
El Dúnedain asintió. Había visto la luz segundos antes. La confirmación de Gleowyn, le dio la certeza de que no estaba alucinando debido al insoportable hedor del lugar.
Tratando de no hacer ruido caminaron hasta la luz. No se esperaban lo que vieron.

(3)
Desde la entrada de la cámara secreta, observaron un gusano gigante recostado en el centro de la sala. Alrededor, varias antorchas iluminaban débilmente el lugar. Junto a la criatura, de pie y a un costado, un Nazgul recitaba en una lengua, que Gleowyn reconoció como lengua negra, un hechizo indescifrable. Cada vez que guardaba silencio, un aura oscura rodeaba al gusano gigante.
Elaran le hizo señas a Gleowyn que se acercaran, pero ella negó con la cabeza. No era buena idea. ¡Ni siquiera era buena idea estar allí presenciando semejante escena!
El gusano gigante se estremeció al sentir otra aurora negra. Su cuerpo creció.
Cántico tras cántico, aurora negra tras aurora negra, el gusano gigante fue convirtiéndose poco a poco en algo más reconocible a los ojos de los dos aventureros.
Gleowyn indicó con su cabeza que debían regresar.
Dieron media vuelta y se encontraron con la punta de una flecha, apuntanda directamente a la cabeza de Elaran.

(4)
El rastro se unió con otro. Muy claro para sus ojos de elfo. El terreno del Brezal le crispó los nervios desde el mismo instante de ingresar. Le hizo añorar su preciado Lothlorien, sus largas tardes de paz y de sol.
Cerca de una cueva, encontró una espada y la levantó con respeto. ¿Una espada élfica? Su corazón se aceleró, cabalgando en un equino invisible. Antes los restos eran de enanos y hombres, a lo sumo algún orco. Pero ahora encontraba evidencia irrefutable de la presencia de elfos en ese lugar.
Elaboró una antorcha con los elementos que traía. Preparó su arco y se adentró en la cueva. Vagó mucho rato y al final, encontró a los responsables de la masacre.
Se movieron en su dirección. Avanzó hasta estar cerca de ellos. Apuntó con su arco y no pudo dar crédito a la escena que se desarrollaba más allá de la posición donde se encontraban esos extraños.

(5)
El chillido del Nazgul les hizo saltar. El gusano gigante no se movió.
— ¿Qué es lo que está pasando? – preguntó el Elfo.
— Eso quisiera saber – contestaron al unísono.
Luego de otro chillido terrible, el Nazgul desenvainó una espada y se lanzó a la lucha.
Las flechas se clavaron en su cuerpo, pero no lo detuvieron. Los dos espadachines intentaron hacerle frente, pero el Nazgul los barrió con el mínimo esfuerzo. La mujer chocó contra la pared de la caverna. Pero el hombre impactó de lleno contra el cuerpo del dragón recién crecido.
— ¡Atrás! – Gritó el Elfo – sirviente de las sombras.
— Tus patéticas órdenes significan nada para mí – Contestó el Nazgul – Khamul es mi nombre  y será tu perdición.
La mujer arremetió una vez más y logró salvar al Elfo que trató de defenderse esquivando ágilmente los ataques que le llegaban, rechazando algunos movimientos con su arco. De un golpe lo hizo retroceder. Khamul lanzó un grito que reverberó en toda la caverna.
— ¡Elaran! – Gritó la mujer al mirar más allá de su oponente - ¡Detrás de ti!
El mencionado volvió la mirada hacia atrás y vio a esa inmensa criatura comenzar a moverse. Tan lento era su movimiento, que le pareció que nunca terminaría de pararse.
Esquivó el coletazo a tiempo, lanzándose al suelo. La larguísima cola, impactó contra la pared contraria y todo el lugar tembló.
Khamul contraatacó. El Elfo descargó una flecha más en su rostro, pero nada parecía detenerlo. Otro movimiento del dragón y otra parte de la caverna tembló.
Khamul rechazó a la mujer y al Elfo, alejándose hacia donde había estado minutos antes.
— Mi trabajo ha terminado – anunció.
El Dragón terminó de levantarse y la caverna entera tembló.
Elaran se acercó a su acompañante y al elfo.
— Debemos salir de aquí, Gleowyn – dijo.
— Pero no sabemos el camino – replicó – moriríamos antes de lograr llegar a la salida.
— Yo puedo guiarlos – anunció el Elfo- pero debemos partir enseguida.
Ambos le miraron, estudiando al extraño de orejas puntiagudas. Finalmente asintieron con la cabeza.
— Síganme pronto – anunció corriendo, alumbrando el camino.
Desde el techo y los pies, a medida que avanzaban por los pasillos tratando de tener cerca al inesperado amigo, sintieron como la caverna colapsaba sobre sí misma.
— Soy Uruloth – Fue un gruñido atroz de una voz imposible, proveniente de todas partes.
Mientras corrían, Uruloth siguió anunciando su presencia.
A lo lejos, una luz encendió la esperanza en sus corazones e imprimió más fuerza a sus piernas. Cruzaron en el mismo instante que la entrada se derrumbaba.


(6)
El ambiente afuera del Brezal, seguía siendo tan sofocante como el interior de la caverna.
Gleowyn se sentó a revisar su hombro. El golpe de la piedra, le produjo un moretón pero nada grave. Elaran tenía algunas magulladuras pero igual que su compañera, no sufrió mayores dolores.
— Por poco y conocía a mis ancestros – dijo el Dunedain mirando alternativamente a Gleowyn y al elfo – es bueno estar equivocado.
— Disculpa – dijo Gleowyn dirigiéndose al Elfo. La presencia de ese ser, inculcaba una inusitada calma – pero en la prisa de la huída no escuché tu nombre.
— Soy Luzzen de Lothlorien – se presentó - ¿Ustedes?
— Elaran de los Dúnedain – y señalando a su compañera agregó – y ella es Gleowyn, hechicera. ¿Qué trae a un elfo a estas partes de la tierra media?
Luzzen explicó el motivo de su viaje y sorprendió a los presentes, quienes no imaginaron estar ante la presencia de un enviado de la mismísima Galadriel.
— ¿Por qué nos apuntabas con tu arco? – preguntó Gleowyn. Muy intrigada estaba por la actitud del Elfo.
— Encontré restos de hermanos en la entrada de la cueva – explicó – perdón, los confundí con enemigos.
Luego de un silencio, Elaran suspiró y se puso de pie.
— Creo que deberíamos informar a nuestros aliados – propuso – aquí ha sucedido algo que deben saber.
— Si existen más dragones como este – Gleowyn se aterrorizó ante la sola idea – es que la guerra está más cerca de lo que pensábamos. Inclinará la balanza en favor del enemigo.
— Es bueno ver que te preocupas por nuestras tierras también, bella hechicera – comentó Elaran – creo que debemos partir. Debo regresar a Erebor enseguida y me gustaría que me acompañaras Gleowyn. Luzzen ¿Cuánto puedes tardar en informar a la Dama Galadriel?
Una explosión proveniente desde donde estaba la caverna, cortó la conversación. La tierra se devoraba a sí misma. El trío se alejó corriendo y cuando al fin se detuvieron, miraron estupefactos hacia donde había estado la entrada momentos antes.
Ante sus impávidos ojos, una sobra enorme se alejo oculta gracias a la nube de polvo. Ninguno pudo decir si volaba o se arrastraba.


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